Del Vatican Insider
La fatiga y el reposo. En la Misa Crismal, acompañado por cientos de sacerdotes, el Papa Francisco aseguró hoy que el cansancio “es bueno” en los hombres de Dios. Siempre y cuando sea fecundo. Y puso en guardia ante las tentaciones de un “mal cansancio” o la ausencia de este. Porque, advirtió, la fatiga esta muy lejos de quienes “usan perfumes caros”, “te miran desde arriba” o “andan por la ciudad en autos de vidrios polarizados”.
En una celebración tradicionalmente compartida con los presbíteros de Roma, en una Basílica de San Pedro llena, el pontífice reconoció que conducir al “pueblo fiel” es duro y se experimenta en la enfermedad, la muerte y la “consumación en el martirio”.
“El cansancio de los sacerdotes… ¿Sabéis cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajáis en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos”, dijo, en un largo sermón.
Alertó contra la tentación de los curas de “descansar de cualquier manera”, cuando siente el peso del trabajo pastoral. “No caigamos en esta tentación”, indicó. Y agregó: “¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas, tenemos necesidad de pastor”.
Con una serie de interrogantes cuestionó cómo descansan los sacerdotes. Preguntó si lo hacen con gratitud por el cariño de la gente o buscando “descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo”. Si saben pedir ayuda a algún cura sabio, si dejan de lado la auto-exigencia, la auto-complacencia, la auto-referencialidad, la preocupación y la angustia excesiva.
Recordó que las tareas pastorales, como “curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos”, no son fáciles ni exteriores, sino que implican capacidad de compasión.
“Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido… Tantas emociones, tanto afecto, fatigan el corazón del pastor”, estableció.
Y apuntó: “Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos, se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido y hasta parece comido por la gente. Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios… que siempre cansa”.
Entonces mencionó tres tipos de cansancios: el “cansancio de la gente”, el “cansancio de los enemigos” y el “cansancio de uno mismo”. El primero –explicó- es bueno, porque es agotador el contacto con las multitudes pero está “lleno de frutos y de alegría”.
Aseguró que la gente “ama, quiere y necesita a sus pastores”, por eso no los deja sin tarea “salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados”.
“Este cansancio es sano. Es el del sacerdote con olor a oveja, pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos”, señaló.
Sobre el “el cansancio de los enemigos” constató que el demonio y sus secuaces no duermen para acallar y tergiversar la palabra de Dios. Insistió que “el maligno es astuto” y puede tirar abajo en un momento lo construido con paciencia. Por ello, recomendó a los sacerdotes aprender a “neutralizar el mal”.
Pero sostuvo que el cansancio más peligroso es el “de uno mismo”: Una fatiga “auto-referencial”, el “jugar con la ilusión de ser otra cosa” y “coquetear con la mundanidad espiritual”. Cuando uno se queda sólo –continuó- se da cuenta de estar impregnado de esa “mundanidad” y tiene la impresión que ningún baño lo puede lavar.
“El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo señor para que nos sintamos con derecho a estar alegres, plenos, sin temores ni culpas y nos animemos así a salir e ir hasta los confines del mundo, a todas las periferias, a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Y sepamos aprender a estar cansados, pero ¡bien cansados!”, concluyó.
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