31 de octubre bis.

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1. (Año II) Filipenses 1,1-11


Durante lo que queda de esta semana y toda la siguiente, nos acompañará como primera lectura de la misa la carta de Pablo a los Filipenses.


Es una de las cartas llamadas “de la cautividad” (junto con Efesios, Colosenses y Filemón). Va dirigida a la comunidad de Filipos, una ciudad de Macedonia, en el norte de la actual Grecia. Filipos, que era colonia romana, se llamaba así porque la fundó Filipo II, el padre de Alejandro Magno, el siglo IV antes de Cristo.


Ésta fue la primera ciudad europea evangelizada por Pablo, en su segundo viaje, hacia el año 49 (cf. Hechos 16). El apóstol conservaba un recuerdo muy cariñoso de aquella comunidad, que colaboró con él y le ayudó en todo momento. Esta carta la escribe en ocasión de que, una vez más, al saber que estaba detenido, le envían por medio de Epafrodito alguna ayuda, tal vez dinero y ropa.


a) Hoy escuchamos el saludo, que firman Pablo y Timoteo. Ellos se llaman a sí mismos “servidores de Cristo Jesús”, mientras que a la comunidad la titulan “el pueblo santo de cristianos que residen en Filipos”.


El saludo y la acción de gracias están llenos de alegría y cariño cordial: “os llevo dentro”, “testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero en Cristo Jesús”.


A la vez, Pablo desea que lo que ya tienen de bueno lo sigan manteniendo y vaya creciendo: “el que ha inaugurado en vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús”, “que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más”, para que lleguen al día del juicio “cargados de frutos de justicia”.


b) Es bueno que un apóstol reconozca los méritos de la comunidad. Que vea sus valores y sus virtudes, no sólo los defectos. Es bueno que un encargado de grupo -catequesis, familia, comunidad- dé gracias a Dios porque hay muchas personas buenas, que han colaborado con su entrega personal y que esté agradecido también a las mismas personas a quienes ha ayudado, porque probablemente le han ayudado ellas más a él.


No somos nosotros los únicos que trabajamos o podemos atribuirnos el mérito del bien que se hace: los demás seguramente han puesto también su aportación, y a veces más generosa que nosotros. Eso sí, todos debemos desear que todavía crezca esa fe y ese amor y los valores de la comunidad y de cada persona. Reconocer lo bueno que ya hay, y pedir a Dios y trabajar porque todavía mejore.


Buen programa el que nos propone Pablo: “que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad, para apreciar los valores… limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia”.


2. Lucas 14,1-6


a) Otra curación en sábado. El lunes pasado leíamos una que hizo Jesús con la mujer encorvada. Hoy es con un hombre aquejado del mal de la hidropesía, la acumulación de líquido en su cuerpo.


Pero no importa tanto el hecho milagroso, que se cuenta con pocos detalles. Lo fundamental es el diálogo de Jesús con sus adversarios sobre el sentido del sábado: una vez más da a entender que la mejor manera de honrar este día santo es practicar la caridad con los necesitados. Y les echa en cara que por interés personal -por ejemplo para ayudar a un animal de su propiedad- sí suelen encontrar motivos para interpretar más benignamente la ley del descanso. Por tanto no pueden acusarle a él si ayuda a un enfermo.


b) Uno de los 39 trabajos que se prohibían en sábado era el de curar. Pero una reglamentación, por religiosa que pretenda ser, que impida ayudar al que está en necesidad, no puede venir de Dios. Será, como en el caso de aquí, una interpretación exagerada, obra de escuelas rigoristas.


¿Qué excusas ponemos nosotros para no salir de nuestro horario, en ayuda del hermano, y tranquilizar así nuestra conciencia? ¿el rezo? ¿el trabajo? ¿el derecho al descanso?


Sí, el domingo es día de culto a Dios, de agradecimiento por sus grandes dones de la creación y de la resurrección de Jesús. Todo lo que hagamos para mejorar la calidad de nuestra Eucaristía dominical y para dar a esa jornada un contenido de oración y de descanso pascual, será poco.


Pero hay otros aspectos del domingo que también pertenecen a su celebración en honor del Resucitado: es un día de alegría, todo él -sus veinticuatro horas- vivido pascualmente, sabiendo encontrarnos a nosotros mismos y nuestra paz y armonía interior y exterior, un día de contacto con la naturaleza, por poco que podamos. Y también un día de apertura a los demás: vida de familia y de comunidad -que nos resulta menos posible los días entre semana- y un día de “saber descansar juntos”, cultivando valores humanos importantes. Un día de caridad, en que se nos ocurran detalles pequeños de humanidad con los demás: ¿a qué enfermo de hidropesía ayudamos a sanar en domingo? ¿no hay personas a nuestro lado con depresiones o agobiadas por miedos o complejos, a las que podemos echar una mano y alegrar el ánimo?


Jesús iba a la sinagoga, los sábados. Y parece como que además prefiriera ese día precisamente para ayudar a las personas curándolas de sus males. Sus seguidores podríamos conjugar también las dos cosas.




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