SAN NICOLÁS DE BARI
(+ siglo IV)
San Nicolás de Bari vivió, según cálculos aproximados, desde el año 280 al 345. Se sabe de cierto que hacia la época del concilio de Nicea (325) era obispo de Mira, diócesis del Asia Menor. Es probable, aunque no está probado, que asistiera al concilio. Murió en la capital de su diócesis y fue sepultado en la catedral. En el año 1087 sus restos fueron trasladados a Bari, en Italia.
Si tuviéramos que atenernos a lo históricamente demostrado, podríamos terminar aquí. Pero hay un gran hecho histórico que no se puede desconocer: la devoción a San Nicolás de Bari, intensa y extensa. Podríamos decir que, si los milagros abundantísimos que se atribuyen a San Nicolás no están probados, sí lo está el milagro patente de que sea el Santo de iconografía más numerosa, de tal modo que las imágenes de San Nicolás sólo ceden en número a las de la Santísima Virgen. Los marineros del Mediterráneo oriental le veneran como patrono. Los niños de muchos países esperan de él los juguetes. Y Nicolás quiere decir en griego “vencedor de pueblos“. Si no tenemos una biografía suya hasta cinco siglos después de su muerte (847), y en ella hay más devoción entusiasta que documentación histórica, poseemos una tradición ininterrumpida que nos autoriza a trazar aquí la biografía popular entrañable del Santo de Mira y de Bari.
En este relato tradicional puede efectuarse una discriminación que separe lo probable o admisible de lo improbable y absurdo. Que sus padres se llamaron Epifanio y Juana se puede admitir. Es pura leyenda que se tratase de un matrimonio estéril al que un ángel se apareció anunciándoles el nacimiento de un hijo llamado a la santidad. Se quiere que esta vocación fuese tan fuerte que el recién nacido se apartaba del pecho nutricio los días de ayuno. La imaginación popular se ha recreado con esta imagen y la misma actitud ha sido atribuida a otros santos.
Temprana y ejemplar devoción juvenil, encendida caridad, que se manifiesta desde la infancia. ¿Por qué no? Que su caridad moviese a Dios a un gran milagro en plena juventud de Nicolás y en la ciudad de Pátara, donde se afirma que nació, ya pertenece a una leyenda piadosa un poco excesiva. Al dirigirse Nicolás al templo, según esta leyenda, una pobre paralítica le pidió limosna. Pero el Santo había repartido ya todo lo que llevaba, y entonces, elevando los ojos al cielo y orando internamente con brevedad, dijo a la paralítica: “En el nombre de Jesús, levántate y anda”. Y al momento recobró la pobre mujer el uso de sus miembros paralizados.
De los hechos de la vida del Santo, el más difundido y el más generalmente aceptado por doquiera no es milagroso de suyo, aunque sí muestra de generosa y encendida caridad. Había en Pátara, según se dice, un hombre rico venido a menos que tenía tres hijas muy hermosas a las que no podía casar por falta de dote. Y el hombre fue tan ruin que maquinó el prostituir a sus bellas hijas para obtener dinero. Súpolo Nicolás—no es necesario admitir que por especial revelación divina, como quieren algunos—y, deslizándose en el silencio de la noche hasta la casa donde habitaban el padre y las hijas, arrojó por la ventana de la alcoba del hombre una bolsa de oro. Se retiró sin ser oído. Al día siguiente el hombre, con enorme regocijo, abandonó su criminal idea y destinó aquel oro a dotar a una de las muchachas, que inmediatamente se casó. El Santo, al advertir el excelente fruto conseguido, repitió su excursión nocturna y dejó otra bolsa. Y éste fue el dote de la segunda de las jóvenes. Nicolás repitió el donativo la vez tercera, pero en esta ocasión fue sorprendido por el padre, arrepentido ya de sus malos pensamientos, que se explayó en manifestaciones de gratitud y de piedad. Por él se supo lo ocurrido y que había sido Nicolás el generoso donante. Como la tradición quiere que las tres veces que el Santo dejó la bolsa ocurriera el hecho en lunes, en esto se funda la devoción de los tres lunes de San Nicolás.
Se afirma que el Santo perdió a sus padres siendo aún muy joven y que, sintiendo vivamente la vocación sacerdotal, acogióse al amparo de un tío suyo, que le precedió en la silla episcopal de Mira. Este último detalle no puede darse como cierto. Ni tampoco que, una vez sacerdote, se le confiase la abadía del monasterio de Sión. Y en cuanto a la peregrinación a Tierra Santa, que efectuó poco después, parece que existe una confusión entre San Nicolás de Bari y otro Nicolás, también obispo, que rigió la diócesis de Pinara en el siglo VI. En los primeros textos biográficos de los siglos IX y X, los dos obispos del mismo nombre aparecen confundidos, pero la moderna investigación ha puesto de relieve la existencia del segundo, que había sido negada.
Sobre la designación de San Nicolás para la silla episcopal de Mira, hecho histórico indudable, flota también una admisible leyenda piadosa. Se afirma que, no llegando a un acuerdo los electores, un anciano obispo, sin duda por inspiración divina, propuso que se designara al primer sacerdote que entrase en el templo a la siguiente mañana. Este sacerdote fue San Nicolás, que tenía costumbre de celebrar muy a primera hora. Pareció con esto que el dedo de Dios lo señalaba, y fue electo y consagrado obispo de Mira, sede que ocupó hasta su muerte.
La ceremonia de la consagración se completa con un nuevo milagro sumamente dudoso, pero que citamos porque en él se funda la devoción de los que consideran a San Nicolás como abogado especial para casos de incendio. Quiere la tradición que, hallándose el nuevo obispo vestido de pontifical, penetrase en el templo una infeliz mujer que llevaba en brazos a un niño muerto abrasado. Lo depositó sin decir palabra a los pies del obispo, el cual oró brevemente, obteniendo del poder de Dios que el pobre niño volviese a la vida.
¿Fue martirizado San Nicolás durante la persecución del 319? ¿Estuvo en el concilio de Nicea? He aquí dos cuestiones dudosas históricamente, aunque en el terreno tradicional y devoto se contestan en sentido afirmativo. Se asegura que el obispo de Mira fue encarcelado por Licinio y sometido a tortura en la prisión, de lo que le quedaron cicatrices gloriosas, que mostró después en Nicea y que besó Constantino en la recepción final a los obispos concurrentes.
Pero no es nada seguro que San Nicolás estuviese en Nicea. Si, por una parte, nos sentimos inclinados a admitir que estuvo por la sencilla razón de que acudieron allí más de 300 obispos y se cuentan de fijo entre ellos casi todos los del Asia Menor, por otra hay que reconocer que, si estuvo, no se distinguió ni singularizó en nada, ni figura en la larga lista de prelados a los que se confió la difusión de los acuerdos del concilio. No hay que decir que es un puro absurdo la anécdota de San Nicolás en Nicea, dándole un bofetón a Arrio. Lo probable es tal vez que, siendo la diócesis de Mira la menos contaminada por el arrianismo, San Nicolás, por esa razan o la que fuese, no acudió a Nicea.
Lo cual no impide que, en su viaje de ida al concilio, se sitúe el menos admisible y más burdamente popular de sus milagros, que debemos referir a pesar de todo, porque es la leyenda que mas influencia ha ejercido sobre la iconografía de San Nicolás. En la mayoría de las estampas e imágenes aparece San Nicolás al lado de una especie de cubo, del cual salen tres niños en ademán de orar y dar las gracias. Esto alude a una conseja atroz, a la que no se concede el menor crédito histórico. Pretende que, yendo San Nicolás camino de Nicea para asistir al concilio acompañado de Eudemo, obispo de Pátara, y tres sacerdotes más, se detuvieron al caer de la tarde en un mesón o ventorro donde determinaron pasar la noche. Al servirles la cena el ventero puso sobre la mesa una fuente llena de tasajos, al parecer de atún en escabeche. Dispúsose San Nicolás a echar la bendición, y en el mismo instante se le reveló que aquellos tasajos no eran de otra cosa que de carne humana. El ventero era un asesino que, de vez en cuando, mataba a un huésped y salaba la carne, que ofrecía después a otros. Las últimas víctimas habían sido tres adolescentes, que yacían ahora—si a eso puede llamarse yacer—despedazados en una cuba, San Nicolás acusó al ventero de su horrendo crimen y, como el mal hombre la quiso negar, el Santo conminó a todos a que le acompañasen a la bodega o despensa, donde, puesto en oración frente a una cuba, salieron de ella los tres muchachos vivos, que dieron gracias al Santo por su intercesión.
Registrado este milagro apócrifo para explicar al lector el sentido de la más acostumbrada representación de San Nicolás, nos queda por decir que el obispo vivió santamente hasta los sesenta y cinco años de edad y que se da como fecha de su muerte el 6 de diciembre del 345. Enterrado en la iglesia de Mira permaneció el cuerpo de San Nicolás por espacio de setecientos cuarenta y dos años, hasta que, habiendo pasado la ciudad y todo aquel territorio a manos de los sarracenos, cundió en las poderosas ciudades italianas, donde la devoción al Santo era muy viva, el propósito de realizar una expedición para el rescate de sus restos mortales. Donde más intensamente arraigó el propósito fue en Venecia y en Bari. Los de está última ciudad dieron cima a la empresa utilizando un barco que en apariencia iba a llevar trigo a Antioquía. Lograron apoderarse de la venerada reliquia y desembarcar con ella en Bari el 9 de mayo de 1087. Allí reposan desde entonces los restos del Santo, que por eso es llamado de Bari, y la ciudad es centro de peregrinaciones de devotos de todas partes. Es santo Patrono de Rusia, cuyo último zar llevó su nombre y donde la Iglesia cismática celebra la fiesta de la traslación de San Nicolás. El número de rusos que afluían a Bari antes del comunismo era tal, que hubo en la ciudad italiana una hospedería y un hospital moscovitas.
San Nicolás es patrono de marinos y navegantes, porque se cuenta que en una ocasión aquietó las olas enfurecidas, salvando un barco próximo a zozobrar. Y es él, bajo su propio nombre en países católicos, y como la mítica figura de Santa Claus (Saint Nicholas—Sint Klaeg— Santa Claus ) entre protestantes, quien trae juguetes a los niños. Ha resultado, en verdad, “vencedor de pueblos‘ por la universalidad de la devoción que inspira.
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