Estocolmo |
Oportunidades como estas es mejor no dejarlas pasar. Antonio había comenzado a dar clases en la escuela pública y pronto los directores de departamento le sugirieron la participación en un pequeño simposio organizado por la Unión Europea. Hasta aquí puede sonar aburrido.
Si añadimos que la reunión tendría lugar en Estocolmo con todos los gastos pagados, la cosa mejora mucho. Otro profesor le cubriría el puesto. No lo dudó.
Las sesiones de carácter teórico se desarrollarían durante el jueves y el viernes, mientras que las de índole práctica y los grupos de trabajo tendrían lugar el lunes y el martes. El sábado era un día de excursión y el domingo, libre. Antonio aprovechó para ir a Misa. Volvió muy sorprendido.
El sueco no era su fuerte, de modo que no entendió ni una palabra. Ahora bien, la Misa estaba especialmente dirigida para niños y era –como hoy– la fiesta de Cristo Rey. El sacerdote en la homilía mostró a los fieles un trono real de madera que tenía oculto tras el ambón, una corona preciosa, un cetro de oro y unos vestidos lujosísimos.
Pocos minutos después, enseñó la desnudez de una cruz áspera que dejó junto al trono; una corona de espinas que solo tocarla hería (la depositó junto a la corona de oro); un lanza que simulaba aquella otra que hirió el costado de Cristo y que fue a parar junto al cetro y un cartel donde ponía INRI, que fue lo único que acompañó (junto con los clavos y un pedazo de tela) al cuerpo desnudo de Cristo en la cruz.
«Ese día entendí», decía más tarde Antonio, aún sobrecogido, «que el reinado de Cristo es pobreza y desnudez, entrega hasta el final».
Como dice san Pablo, Cristo se hizo pobre para enriquecernos a todos (2 Co 8, 9). Pídele no dilapidar tan rica herencia por la comodidad de una conducta egoísta. Ten la valentía de examinar si acaso no lo estás haciendo ya. Ten el coraje, con su gracia, de imitarle.
Cristo es rey… ¿y cuál es su poder? «No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo», dice Benedicto XVI, sino que «es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte»[1]. Cristo puede ayudarte en tu lucha contra el pecado, en tu pelea contra los vicios que castigan tu cuerpo y tu alma. Ante la tentación y la debilidad, acude a Cristo Rey.
[1] Benedicto XVI, Angelus 22 de noviembre de 2009.
Fulgencio Espá
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