A raíz del post publicado el pasado día 17, en el que aparecía el video de un reverendo bailando en torno al altar en medio de la misa, varios comentaristas me afeaban la supuesta burla de un servidor (burla en todo caso del que hace semejantes bailoteos) hacia el compañero, amparándose algunos de ellos nada menos que en la posibilidad de que el sacerdote estuviese danzando por una irrefrenable inspiración del Espíritu Santo.
Tengo que decir que servidor es bastante parco a la hora de admitir excepcionalidades a la vida habitual de la santa Iglesia. Desde ese supuesto, además, no acabaría de entender que el Espíritu decidiese inspirar cosas diferentes a las ya inspiradas con anterioridad.
La Iglesia tiene una liturgia custodiada, transmitida, ordenada y regulada bajo la autoridad de aquellos que, por don del Espíritu mismo, han sido constituidos en pastores de la misma. Esto nos llevaría a la paradoja de que el Espíritu cuida de su Iglesia en doctrina, moral y liturgia, para luego cachondearse de lo ya inspirado y hacer la bromita de convertir a un sacerdote normal en un saltimbanqui. Me da que no.
Es que sería de chiste. El Espíritu iluminando y guiando a su Iglesia para que custodie y transmita con fidelidad lo recibido por los apóstoles, entre otras cosas la liturgia, y a su vez suscitando comportamientos que van en contra de lo que la misma Iglesia tiene establecido.
Hace no mucho me contaban de una misa en la que el rito de la paz se prolongaba tiempo y tiempo con profusión de besos, abrazos, cantes y bailes, con la disculpa de que era inevitable porque era lo que el Espíritu suscitaba en ese momento. Digo directamente no, que el Espíritu no tiene por costumbre inspirar que se desobedezca la liturgia, al menos en lo que un servidor aprendió en su momento.
Al compañero cura bailarín yo apenas le diría una cosa, y es que si en verdad es sacerdote moderno, actual, renovado y en plena comunión con el concilio Vaticano II, entonces con mayor motivo debe recordar aquellas palabras de la Sacrosanctum Concilium 23: “22: “Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia”. Bien podía haber añadido “a no ser que lo suscite excepcionalmente el Espíritu, pero se les pasó a los padres conciliares.
Se amos claritos. Lo que no puede ser es que cada uno en la liturgia, muy especialmente en la celebración de la Eucaristía, haga lo que le venga en gana con la disculpa de que el Espíritu me ha impulsado. Porque puede llegar otro al que el Espíritu le impulse a soltar dos galletas al innovador para que se ciña al ritual, y ya la hemos liado.
¿Oiga, y a usted que le suscita el Espíritu? ¿A un servidor? Celebrar la misa según está mandado, con devoción, limpieza de corazón y atención a la piedad y santidad de los fieles, de forma que la Eucaristía nos haga más santos, testigos creíbles del evangelio y nos comprometa con las necesidades materiales y espirituales de los hombres nuestros hermanos. ¿Y bailar? Todavía no. Y no creo que en el futuro.
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