A media hora de Madrid —sin perder puntos en el trayecto— me planto en La Acebeda, una casa de Miraflores de la Sierra a 1.200 metros de altura sobre el nivel del mar. Son, al menos 4 ó 5 grados menos de temperatura y un paisaje de montaña bastante más grato que el que veo cada día desde mi casa.
Debo atender una convivencia de mujeres de la Obra, que serán mis vecinas durante los próximos 15 días. Yo ocupo una zona de la casa destinada al sacerdote, con entrada independiente y un mínimo jardín amurallado.
No tengo televisión, pero sí wifi, aunque uno no pueda fiarse: telefónica suele gastar frecuentes bromas a los usuarios y en cualquier momento uno puede quedarse sin cobertura.
Me propongo escribir algo cada día y recuperar en lo posible el tiempo perdido. Que nadie se alarme; no diré media palabra sobre la investidura. Tendré que redactar un par de artículos para mi sección de Mundo Cristiano y seguiré estudiando Derecho Romano, que es mi última chaladura. En la carrera me dieron Matrícula de Honor en esta materia, pero siempre pensé que debía volver a estudiarla para poder lamentarme mejor del estropicio que nuestros legisladores y jueces han ido perpetrado en Europa durante el último siglo.
También daré clases de Teología y de Derecho Canónico; pero sobre todo conversaré con los pájaros de la zona y seré testigo de la migración de otoño, camino del sur.
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