El poder sanador de Cristo

Cristo, como Médico, ofrece medicinas variadas según sean los males y enfermedades que experimentamos en nuestra alma. Sólo hay que acudir a Él señalándole nuestra enfermedad sin ocultarla.

"La predicación, ciertamente, corrige a quien está entregado al pecado. Pero a quien es justo y vive apartado del vicio, le ayuda a progresar.

Se trata de la misma receta y a disposición de todos están las medicinas.

Pero la cura no es la misma, sino la que cada uno elige según le conviene. Por eso, quien toma la medicina adecuada, se alegra de ella y quien descuida su herida, acrecienta su mal y se pone en peligro de que desemboque en un fatal resultado.

Por eso, que no nos moleste recibir la visita del médico. Alegrémonos de ella, aunque el tratamiento prescrito sea causa de agudos dolores. Más adelante habrá de procurarnos un fruto sabrosísimo. 

Hagamos cuanto sea menester para que inmunes a las plagas y restablecidos de las heridas que hayan podido causarnos en el alma los dientes del pecado, podamos avanzar hacia la vida eterna" (S. Juan Crisóstomo, In Io., hom. 14,4).

Cristo posee un poder sanador que pone al servicio del hombre, al servicio de sus hermanos.

"Dominar a los demonios y ahuyentarles no es una obra humana, sino divina. Y al verle curar las enfermedades a las que está sujeto el género humano, ¿cómo pensar todavía que es un hombre y no Dios?

Purificaba a los leprosos, hacía andar a los cojos, abría los oídos de los sordos, daba la vista a los ciegos, y, en una palabra, alejaba del cuerpo de los hombres todos los males y enfermedades y en esas acciones cada cual podía contemplar su divinidad.

Al verle dar lo que faltaba al que había nacido con algún defecto natural y abrir los ojos del ciego de nacimiento, ¿quién no habría pensado que la creación de hombres le está sometida y que él es su artífice y su creador? El que da a un hombre lo que no tenía por nacimiento, sin duda es también el Señor de la generación humana" (S. Atanasio, De Incarnatione, 18).

Como Médico se acercó Cristo a los enfermos, a los hombres enfermos y heridos por sus pecados, y se acercó hasta el punto de encarnarse, hacerse hombre y tocarlos para darles la vida y la salud. Ésta es la razón de la Encarnación: una cercanía salvadora.

"Pero cuando el hombre fue creado y la necesidad exigió la curación, no de la nada, sino de los seres que existían ya, era lógico que el médico y Salvador se aproximase a las criaturas para curar a los seres ya existentes. El hombre existía y es por esto por lo que el Salvador se sirve del cuerpo como de un instrumento humano" (S. Atanasio, De Incarnatione, 44).

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