El debate sobre la redefinición del matrimonio gana peso en el compromiso político y cívico de muchos europeos.
“La Comisión debería seguir adelante e intentar que todos los Estados miembros de la UE acepten sin reservas el matrimonio entre parejas del mismo sexo”.
Con estas palabras se dirigió Frans Timmermans, actual vicepresidente primero de la Comisión Europea, a los asistentes de la primera Gala LGTB organizada por la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales de Europa (ILGA Europe) en junio de 2015. Aunque la regulación del matrimonio y la familia es competencia exclusiva de los Estados miembros, no de la UE, el vicepresidente publicó su discurso en la web de la Comisión Europea. (…)
El progresismo social –la idea de que la liberalización siempre es positiva– es el pensamiento dominante en la Europa actual. Los países que redefinen el matrimonio, permiten el divorcio sin causa grave y liberalizan gradualmente la procreación artificial, la maternidad subrogada y el aborto, se encuentran sin duda “en la onda” de los valores europeos contemporáneos. Y si algún país se atreve a revertir la tendencia e intenta revigorizar el matrimonio, la familia natural, la protección de la vida en todas sus etapas, sea mediante cambios legales, sea mediante reformas constitucionales, no tardará en producirse un estallido de indignación en el Parlamento Europeo. Hungría y Polonia son ejemplos recientes.
Salir de la uniformidad
(…) Mirando más de cerca, se descubre que son siempre algunos pequeños pero muy vocingleros grupos de diputados y lobbies los que conducen esos debates: entre ellos, ILGA Europe, que recibe un 70% de su presupuesto de la Comisión Europea. Pero, dada la amplificación que se da a esas voces en los medios europeos, el observador desinformado podría ser llevado a pensar que es toda Europa la que está hablando con una sola voz contra un pequeño país reaccionario. Dado que la UE carece de competencias para interferir en las reformas constitucionales o en las relativas a la legislación sobre matrimonio y familia de un Estado miembro, esas audiencias y debates parlamentarios no son más que intentos de intimidación que apelan a un supuesto “consenso” europeo sobre la materia.
Interesa remarcar que parece estar teniendo lugar una cierta emancipación respecto a esa presión de la UE de parte de los países que se aferran a sus raíces y cultura cristianas, y por tanto al matrimonio y la familia. Los Estados miembros tienen cada vez menos miedo de oponerse a medidas que tendrían efectos perjudiciales sobre la institución familiar, como los planes LGTB, incluso si en principio parecen dirigidos a una minoría.
Recientemente, en marzo de 2016, Hungría se opuso a un Plan de Acción sobre Igualdad LGTBI en el Consejo, que había sido propuesto por la Comisión. Al hacerlo, bloqueó la entrada en vigor del documento. No es la primera vez que Hungría bloquea tales medidas controvertidas; pero, por primera vez, ese país adoptó una actitud de liderazgo pro-activo en la comunicación con los medios. Nos guste o no, Hungría está creando una nueva dinámica en el proceso democrático europeo: ya no resulta inconcebible que alguien intente impulsar una agenda profamilia y promatrimonio en el marco institucional de la Unión Europea.
El despertar de Francia e Italia
El matrimonio como unión de un hombre y una mujer está protegido actualmente en la mayoría de los Estados miembros de la UE. (…) Nueve de 28 Estados miembros han redefinido el matrimonio [extendiéndolo a las parejas del mismo sexo] (Bélgica, Dinamarca, Francia, Irlanda, Luxemburgo, Países Bajos, España, Suecia y el Reino Unido); Finlandia ha redefinido legalmente el matrimonio, pero la ley no entrará en vigor hasta 2017. Pero casi dos tercios de los Estados miembros de la UE siguen definiendo el matrimonio como una unión entre un hombre y una mujer.
Cada vez más, los intentos de redefinir el matrimonio provocan reacciones públicas amplias y persistentes, siempre a favor de la preservación del matrimonio y la familia tal como se los entendió durante milenios. Y, aunque es cierto que esa resistencia viene principalmente de países del centro y el Este de Europa, Francia asistió en 2012 y 2013 a las más masivas manifestaciones cívicas en décadas, sostenidas durante más de un año contra la ley que redefinía el matrimonio. Pese a todo, la ley fue aprobada, pero el inesperado despertar de la generación más joven –una gran parte de los millones de manifestantes en las calles de París y otras ciudades tenían menos de 30 años– ha cambiado el debate público en Francia más profunda y perdurablemente de lo que se hubiera podido esperar cuando se convocó la primera manifestación.
