La casa de convivencias que me acoge desde hace diez días se llama Airaga y está en Trapiche, un pueblín de la Gran Canaria, pequeño y aislado del mundo, como el Macondo de García Márquez. Se está bien aquí, aunque no tengamos más contacto con la civilización que una carretera sin arcenes, estrecha y llena de curvas, que nos deposita en Bañaderos si no nos despeña un camión a mitad de trayecto.
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