“Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad las redes para pescar”. “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes! Hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Jesús dijo a Simón: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”. (Lc 5,1-11)
“Remar mar adentro y echar las redes”.
En la orilla se puede pescar con anzuelo sin necesidad de mojarse.
En la orilla se lleva a cabo la “pesca artesanal”.
Solo mar adentro se echan las redes.
Solo mar adentro se lleva a cabo la “pesca industrial”.
La verdadera pesca está “mar adentro”.
La Iglesia está llamada a salirse de la orilla y “remar mar adentro”.
Fue la consigna de Juan Pablo II para este tercer milenio.
No una Iglesia de las seguridades sino la Iglesia de los riesgos.
No la Iglesia que se contenta con pescar para comer hoy.
Sino la Iglesia llamada a invitar a los de lejos, a los que rondan poco el templo.
“Toda la noche bregando”
La Evangelización no es nada fácil.
Es anuncio e invitación.
Respetando siempre la libertad de cada uno.
Es posible que muchas veces:
Nos fiemos de nuestras fuerzas.
Creamos que la conversión depende de nuestras artes.
Creamos que la conversión es obra nuestra.
Creamos que la conversión depende de nuestras organizaciones.
Creamos que la conversión depende de nuestras estructuras.
Y nos topemos con nuestro fracaso: “toda la noche bregando” y amanezcamos:
cada día con el desaliento de nuestra pastoral.
cada día con el desaliento del trabajo inútil.
cada día con el desaliento de dejarlo todo.
Hasta que tomamos conciencia de la evangelización se basa “en la fe en la Palabra de Jesús”.
Hemos trabajado inútilmente, pero “por tu palabra, echaré las redes”.
Hemos perdido toda una noche, pero “por tu palabra, echaré las redes”.
Hemos predicado, y nadie nos ha hecho caso, “pero por tu palabra, volveré a anunciar el Evangelio”.
Solo Dios es capaz de tocar los corazones.
Solo El es capaz de mover los corazones.
Solo El es capaz de cambiar los corazones.
“Apártate de mí, que soy un pecador”.
Aquí Pedro se equivocó.
El descubrimiento de la verdad de Jesús nos hace descubrir la nuestra.
El reconocimiento de la verdad de Jesús nos hace reconocer la nuestra.
El reconocimiento de la verdad de Jesús, nos hace sentirnos pecadores.
Por eso es el momento:
No de pedirle que se aleje de nosotros.
Sino de pedirle que se acerque más a nosotros.
Cuanto más pecadores nos sintamos, más necesitamos de su presencia.
Es entonces cuando más le necesitamos a El.
Es entonces cuando más necesitamos de su presencia.
Es entonces cuando más necesitamos de su gracia.
Cuanto más frío siento, más necesito acercarme al fuego.
Cuanto más enfermo estoy, más necesito del médico.
Cuanto más pecador me siento, más necesito del amor y del perdón de Jesús.
Cuanto más fracasamos como Iglesia, más necesitamos revivir la presencia de Dios.
Cuanto más inútil es nuestro anuncio, más necesitamos fiarnos de la palabra de Jesús.
Cuanto más creemos perder el tiempo, más necesitamos fiarnos de El.
Cuanto más nos desalentamos, más necesitamos sentir que “por tu palabra echaré las redes”.
No se puede evangelizar a los demás, si nosotros no estamos totalmente compenetrados por la palabra y la gracia de Jesús.
El fin es El quien evangeliza. Nosotros solo somos sus parlantes.
Solo él llega al corazón, mientras nosotros solo llegamos a los oídos.
Están bien las organizaciones, pero la verdad del Evangelio depende de Jesús que actúa a través de nosotros.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: pedro, pesca milagrosa
Publicar un comentario