Dios ha hablado, y su palabra no es en vano

Los seres humanos, muchas veces, hablamos por hablar, sin que lo que decimos tenga mucho contenido o apoyo. De Dios no podemos pensar lo mismo: Él habla, sí, pero nunca en vano. Toda la teología y toda la fe se fundamentan en este hecho razonable: Dios ha hablado, se ha comunicado con nosotros en Jesucristo.

Nada que tenga que ver con Jesucristo, centro de la revelación, es en vano. Sería un error muy grave considerar que lo que la revelación divina – testificada en la Escritura, leída en la Tradición e interpretada autorizadamente por el Magisterio - nos dice sobre María, la Madre de Jesús, es secundario.

En María “todo es relativo a Cristo”: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro” ( Pablo VI, Marialis cultus, 25).

Las madres tienden a defender a sus hijos – y, en buena lógica, los hijos a sus madres -. La verdad sobre María es un escudo protector que ayuda a los creyentes a preservar la verdad sobre Cristo. Dios, al revelarse, al acercarse a nosotros, no ha dejado de ser Dios, ni los misterios – las realidades concernientes a lo divino – han dejado de ser misterios. Pero esos misterios se han aproximado a nosotros para que pudiésemos, nosotros, acercarnos eficazmente a Dios. “Si Él no se revela, nosotros no llegamos hasta Él”, dijo en París el papa Benedicto XVI el 12-9-2008, en un “Discurso al mundo de la cultura”.

Yo estoy de acuerdo. Si Él no se revela, no llegamos. Podríamos, sí, saber de su existencia, pero poco más. No podríamos establecer una comunión de vida con Él. La revelación y la fe son dones de Dios. Pero no son regalos similares a los que, en ocasiones, intercambiamos entre nosotros. Dios no nos regala algo innecesario, sino que nos da lo único esencial; se entrega Él mismo.

En la Suma de Teología, en la cuestión primera, Santo Tomás justifica la necesidad de la doctrina sagrada, de la teología, del siguiente modo: “del exacto conocimiento de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación”.

Dios no ha hablado en vano. Ni nos ha engañado. Forma parte de este hablar de Dios, de su deseo de comunicarse con nosotros, el decirnos que María es la Virgen que da a luz a Jesús, porque Jesús es, no un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios que se hizo hombre. Quien nos salva es Dios, pero nos salva haciéndose hombre, llegando hasta nosotros.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que el sentido de este misterio, de la concepción virginal de Jesús, “no es accesible más que a la fe” (n. 498). Y cita un texto muy apropiado de San Ignacio de Antioquía: “El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios”.

Lo resonante tiene lugar en el misterio. Un misterio que el príncipe de este mundo – Satanás – ignora. Lo ignora él y parece que sus secuaces también. No solo quieren ignorar la concepción virginal de Jesús, sino asimismo la virginidad real y perpetua de María. Yo no aspostaría por Satán. Pero, allá cada uno.

Guillermo Juan Morado.

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