“Dijo Jesús a sus discípulos: “Tened cuidado; no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del Hombre”. (Lc 21,34-36)
Ultimo día del Ciclo Litúrgico B.
Llegamos a final del camino, pero mañana comenzaremos de nuevo.
Eso es la vida: estaciones.
Estaciones que terminan y estaciones que comienzan.
Y así son los días.
Días que terminan en un sitio y amanecen en otro.
“Creí que mi último viaje tocaba ya a su fin, gastado todo mi poder:
que mi sendero estaba ya cerrado;
que había ya consumido todas mis provisiones;
que era el momento de guarecerme en la silenciosa oscuridad.
Pero he visto que tu voluntad no se acaba nunca en mí.
Y cuando las palabras viejas se caen secas de mi lengua,
nuevas melodías estallan en mi corazón,
y donde las verdades antiguas se borran,
aparece otra tierra maravillosa”. (R.T)
Mientras Jesús nos habla de los finales, no habla de finales, sino de nuevos comienzos.
Por eso nos pide:
No llorar lo que se va, sino sonreír a lo que se nos viene.
No aferrarnos a las palabras viejas, sino ponernos atentos “a las nuevas melodías que estallan en el corazón”.
Y donde las “verdades antiguas se borran, sentir que aparece otra tierra maravillosa”.
Por eso se nos pide:
Que no se embote la mente, sino que la mentamos siempre abierta.
Que estemos siempre atentos, para que lo nuevo no nos encuentre de espaldas.
Que estemos siempre despiertos, porque es la única manera de gozar del amanecer.
Que estemos siempre de pie, para poder recibirle cuando El llegue.
Es preciso una mente no embotada que se hace insensible a lo nuevo.
Es preciso que los agobios de la vida no hagan insensible nuestra esperanza.
Es preciso tener los oídos atentos para escuchar sus pisadas cuando llegue.
Es preciso tener los ojos abiertos para verlo llegar.
Es preciso tener las puertas abiertas para no hacerle esperar.
Es preciso tener la mesa puesta para invitarle a sentarse con nosotros.
Cuando todo comienza a oscurecerse porque el día se va, la ciudad se ilumina.
Cuando la noche lo borra todo, la mañana nos devuelve la belleza del jardín.
Cuando la muerte anuncia el final, el resucitado nos inunda del resplandor de la Pascua.
Cuando pensábamos refugiarnos en la silenciosa oscuridad, Alguien enciende siempre una luz.
Nuestro viaje solo toca a su fin cuando no vemos más allá.
Nuestro sendero está cerrado cuando lo llenamos de desesperanzas.
Los caminos de Dios tienen desiertos difíciles, pero siempre anuncian la “tierra prometida”.
Los caminos de Dios tienen momentos difíciles en la vida, pero nunca falta la Buena Noticia de una vida nueva.
Desaparecerá la oscuridad, porque siempre hay un amanecer.
Dios no anuncia finales. Dios siempre anuncia comienzos.
Dios no anuncia atardeceres. Dios anuncia amaneceres.
Lo importante es que nuestras vidas no estén embotadas e incapacitadas de ver la nueva luz.
Ante los problemas y dificultades no busquemos evasiones que oscurecen más la vida.
Ante los problemas y dificultades descubramos que “la voluntad de Dios no se acaba nunca en mí”.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario
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