En Italia se produjeron escenas similares muy recientemente. En enero de 2016, un millón de personas se reunieron en el Circo Máximo para manifestarse contra una ley que apuntaba a situar las uniones civiles entre personas del mismo sexo en un nivel jurídico casi equiparable al matrimonio. Como en Francia, la ley fue aprobada con ligeras reformas, pero la cuestión movilizó a ciudadanos que nunca se habían echado antes a la calle, y sí quisieron hacerlo por esto.
Hay una nueva conciencia de lo que está en juego si ponemos en peligro las instituciones y logros fundamentales de una sociedad libre. El debate en Francia supuso un despertar para una sociedad que se caracterizaba por el materialismo, la frustración política y la indiferencia espiritual. Desde 2013 han surgido en Francia innumerables iniciativas que muestran que la nueva y bien preparada generación aspira a algo más, y a los cristianos que la política no son sólo negocios sucios, sino la vía para configurar el mundo social que nos rodea.
El empuje de Europa central
En 2013, Croacia celebró un referéndum sobre la redefinición del matrimonio. A pesar de la masiva oposición del gobierno y los medios de comunicación hacia el movimiento cívico “En nombre de la familia”, que promovió el referéndum, el 20% de la población firmó la petición: el doble de lo requerido. Dos tercios de los que votaron lo hicieron contra la redefinición del matrimonio.
Los ciudadanos de Eslovenia, un país considerablemente más secularizado que Croacia, se pronunciaron dos veces en tres años. El referéndum de 2012 se refirió a un código de familia que habría dado a las uniones del mismo sexo los mismos derechos de los matrimonios, excepto la adopción. El 54% de los participantes votaron en contra. En tres años, el apoyo al matrimonio tradicional ha crecido en Eslovenia. En otro referéndum celebrado en diciembre de 2015, el 63,4% de los votantes rechazaron una ley que habría redefinido el matrimonio y permitido la adopción por parte de parejas del mismo sexo. (…)
En 2015, el gobierno socialista de Eslovaquia rechazó, después de un vivo debate público, un Plan de Acción LGTBI que habría promovido todas las orientaciones sexuales como igualmente aceptables. (…)
La excepción irlandesa
Cuando los ciudadanos consiguen meter baza en la cuestión del matrimonio y la familia, la abrumadora mayoría adopta una posición clara a favor de la protección del matrimonio y el derecho de los niños a tener un padre y una madre. Hay una excepción, sin embargo: Irlanda. En 2015, la isla verde se convirtió en el primer país del mundo que redefinía el matrimonio a través de un referéndum, y también el único país en el que las masas apoyaron esa redefinición.
El referéndum irlandés fue excepcional también en otro aspecto: nunca se había invertido tanto dinero extranjero en una campaña por la redefinición del matrimonio. Mientras que en Croacia, Francia, Italia, Eslovenia, Rumania y otros países las iniciativas promatrimonio natural fueron movimientos de la sociedad civil en sentido estricto, que operaban con presupuestos limitados que se nutrían de donaciones de los verdaderos manifestantes, la campaña por el “sí” al matrimonio homosexual en Irlanda fue impulsada por un lobby LGTB irlandés alimentado por un río de dinero norteamericano. La fundación Atlantic Philanthropies invirtió 23 millones de dólares en Irlanda a lo largo de trece años para promover la subversión del matrimonio tradicional. Pero eso no bastó. El gobierno y las grandes empresas tomaron partido y apoyaron abiertamente el “sí” en el referéndum. (…)
Europa está dividida sobre la cuestión del matrimonio, con tendencias contradictorias. Mientras que los países de la mitad occidental del continente asisten a la movilización de algunos ciudadanos concienciados contra una élite política progresista, los de Europa central y oriental se muestran cada vez más firmes en la propuesta de una agenda profamilia y promatrimonio.
(…) Ese debate es central, y juega un papel cada vez más importante en el compromiso de los ciudadanos en la esfera pública. Los próximos cinco o diez años serán decisivos para saber si Europa construirá su futuro sobre la familia y conservará el matrimonio, o si dejará desaparecer a la institución más básica de la sociedad, dejando tras de sí un vacío que el Estado intentará rellenar en vano.
Sophia Kuby es directora de advocacy sobre asuntos de la Unión Europea para ADF International. Fundadora de European Dignity Watch.
El texto, traducido por Francisco J. Contreras, se publicó originalmente en La batalla por la familia en Europa (Editorial Sekotia, 2016). Reproducido con autorización.
aceprensa.com
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