Mikel Santamaría nos habla del sentido del matrimonio:
Por ser la expresión del amor pleno, el acto sexual está reservado a la intimidad de la vida matrimonial. En nuestra situación cultural, es lógico que sea difícil, para muchos, entender esto. Porque, para entenderlo, hay que entender antes lo que es el matrimonio. Actualmente, muchos interpretan el casarse como un mero trámite, un simple papeleo que nada tiene que ver con la realidad del amor.
Este error es comprensible cuando la introducción legal del divorcio suprime el reconocimiento legal de una entrega para siempre. Me explico: si, según las leyes, cualquier matrimonio se puede divorciar, entonces la ley no reconoce la existencia de un verdadero compromiso para siempre. Esa ley no reconoce que alguien se haya comprometido de modo irrevocable, sin posible marcha atrás.
Casarse es entregarse para siempre. En este sentido, es algo tan definitivo como tirarse sin paracaídas: una vez que he saltado no hay marcha atrás. Cuando me caso, me tiro, me abandono en brazos del otro. Si el otro me falla, me doy el gran batacazo.
Esto será arriesgado, pero la verdad es que el amor exige y necesita este abandono en manos del otro. Si quiero amar y ser amado, no puedo seguir llevando una coraza, tengo que abandonarme y depender realmente del cariño del otro para ser feliz. Sin esta dependencia y este abandono mutuos, el amor no puede desarrollarse. Esto implica que el otro me puede hacer daño. Pero si me pongo la coraza, para impedir los posibles sufrimientos, esa coraza hará imposible la intimidad y el abandono que son necesarios para experimentar el amor. Sin el riesgo de dolor, no es posible la alegría del amor.
En cambio, casarse con la posibilidad legal de divorcio es como tirarse con paracaídas: no me abandono plenamente en el otro. No me fío de él, no pongo mi vida totalmente en sus manos. La posibilidad legal del divorcio hace que no haya diferencia real entre lo que se llama casarse y la simple unión temporal de una pareja. Unos y otros están juntos mientras les venga en gana, y cuando quieran, se separan, y aquí no ha pasado nada. No ha pasado nada porque nunca ha habido nada, nunca ha habido una entrega real de la propia vida. Es decir, no ha habido matrimonio.
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