San Andrés Dung-Lac y compañeros mártires
Vietnam +1745-1872
Vietnam escuchó el evangelio por primera vez durante el siglo XVI. El pueblo recibió la fe con gran alegría pero pronto vino la persecución. Durante los siglos XVII, XVIII y XIX muchos vietnamitas fueron martirizados, entre ellos obispos, presbíteros, religiosos, y seglares.
La historia religiosa de la Iglesia vietnamita señala que han existido un total de 53 Edictos, firmados por los Señores TRINH y NGUYEN o por los Reyes que, durante más de dos siglos, en total 261 años (1625-1886), han decretado contra los cristianos persecuciones una más cruel que la otra. Son alrededor de unas 130.000 las víctimas caídas por todo el territorio nacional.
A lo largo de los siglos, estos mártires de la Fe ha sido enterrados en forma anónima, pero su recuerdo permanece vivo en el espíritu de la comunidad católica. Desde el inicio del siglo XX, 117 de este gran grupo de héroes, martirizados cruelmente, han sido elegidos y elevados al honor de los altares por la Santa Sede en 4 Beatificaciones:
en el 1900, por el Papa León XIII, 64 personas
en el 1906, por el Papa S. Pío X, 8 personas
en el 1909, por el Papa S. Pío X, 20 personas
en el 1951, por el Papa Pío XII, 25 personas
clasificadas así:
11 españoles: todos Dominicos: 6 Obispos, 5 Sacerdotes;
10 franceses: todos de las Misiones Extranjeras de París: 2 Obispos, 8 Sacerdotes;
96 vietnamitas: 37 Sacerdotes (11 de ellos dominicos) y 59 Cristianos (entre ellos: 1 seminarista, 16 catequistas, 10 terciarios dominicos y 1 mujer).
“Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (Apoc 7, 13-14), según el siguiente orden cronológico:
2 caídos bajo el reinado de TRINH-DOANH (1740-1767)
2 caídos bajo el reinado de TRINH-SAM (1767-1782)
2 caídos bajo el reinado de CANH-TRINH (1782-1802)
58 caídos bajo el reinado del Rey MINH-MANO (1820-1840)
3 caídos bajo el reinado del Rey THIEU-TRI (1840-1847)
50 caídos bajo el reinado del Rey TU-DUC (1847-1883)
Y en el lugar del suplicio el Edicto real, colocado junto a cada uno de los ajusticiados, precisa el tipo de sentencia:
75 condenados a la decapitación,
22 condenados a ser estrangulados,
6 condenados al fuego, quemados vivos,
5 condenados al desgarro de los miembros del cuerpo,
9 muertos en la cárcel debido a las torturas.
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MARTES DE LA SEMANA 34ª DEL TIEMPO ORDINARIO
1. (Año I) Daniel 2,31-45
a) Dios premió la fidelidad de Daniel y sus compañeros con el don de la sabiduría. Daniel supo interpretar para el rey la visión de aquella gigantesca estatua que contenía en sí cuatro etapas de la historia. Una visión que ninguno de los adivinos del rey había logrado descifrar.
Con los elementos en grado decreciente -oro, plata, bronce, hierro- se describen simbólicamente cuatro imperios sucesivos. El de oro es el del mismo Nabucodonosor, el reino babilonio, el más poderoso. Le seguirá uno de plata, el de los medos. Luego, otro de bronce, el de los persas. Y finalmente uno de hierro, el de los griegos, en el que se entretiene más, porque corresponde al de lo’s seléucidas, con Antíoco Epífanes, que es el que están padeciendo los judíos cuando se escribe el libro.
Todos ellos se creen reinos sólidos, pero no lo son: la estatua tiene los pies de barro. Y en el futuro aparecerá un reino misterioso, “suscitado por el Dios del cielo”, “una piedra que se desprende sin intervención humana y choca contra la estatua de los pies de barro”, que “destruirá y acabará con todos los demás reinos, y él durará por siempre”.
b) Es la clave de la historia, con su sucesión de imperios y reinos, todos caducos, a pesar del orgullo de sus reyes.
La misma historia humana se encarga de que los varios imperios sean derribados por el siguiente. Las causas pueden ser políticas o económicas o militares, además de los aciertos y los defectos humanos. Pero aquí la historia de los cuatro imperios -que, escrita unos siglos más tarde, ya se ve en perspectiva cumplida- se interpreta desde la visión de la fe, y se anuncia, además, la llegada de un reino procedente del cielo, el del Mesías.
Cuántos imperios e ideologías han ido cayendo, y siguen cayendo en nuestros tiempos, porque tenían los pies de barro! Esto nos hace más humildes a todos, y nos advierte de la tentación de poner demasiado entusiasmo en ninguna institución ni en ningún ídolo. “No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar. Exhalan el espíritu y vuelven al polvo: ese día perecen sus planes”, dice sabiamente el salmo 146. Y lo mismo habría que decir de nosotros mismos, que también tenemos pies de barro y somos frágiles: no podemos confiar demasiado en nuestras propias fuerzas.
La lectura de hoy nos da ánimos para que confiemos en ese Reino universal de Cristo, que celebramos el domingo pasado y que da color a estos últimos días del Año Litúrgico y al próximo Adviento. Todo lo demás es caduco. Cristo, ayer, hoy, y siempre, el mismo.
2. Lucas 21,5-11
a) A partir de hoy, y hasta el sábado, leemos el “discurso escatológico” de Jesús, el que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Lo que es coherente con esta semana, la última del Año Litúrgico, que hemos iniciado con la solemnidad de Cristo Rey del Universo.
Escuchamos el segundo lamento de Jesús sobre su ciudad, Jerusalén anunciando su próxima ruina. Pero Lucas lo cuenta mezclando planos con otro acontecimiento más lejano, el final de los tiempos. Es difícil deslindar los dos.
La perspectiva futura la anuncia Jesús con un lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero “el final no vendrá en seguida”, y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo “yo soy”, o “el momento está cerca”
b) La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y “no quedó piedra sobre piedra”. Nos hace humildes el ver qué caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos -y con razón- de la belleza de su capital y de su templo, el construido por el rey Herodes. Pero estaba próximo su fin.
El otro plano, el final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? “Cuidado con que nadie os engañe: el final no vendrá en seguida”.
Esta semana, y durante el Adviento, escuchamos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que es la verdadera sabiduría. Cada día es volver a empezar la historia. Cada día es tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a nuestras vidas.
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