“Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”. (Lc 21,1-4)
Dar y compartir de lo que se tiene siempre será algo bello y hermoso.
Dar cosas siempre será algo bonito.
Sin embargo, hay algo todavía más bello:
Darlo todo.
Dar lo que yo necesito.
Darme a mí mismo.
Lo más elegante de la vida es “dar y darse”.
Se puede dar, por simple educación.
Pero nadie se da a sí mismo por educación.
Solo nos damos a nosotros mismos por amor.
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
La frase es del mismo Jesús.
Pero, no solo la frase, porque Jesús no solo dio de lo poco que tenía.
Jesús se dio a sí mismo.
Jesús se entregó a sí mismo.
Jesús fue capaz de dar su vida en la Cruz sin reservarse nada.
Hasta las ropas le quitaron, porque para morir, lo mejor es morir desnudo como desnudo se nace.
Nacemos desnudos y sin nada.
Y morimos desnudos y sin nada.
Jesús, mientras contemplaba cómo la gente echaba sus limosnas en el cepillo, en el fondo se estaba viendo a sí mismo.
Hay quienes dan por exhibicionismo.
Siempre luce y da caché a los que dan mucho.
A esos lo llamamos onerosos, aunque no sino por lucirse.
Hay quienes dan poco, y nadie se fija en ellos.
Hay quienes lo dan todo, y hasta pueden pasar desapercibidos.
La viuda que echó sus dos reales ni hizo noticia.
Hasta alguien pudiera decir: “ha echado lo que le estorba en el bolsillo”.
Sin embargo, esta pobre viuda, fue noticia para Jesús.
Y hasta la presentó a sus discípulos como modelo de dar.
Los demás daban menos de lo que se quedaba en el bolsillo.
Los demás daban de lo que les sobraba.
Ella, ya sabía de necesidades.
Ella, ya sabía lo que es ver la carne en el mostrador pero no poder comprarla.
Ella, ya sabía lo que era remendar el vestido, porque no le daba para uno nuevo.
Ella, ya sabía lo que era desayunar con “un te aguadito”, porque no le daba para la leche ni el café.
Ella, ya sabía lo que era comerse unas papas sin condimento, porque no tenia para más.
Y sin embargo, ella echó los “dos reales” que era todo lo que tenía para vivir.
Y echar lo único que se tiene para vivir, es echar la vida entera.
Ella vivía el Evangelio del “dar”.
Ella vivía el Evangelio de la “propia vida de Jesús”.
Ella vivía el Evangelio del “amor hasta el extremo”.
Quedarse sin nada para poder comer al mediodía.
Es posible que no todos tengan el mismo valor.
Me gustaría que todos llegásemos a esa generosidad.
Pero quiero ser realista.
Si no damos de lo que “necesitamos para vivir”, compartamos al menos lo que nos sobra y se va a estropear.
Acabaríamos con el hambre en el mundo, solo compartiendo lo sobrante, lo que no necesitamos.
Clemente Sobrado C. P.
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