“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo… No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios”. (Lc 1, 26-38)
María, “alégrate”.
Pero, si tu vida es toda alegría.
Porque tu vida está llena de gracia.
Porque tu vida está toda llena de Dios.
Que no hay rincón en tu corazón que no esté ocupado por Dios.
Que no hay rincón alguno en tu vida que no esté lleno de Dios y por Dios.
La verdad que me pongo a pensar y, perdóname María, pero te entiendo pero no logro comprenderlo.
Porque no sé cómo será un corazón que nunca experimentó el rasguño del pecado.
Porque no sé cómo será un corazón que nunca experimentó rasguño alguno de egoísmo, porque todo él es amor y gracia.
Porque no sé cómo será la alegría de un corazón tan limpio y sin mancha alguna que brilla con la blancura de la gracia.
Me cuesta entender mi corazón. Pero me cuesta entender cómo es el tuyo.
Porque:
Yo solo puedo experimentar un corazón herido por el pecado.
Yo solo puedo experimentar un corazón arañado por el egoísmo.
Yo solo puedo experimentar lo que es un corazón manchado por la debilidad del pecado.
¿Me quieres decir cómo es un corazón y una vida, tan única y tan especial, que jamás ha tenido la experiencia de lo que es sentir arañado, rasguñado, golpeado por el pecado?
Por eso tu alegría:
Nace de ti misma.
Nace de dentro de ti misma.
Tú misma entera eres alegría.
Tú misma entera eres gracia.
Me miro a mi mismo y descubro tantas zonas vacías, tantas zonas oscuras…
Por eso tengo que buscar, tantas veces, mi alegría fuera.
Por eso tengo que buscar, tantas veces, mi alegría no en mí, sino en las cosas.
Por eso tengo que buscar, tantas veces, cómo llenar esos vacíos de gracia, con cosas que me vacían aún más.
Quisiera estar lleno de gracia y me experimento lleno de vacíos.
Quisiera estar lleno de Dios y me experimento ocupado por las cosas.
Quisiera estar lleno de alegría y me experimento con nubes de tristeza dentro.
No me extraña que hayas “hallado gracia delante de Dios”.
Es que tú “le has caído bien a Dios”.
Es que tú, “le has caído tan bien a Dios”, que cuando te mira se ve como en un espejo.
Es que tú, “le has caído tan bien a Dios”, que cuando te mira se ve a sí mismo.
“Tan llena de gracia” que Dios no encuentra resistencias en tu corazón.
Dios no encuentra tropiezos en tu corazón.
Dios puede contar contigo entera, sin limitaciones, sin condiciones:
Con tu corazón virginal.
Con tu vientre virginal, tan virginal como es tu corazón.
Con tu voluntad virginal, como es tu corazón virginal.
Con tu sí virginal, como virginal eres tú entera.
Con tu virginal “hágase en mí según tu palabra”, como virginal es la Palabra que concebiste.
Permíteme, Madre inmaculada, te diga con aquellos versos de G. Diego:
“Ave María, Gratia Plena, suave
Nido de Encarnación, Pluma de vuelo,
Rosa blanca entre angélicos sonrojos.
Reina del cielo que te acoge y sabe:
Sálvame, mírame, tu pequeñuelo,
Y, Madre mía, véante mis ojos”
Clemente Sobrado C. P.
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