Elegido Papa a los 58 años, el «atleta de Dios» se lanzó a recorrer el planeta con la misma energía que había desplegado en el fútbol, el esquí y el montañismo. En un pontificado de superlativos recorrió, en viajes internacionales, kilómetros suficientes para dar treinta veces la vuelta al mundo.
AP Felicitación de la Pascua a una muchedumbre congregada en la Plaza de San Pedro en 1988
Elevó a los altares a más hombres y mujeres que todos sus predecesores juntos. Consiguió evitar una guerra entre Argentina y Chile, pero no la guerra de las Malvinas. Viajó a Sarajevo para intentar frenar la locura asesina en los Balcanes. Se opuso con fuerza a las dos guerras del Golfo, sobre todo a la segunda.
Se volcó en llevar a la práctica el Concilio Vaticano II, que fue siempre su faro. Instituyó el Domingo de la Divina Misericordia. Reformó la Curia vaticana, promulgó un Catecismo de la Iglesia católica y un nuevo Código de Derecho Canónico. El Papa filósofo escribió 14 encíclicas, entre las que destacan piedras miliares como «Redemptor Hominis», «Laborem Excercens», «Evangelium Vitae» o «Fides et Ratio». Escribió la famosa «Carta a las mujeres», al igual que la «Carta a los enfermos» y otros documentos excepcionales.
Pero en privado confesaba que le gustaría ser recordado como el «Papa de la familia», un tema que le apasionaba desde que escribió «Amor y Responsabilidad» con la ayuda de la doctora Wanda Poltawska, superviviente a los experimentos de los médicos nazis en el «lager» de Ravensbruck.
Aparte de escribir la exhortación apostólica «Familiaris Consortio», creó un evento nuevo, el «Encuentro Mundial de las Familias», que se ha celebrado en muchas naciones, incluida España.
Pero su gran «invención» fue la Jornada Mundial de la Juventud, convirtiéndose, por antonomasia, en el «Papa de los jóvenes».
Pidió perdón por muchas culpas pasadas en la historia de la Iglesia, desde el proceso a Galileo o la tolerancia del tráfico de esclavos hasta las cruzadas, el saqueo de Constantinopla o la persecución de los judíos.
Rezó ante el Muro Occidental de Jerusalén y estableció relaciones de amistad con los judíos, que hoy se alegran de su canonización.
Los no creyentes admiraban su extraordinario respeto por la dignidad de toda persona. Y todos apreciaban su alegría y su sentido del humor.
Además del atentado de Ali Agca y otro de un sacerdote extremista, sufrió numerosas fracturas y enfermedades, incluido un párkinson desde 1991 hasta su fallecimiento en 2005.
Los últimos cinco o seis años de su vida fueron un ejemplo heroico de fortaleza ante la enfermedad. Siguió viajando a pesar del párkinson y de una severa artrosis. Siguió asomándose al balcón para rezar el Ángelus hasta la última semana de su vida, cuando ya no podía hablar. Su herencia, en tantos terrenos, es tan gigantesca como su persona.
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