Un sello de los grandes maestros, como es el caso de san Agustín, es la profundidad con la que aborda todas las facetas de la vida cristiana, de la fe, del dogma, de la moral, de la oración, sin tener una visión reducida quedándose en un solo aspecto, así como la capacidad de hacer que lo más profundo y hondo se exprese con palabras sencillas, con claridad, para que todos podamos asimilarlas y entenderlas. La farragosidad o la oscuridad en el pensamiento no es signo de saber más, sino más bien de una vanidad intelectual. San Agustín es claro porque sólo busca sembrar un bien objetivo en los oyentes.
Aquí intentamos ir conociendo estos pensamientos de san Agustín por la amplitud que ofrece y porque así bebemos de las fuentes de la Tradición para nutrir nuestra alma católica.
Gracias al trabajo de Miserere, poseemos ya una buena colección de pensamientos breves pero sustanciosos. Sintámonos discípulos de san Agustín, saboreemos con la inteligencia y el corazón su doctrina.
¿Por qué es necesaria la oración? San Agustín da una razón de futuro, de esperanza; pero hemos de partir de la base que la oración sosegada ante el Señor, cada jornada, forma parte del bagaje cotidiano del cristiano. Ora el cristiano ante el Señor. ¿Para qué?
La obra de Cristo Redentor con nosotros fue admirable, desbordante. Olvidarse de ella, es caer otra vez en el abismo y enfriar la caridad en el corazón, pero hacer memoria de la redención de Cristo nos sitúa de nuevo en el camino correcto.
El "ordo amoris" es un punto fuerte en la teología y en la espiritualidad agustinianas. Se trata de ordenar el amor, ordenar la caridad, en nuestro ser para amar más lo que más debe ser amado, y amar menos lo que merece ser amado menos; y amar por igual las cosas que por igual han de ser amadas sin amarlas más o menos de lo que se requiere. Este ordenar el amor se hace cuando crece la caridad y disminuye la concupiscencia que todo lo desordena.
¡Santo y Feliz Jesucristo! Así canta un himno sobre Cristo. Sí, Él es feliz, Él está alegre, con un gozo inefable. Nosotros, en la medida en que permanezcamos en Él, seremos partícipes de esa misma alegría, pero si nos alejamos de Él la verdadera alegría se debilita para dar paso a alegrías falsas o más inmediatas, que no llenan sino que necesitan siempre nuevas alegrías para calmar el vacío.
San Agustín era hombre afectuoso, amable, dado a la amistad y con sólidos vínculos. Pero, para este Maestro, la amistad verdadera necesita un aglutinante verdadero y no espúreo o interesado: la caridad de Dios, la amistad de Dios.
La revelación de Dios se ha acomodado siempre al hombre, a la capacidad del hombre de ver, oír, entender, percibir, comprender. Dios no se ha mostrado tal cual es, sino hasta el máximo que el hombre pudiera recibir. Es la pedagogía de la revelación.
El hombre cristiano, cabal, combinará en su tiempo dos realidades: el ocio santo y la actividad; trabajar y orar; la plegaria y la labor cotidiana; ambas en armonía.
Seamos ecuánimes: ni las alabanzas no hacen tanto bien ni son necesarias, ni las correcciones y persecuciones y hasta insultos son tan malos. Las alabanzas pueden convertirse en adulación, pero las correcciones e insultos, pueden mostrar cosas que desconocemos y que podremos corregir.
Los puros de corazón son bienaventurados. ¿Cómo entenderlo? La pureza es buscar en todo la gloria de Dios, sin otra apetencia ni interés... ¡entonces se es libre!
Por el nacimiento de Cristo, nuestros ojos ciegos recibieron el colirio necesario para ver. Su luz nos hace ver la luz, y es que es Él, Jesucristo, la luz del mundo para caminar y seguirle sin tinieblas algunas.
Todo lo creado glorifica a Dios. También los seres inanimados o los animales glorifican a Dios, no con la voz o la inteligencia, sino con su propia belleza, con su propio ser.
Por último, un consejo para la oración personal, su modo de realizar, la actitud interior a la hora del diálogo silencioso con Dios:
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