La verdad es que, aunque el título lo pone abreviado, me soltó el palabro entero. Que si, padre, que lo que yo soy es un gili con todas las letras. Hombre… Pues sí, y se lo explico.
Mire, padre, soy docente. Más claro. Director de un centro católico. He hablado clarito con los profes sobre ideología de género, les he recordado lo que dice la doctrina de la Iglesia sobre las prácticas homosexuales, porque, claro, aquí se nos va colando todo y como nos descuidemos acabamos dando por bueno lo que el catecismo dice que es perversión, y si somos colegio católico tendremos que enseñar lo que dice el catecismo, vamos, digo yo. Y no es fácil, porque esta moda de ensalzar y banalizar la sexualidad se contagia con más facilidad que el virus de la gripe en epidemia invernal.
Ayer mismo lo hablaba con algunos profesores. ¿Y sabe lo que me han dicho hoy? Me han dicho que más tranquilidad, que paciencia, que no me ponga así, que no será para tanto cuando hay iglesias en Madrid donde están a la venta revistas que exaltan el mundo homosexual con todas sus facetas y prácticas. ¿No lo ha visto en la prensa? Pues clarito aparece: en San Antón se puede adquirir la revista gay “Shangay”. ¿Cómo se le queda el cuerpo?
Así que mientras uno intenta que las cosas se hagan según la doctrina de la Iglesia recogida en el catecismo, luego resulta que hay iglesias y sacerdotes que se ciscan en ello y aquí no pasa nada. Más aún, cuando digo estas cosas me sueltan que hay que ser más flexibles, que lo que me pasa es que soy de esos ultraconservadores. Es decir, que el problema soy yo.
No hay más que hablar. Aceptado.
Pero hombre… ¿y qué piensas hacer? Meterme en mi catacumba particular, vivir mi fe lo mejor que pueda y poco más. Me explico.
Hartito estoy de llevarme sustos. Y hartito de dar la cara y de que me la rompan. Harto de liturgias inventadas, hartito de no encontrar dónde confesarme, harto de ese convertir la moral en un “lo importante es que se quieran”. Muy harto de dar la cara y que luego algunos jerarcas de la Iglesia te dejen con el trasero al aire. Así que me voy a dedicar a mi trabajo, intentando hacer mi labor en conformidad con lo que la Iglesia quiere y manda, y luego trataré de buscar una parroquia en la que me encuentre bien y ya está. Esto es lo que llamo mi catacumba. Que sí, que ya sé que no es el ideal, pero a ver qué quiere que haga.
¿Y sabe una cosa, don Jorge? Que sé de buena tinta que hay sacerdotes que también están así. Sacerdotes que también han optado por su particular catacumba, que es su parroquia o actividad, que ahí están haciendo lo que pueden y que no quieren meterse en más.
Yo creo que me entiende ¿verdad? Del todo. Pues eso.
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