5 de febrero.

img-20170129-wa0009

Homilía para el Vº domingo durante el año A

Pablo ha sido uno de los espíritus más profundos de su tiempo. Había sido formado por los mejores maestros de Israel. Había aprendido cuanto podía ser enseñado sobre la sabiduría de Israel, así como de la sabiduría de los griegos. Cuando llegó a Atenas para anunciar la Buena Nueva, pensó que el mejor medio de hacerse aceptar era utilizar el propio lenguaje y forma del Ágora, echando mano de su conocimiento de sus filósofos y de sus poetas, la tentación de todos predicar para ser aceptados. ¡Pero todo fue un fracaso! Lo cual fue una lección para Pablo, que se vio obligado a cambiar de método. Cuando fue a Corinto, una ciudad mucho más popular, de vida moral decadente y con bastantes menos intelectuales, fue como un pobre, llevando en su carne la cruz de Cristo. Y tuvo éxito. Habrían pasado algunos años para cuando escribiera el texto que hace unos instantes hemos escuchado:

Cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo y éste crucificado. Me presenté ante vosotros débil y temeroso: mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios” (1 Co 2, 1-5).

Con otras palabras, Pablo no fue a Corinto como un maestro de sabiduría, sino como quien era portador de un testimonio – en su vida – a la cruz de Cristo y a su resurrección. Este texto constituye, por consiguiente, un buen comentario del Evangelio de hoy. Cuando nos dice Jesús que somos la sal de la tierra y la luz del mundo, no nos invita a que seamos orgullosos, a que nos felicitemos de ser los “escogidos” (nos diría nuestro Papa Francisco). Por el contrario, nos confía una misión – y una misión muy exigente. Nos invita a ser la sal de la tierra y la luz del mundo no tanto por nuestra enseñanza, por nuestra sabiduría, sino ante todo por nuestro testimonio. Es que la sal si está en la cantidad exacta no ocupa el lugar de la comida hace que tenga gusto. Y la luz no es lo que se ve, ella resalta, hace ver los objetos no es el centro, es lo necesario para que veamos las cosas.

Es posible que nos guste un poco la idea de ser la luz del mundo, de manera que se nos pueda contemplar y admirar. Prestemos algo más de atención a la otra imagen utilizada por Jesús, la de la sal de la tierra, hay por lo menos dos cosas que podemos decir respecto de la sal: La primera, que para la alimentación se requiere muy poca sal. Un poco de sal da un buen gusto al alimento, como dijimos; demasiada sal lo echa a perder. Y Jesús compara el reino de Dios justamente a este elemento, de la misma manera que lo hace con relación a la levadura en la masa. Para la Iglesia, para los cristianos en general, ser una presencia humilde y pequeña en la vida de la humanidad constituye una situación normal. Todas las grandes demostraciones llamativas, pomposas y ruidosas de la presencia de la Iglesia como una realidad poderosa e influyente poco tienen que hacer con el Evangelio. Y, precisamente, la segunda característica de la sal consiste en que se disuelve en el resto del alimento y que actúa de una manera imperceptible. Así actúa la sal en la masa de la humanidad.

La lectura de Isaías nos explica de la mejor manera posible qué significa ser la luz del mundo y la sal de la tierra. Esta lectura pertenece a un contexto en el que el profeta reacciona contra una forma de culto que pudiera quedar apartado de la práctica de la caridad y de la justicia. Y concluye él: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. ENTONCES romperá tu luz como la aurora.” Añade un poco más adelante: “Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, ENTONCES brillará la luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.

Una excelente aplicación de las palabras de Jesús, también, la tenemos en la magnífica respuesta que dio San Francisco de Asís a fray Maseo cuando éste le preguntó: «¿Por qué todo el mundo se va detrás de ti y toda persona parece que desea verte, oírte y obedecerte? ¿Tú no eres un hombre bello, ni de grande ciencia, ni noble? ¿De dónde entonces que todo el mundo se vaya detrás de ti?». San Francisco, después de estar un largo rato con el rostro vuelto hacia el cielo, respondió: «¿Quieres saber por qué todo el mundo se viene detrás de mí? Porque los ojos de aquel santísimo Dios no han visto entre los pecadores ninguno más vil, ni más incapaz ni más gran pecador que yo; y para hacer aquella obra maravillosa que Él desea hacer, no ha encontrado otra criatura más vil sobre la tierra; y por eso me ha elegido a mí, para confundir la nobleza, la grandeza, el poder, la belleza y la sabiduría del mundo, de manera que se sepa que toda, toda virtud y todo bien viene de Él y no de la criatura, y ninguna criatura pueda gloriarse ante Él, sino que quien se gloría se gloríe en el Señor, a quien es todo honor y gloria por la eternidad» (Florecillas).

Ésta es la manera como son llamados a ser luz del mundo los Cristianos, no por pomposas procesiones, conferencias y demostraciones de ese estilo, que no es que estas cosas sean malas, son buenas; ¡cuánto necesitamos volver a lo religioso!: procesiones, oraciones, encuentros formativos… pero no como fin, sino como medio (en Argentina la Navidad una pena, los gobiernos gastan en propagandas inútiles y no se adorna nada para navidad, y si se adorna se lo hace con cosas que no tienen nada que ver). Somos llamados a ser la sal de la tierra y la luz del mundo traduciendo en nuestra vida de todos los días con las personas que nos rodean, el mensaje de amor de Jesús. El Pan de Vida que vamos a recibir en la Mesa del Señor, la Eucaristía nos otorga el poder y la fuerza de ser fieles a una misión como ésa. En la época de Jesús la sal se vendía en la plaza hasta para conservar los alimentos pero la que caía no servía para nada, ese ejemplo fácil hace ver la importancia de no desaprovechar los dones de Dios, debemos ser sal viviendo bien, aprovechando lo que Dios nos dio. La Virgen Madre nos da ejemplo con su humildad, testimonio y fidelidad de cómo ser sal y luz.

Let's block ads! (Why?)

09:44
Secciones:

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

SacerdotesCatolicos

{facebook#https://www.facebook.com/pg/sacerdotes.catolicos.evangelizando} {twitter#https://twitter.com/ofsmexico} {google-plus#https://plus.google.com/+SacerdotesCatolicos} {pinterest#} {youtube#https://www.youtube.com/channel/UCfnrkUkpqrCpGFluxeM6-LA} {instagram#}

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets