Lutero no era alguien a quien hoy llamaríamos “defensor de la mujer”. Con un planteo puritano, consideraba que el sexo era siempre pecado, aunque Dios lo perdonase, de allí que la mujer fuese necesaria para el hombre, aunque perteneciese a una segunda categoría; a la categoría de cosa:
“La mujer no ha sido creada para ser virgen, sino para engendrar hijos (…). Las mujeres sólo sirven para el matrimonio o para la prostitución”[1].
De allí que aconsejaba que,
“aunque las mujeres se fatiguen y aun revienten con la preñez, tú déjalas reventar en buen hora que para eso han nacido. Más vale vida corta con salud, que larga con enfermedad”[2].
Con el tiempo no dudaría en incluso aplaudir cierto rapto de unas religiosas de parte de algunos clérigos violentos, en la noche del Sábado Santo de 1523, llamando a su cabecilla “bienaventurado ladrón”:
“Como Cristo, habéis sacado esas pobres alas de la prisión de la tiranía humana; lo habéis hecho en una fecha providencialmente indicada, en este momento de Pascua, en que Cristo ha destruido la prisión de los suyos”[3].
“Si una mujer se niega a pagar el débito conyugal, el hombre debe echarse la cuenta de que su mujer ha sido robada y apropiada por forajidos y agenciarse otra”[4].
La mujer es simplemente,
“un animal estúpido que sólo servía de mero instrumento para acallar el apetito sensual: Tan pronto como cualquier hombre sienta en sí la plenitud de los fueros de macho, tome una mujer, y no tiente a Dios. Para eso la doncella tiene su sexo de mujer; para que le suministre al hombre un remedio saludable para evitar el onanismo”[5].
De allí que estuviese a favor del goce de varias mujeres a la vez, pues “la poligamia no es opuesta a la Sagrada Escritura”[6].
A Enrique VIII, el incontinente rey inglés, que le pedía consejo, le decía: “antes le permitiría al rey añadir una segunda reina a la primera, y a ejemplo de los patriarcas y reyes antiguos tener a la vez dos mujeres o dos reinas” (Denifle, 142-143), pues “no hay prohibición de que un hombre pueda tener más de una mujer, y yo por ahora no podría impedirlo”[7].
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
[1] Alfredo Sáenz, La Nave y las tempestades. La Reforma Protestante, Gladius, Buenos Aires 2005, 149.
[2] Heinrich Denifle, Lutero y el luteranismo. Estudiados en sus fuentes,Tip. Col. Santo Tomás de Aquino, Manila 1920, 323.
[3] Alfredo Sáenz, op. cit.,, 193.
[4] Heinrich Denifle, op. cit., 317.
[5] Ídem, 323.
[6] Ídem, 142.
[7] Ídem, 25.
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