Los milagros de todos los días

Domingo 30 del Tiempo Ordinario – A


José Luis Martín Descalzo, cuenta la anécdota de aquella niña Gabriela, uno de los personajes de la novela de Gerard Bessiere. Cómo un día su amigo Jacinto le pregunta qué ha hecho ese día en la escuela, a lo que Gabriela responde muy suelta de lengua.

He hecho un milagro. ¿Un milagro? ¿Y cómo lo hiciste? Tenemos una profesora que nos habla de los milagros de Jesús. Y nosotros le decíamos que no existían los milagros. La profesora respondió: “Sí, Dios hace también milagros para mí”. Sorprendidos los niños le preguntaron:

penriqueymonsvenancio¿Y podemos saber qué milagro Le ha hecho? Entonces ella les dice: Mi milagro sois vosotros mismos. Porque me lleváis todos los miércoles a pasear al parque empujando mi carrito de ruedas.

Jacinto, ¿no te gustaría hacer también tú milagros los miércoles? Jacinto respondió: “A mí me gustaría hacer milagros todos los días”.


El mayor milagro que Dios ha hecho con nosotros ha sido y sigue siendo su amor por nosotros. Y el mayor milagro que nosotros podemos hacer cada día es amar a los demás.

¿Acaso no es un milagro hacer felices a los demás?

¿Acaso no es un milagro hacer sonreír a los demás?

¿Acaso no es un milagro hacer que los demás se sientan bien hoy?

¿Acaso no es un milagro el que los demás se sientan amados, apreciados, estimados por nosotros?


Dios hace muchos milagros con nosotros. Pero ninguno mayor que el de hacernos sentir amados por El. El saber que, a pesar de nuestras debilidades, nos sigue amando.

¿No es un milagro el hecho de que nos perdone los pecados y nos renueve y nos haga nuevos cada vez que nos confesamos?

Y nosotros ¿no podemos hacer cada día el milagro de perdonar a cuantos nos han hecho algo y nos han ofendido?

¿No es un milagro de Dios el que se nos dé en comunión en la Eucaristía cada día?

Y nosotros ¿no podemos hacer cada día el milagro de darnos a nosotros mismos excomunión de amor a los demás?

¿No es un milagro de Dios el que cada día quiera estar a nuestro lado, habitando en nuestros corazones?

Y nosotros ¿no podemos hacer el milagro de visitar al hermano que está enfermo, al anciano que vive solo, o al preso que se pudre de asco en la cárcel?


Jesús nos dice que el mayor de los mandamientos es amar a Dios y que el segundo es igual al primero, amar al prójimo. Si amar a Dios ya es un milagro de la gracia, no es menor milagro el que cada día podamos abrir nuestro corazón a los hermanos, amando:

A los amigos y a los no amigos.

A los que tenemos cerca y a los que tenemos lejos.

A los que nos caen bien, y a los que caen mal.

A los que son buenos, y a los que nosotros tenemos por malos.

A los que no nos hablan, y a pesar de todo les decimos una palabra de bondad.


José Luis Martín Descalzo en el prólogo a su Libro ‘Razones para amar’, cuenta su propia experiencia de niño: Su mamá estaba enferma. Y él tenía la idea de que los enfermos se curaban cubriéndolos bien para que no tuviesen frío. Y no tuvo mejor ocurrencia que agarrarse una manta y a sus tres años arrastrarla por toda la casa hasta llegar al cuarto de su madre: “Manta, mamá, manta”. Y allí estaba yo intuyendo que “la ayuda que prestamos al prójimo no vale por la utilidad que presta, sino por el corazón que ponemos en hacerlo”.


Si supiésemos que Dios tiene frío, estoy seguro que todos le prestaríamos nuestras mantas para calentarlo. ¿Y por qué no hacer lo mismo cuando el que tiene frío es un hermano mío que, a caso, ni sé su nombre ni le conozco? ¿Acaso el amor al prójimo no es igual al amor a Dios? ¿Acaso el prójimo vale menos que Dios? Pues a decir verdad, hasta me atrevería a decir que vale tanto o más. Porque ¿no entregó Dios a su Hijo único para que no perezca ninguno de nosotros?


En su primera Encíclica Benedicto XVI nos dice: “Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (n15) Amor a Dios y amor al prójimo “están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia….. el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”. (n.16)


Con frecuencia pensamos que solo Dios puede hacer milagros, cuando en realidad todos somos capaces de hacer milagros cada día. Porque cada día podemos hacer el milagro de amar a los demás. El segundo mandamiento es tan milagro como el primero. Y en esto sí que nos parecemos a Dios.


Clemente Sobrado C.P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: amor, ley, mandamiento, milagro, señal
08:11

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