Una belleza sobrecogedora
Si un día, de paseo por la ciudad, escuchamos una música de piano bien ejecutada sale de una casa, lógicamente pensamos que allí vive un artista con una exquisita sensibilidad musical. Sin embargo, poco más podemos saber acerca de las persona que interpreta esa música que nos arrebata. El sonido de las notas no nos dice si la artista es un hombre o una mujer, ni si es joven o mayor, ni de qué color son sus ojos, ni donde ha nacido, ni a qué familia pertenece.
Todas las realidades materiales que podemos observar nuestro alrededor, el universo, las estrellas, las puestas de sol, los amaneceres, el movimiento del mar, etc. son como una sinfonía de una belleza impresionante. Cuando hemos tenido la oportunidad de estar en contacto con la naturaleza en un entorno hermoso al captar la armonía de los colores de los árboles, los cantos de los pájaros y los perfumes de las flores silvestres, quizá sintamos el deseo de conocer al artista que las ha hecho. Sin embargo, lo único que podemos averiguar cuando observamos la belleza de la naturaleza, es que su autor tiene muy buen gusto, una inmensa inteligencia, mucho poder, y mucho amor hacia nosotros, los hombres, porque los ha regalado todas esas maravillas.
La razón nos lleva a preguntarnos por el autor de todo esto y también a pensar que esto no se ha hecho solo. La belleza del mundo es la primera manera con la que Dios se los da a conocer.
José Benito Cabaniña
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