La primera foto es el altar de la catedral de Rochester visto desde la nave central, desde el transepto. Haced click sobre la foto para verla mejor. La segunda foto es ese maravilloso altar visto de cerca.
Esta catedral como tantas otras catedrales góticas ofrecían la imagen del altar mayor como una especie de Sancta Sanctorum, como el final de un itinerario, como el lugar recogido, resguardado, al que se llegaba tras un recorrido de oración a través del templo.
Esta idea es formidable, tan genial como las mismas catedrales góticas en las que se llevó a cabo. Sólo aquellas profundas mentes góticas podían haber ideado una articulación tan soberbia de los espacios sacros. Porque ellos entendieron que una catedral no es una iglesia grande. La catedral tenía que ser un espacio específicamente catedralicio. La capilla se prestaba a la cercanía. La catedral se prestaba a la idea de templo hierosolimitano, a la idea de compartimentación, a la idea de penetración progresiva hacia un lugar más santo. Esa penetración, muchas veces, implicaba la ascensión.
Especialmente en el siglo XX, todo eso fue olvidado (casi diríamos que de un modo magistral) en favor de espacios anodinos, de grandes cajas de zapatos, de espacios pobres porque la Iglesia era pobre. Desde luego pobreza intelectual sí que destilaban, ciertamente.
El tema de la pobreza en boca de ciertos maestros de la vulgaridad me ha hecho siempre suspirar por los tiempos de ciertos papas pecadores del renacimiento, por los tiempos de ciertos prelados corruptos medievales. Corruptos, venales y soberbios pero llenos de encanto. Richelieu, ora pro nobis.
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