“Cuando veáis a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sabed que está cerca la destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en las ciudades, que se alejen; los que estén en el campo, que entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”. (Lc 21,20-28)
Un discurso en el que todo parece destrucción y ruina.
Como si quisiera meternos miedo en el corazón.
Como si todas las esperanzas se muriesen.
Como si todas las estrellas de nuestras ilusiones se apagasen.
Como si todos los sueños se viniesen abajo.
¿Será que al final de los tiempos las esperanzas e ilusiones se marchitan y mueren?
Leámoslo en clave de Dios:
Jesús no es de los que anuncia calamidades y desgracias.
Jesús no es de los que anuncia desilusiones y fracasos.
Jesús no es de los que anuncia desesperanzas.
Jesús no es de los que pone miedos en nuestras mentes.
Por el contrario, Jesús:
Es de los que nos anuncia que lo transitorio pasará.
Es de los que nos anuncia que lo material pasará.
Es de los que nos anuncia que lo accidental pasará.
Pero:
No para que caigamos en la desilusión.
Ni en la desesperanza.
Ni en la muerte de los grandes ideales.
Todo pasará. Menos El.
Todo pasará. Menos el Evangelio.
Todo pasará. Menos el amor de Dios.
Todo pasará. Menos la gracia de la salvación.
Todo pasará. Menos Dios.
Al fin, la verdad y el bien serán los que triunfen.
Lo nuevo:
Necesita renunciar a lo viejo.
Necesita destruir lo viejo.
Necesita destruir lo que está en ruinas.
Necesita transformar lo que ya no sirve.
Jesús anuncia que lo caduco desaparecerá.
Que lo perecedero desaparecerá.
Pero vendrá lo definitivo.
Entonces “veremos la verdadero gloria del Hijo del Hombre”.
Será entonces que “le veremos venir a El en todo su poder y majestad”.
Será entonces que estamos llamados, no a hundir en la desesperación:
Sino a levantar la cabeza.
Porque se “acerca nuestra liberación”.
La muerte nunca es el final sino el comienzo.
Con frecuencia la vida está cargada de desilusiones y desesperanzas.
Pero no es ese el final. El final será la realización de toda esperanza.
Con frecuencia, la vida está oscurecida por las desgracias.
No es fácil entonces ver la luz al final del túnel.
Sin embargo:
No será el mal el que triunfe definitivamente, sino el bien.
No será la mentira la que triunfe al final de camino, sino la verdad.
No serán los hombres los que triunfen destruyéndonos.
Será Dios que nos salvará.
No será el final de todo.
Será el comienzo de lo nuevo, lo definitivo.
No estamos llamados al miedo, sino a la confianza.
No estamos llamados a la desgracia, sino a la gracia.
No estamos llamados al vacío, sino a la plenitud.
No estamos llamados a la muerte, sino a la vida.
No estamos llamados a seguir siempre sufriendo en este mundo.
Sino que estamos llamados a la felicidad de Dios.
Al final, todo desaparecerá.
Pero para dar lugar a la novedad del más allá.
No tengamos miedo, “alcemos la cabeza”, “abramos los ojos”.
Es la plenitud de la salvación la que está amaneciendo.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario
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