“Dijo Jesús a sus discípulos: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas: y en la tierra angustias de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje… Estad despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre”. (Lc 21,25-28.34-36)
A primera vista pareciera que comenzamos mal el Adviento.
Con miedos.
Con angustias.
Gente enloquecida.
Y el mundo de patas arriba.
Todo habla de destrucción y ruinas.
A primera vista resulta chocante.
Sin embargo, tenemos que tener en cuenta de que el Adviento tiene dos partes.
La primera hace alusión a la última venida de Jesús al final de los tiempos.
La segunda habla de la espera de la venida de Jesús encarnado en la Navidad.
Sin embargo, el fin del mundo ¿será la destrucción de la creación?
Yo estoy seguro de que Dios no destruye nada de lo que hizo.
Pero llegará un momento en que este mundo tal y como está llegará a su fin.
Pero para ser renovado en una nueva creación.
Y para levantar lo nuevo es preciso destruir lo viejo.
Dios no es de los que parchan las cosas.
“Yo lo hago todo nuevo”.
Por eso, mediante ese lenguaje apocalíptico que habla de destrucción, en el fondo nos está abriendo a la esperanza de lo nuevo.
“Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva”.
¡Cuántas casas viejas vemos que se destruyen para ver luego levantarse un lindo edificio!
Aquí mismo, a nuestro lado había una casona antigua con un gran jardín pero abandonado. He visto cómo entraron los tractores y lo tiraron todo. Y comenzaron a perforar hacia abajo para asentar nuevos cimientos. Hoy se levanta un Hotel de cinco estrellas.
La muerte destruirá nuestro cuerpo mortal.
Pero será para transformarlo en cuerpo espiritual.
La resurrección fue la transformación del cuerpo humano de Jesús.
Para amanecer al tercer día en un cuerpo glorioso y resucitado.
Dios no es un profeta de desgracias.
Dios no es un profeta de destrucción.
Dios no es un profeta de muerte.
Dios es siempre el profeta de la gracia y salvación.
Dios es siempre el profeta de lo nuevo, de lo resucitado.
Dios es siempre el profeta de la vida.
Hasta Pablo nos habla de que “hay que matar al hombre viejo que hay en nosotros”.
Pero es para que nazca el hombre nuevo.
Todos llevamos demasiada chatarra en nuestro corazón.
Y Dios quiere quitarnos esa chatarra para “crear en nosotros un corazón nuevo”.
Lo malo suele ser que nosotros apreciamos más esa chatarra que lo nuevo.
Lo malo suele ser que tenemos miedo a desprendernos de la chatarra que llevamos dentro.
Mientras tanto Dios quiere sacar de nosotros esos muebles apolillados, para regalarnos esos muebles nuevos de la gracia y la santidad.
Nos duele desprendernos de lo viejo.
Cuando debiéramos hacer fiesta por lo nuevo que está por nacer.
Cuando el niño nace, para es él es como un morir, con lo bien que se sentía en el seno materno.
Y mientras tanto los sufrimientos del hijo y de la madre se transforman en la alegría del nacimiento de un nuevo ser.
Dios no anuncia desgracias, sino gracia.
Y el adviento debiera ser un tiempo:
Para desprendernos de todo lo viejo que hay en nosotros.
Para desprendernos de una mente envejecida por nuestras viejas ideas.
Para desprendernos de un corazón apolillado por un corazón recién estrenado
No nos aferremos a nuestra chatarra y muebles apolillados.
Abrámonos a un corazón recién amueblado por Dios.
Clemente Sobrado C. P.
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