El bienaventurado Pedro González, llamado comúnmente San Telmo, es invocado como “Protector de las gentes del mar”. Sus imágenes más conocidas lo representan vestido con el hábito dominicano, portando un barco en su mano izquierda y un cirio encendido en su mano derecha. Es verdad que San Telmo se entregó, en vida y después de su muerte, con singular empeño a ayudar a los marineros y pescadores. Sin embargo, no fue, estrictamente, “un hombre de mar”, sino de tierra adentro, un castellano nacido en Frómista; en la comarca de la Tierra de Campos, a no mucha distancia de Palencia. La fecha más probable de su nacimiento es el año 1190.
Frómista está situada en el Camino de Santiago, cerca del río Carrión. Una de las familias ilustres de la villa era la de los Gundisalvi, en cuyo seno nació Petrus Gundisalvi, Pedro González, San Telmo. Probablemente destinado desde niño al estado clerical, Pedro recibió una cuidada educación que potenció aún más las cualidades humanas que lo adornaban. En Frómista, los benedictinos, seguramente, regentaban una escuela monástica, que pudo frecuentar Pedro. Allí podría aprender a leer y a escribir, además de iniciarse en el conocimiento de la doctrina cristiana. Más tarde llegaría la enseñanza de las artes liberales: el trivium – con la Gramática, la Dialéctica y la Retórica – y el quadrivium – Aritmética, Geometría, Astronomía y Música - .
A los veinte años, en 1210, se traslada a Palencia, para ampliar su aprendizaje en el Estudio General. Su tío, D. Tello Téllez de Meneses, era el Obispo de la Diócesis desde 1209. Pedro González se integró en aquel ambiente cultural, sobresaliendo enseguida entre sus compañeros de estudio: “Provisto por la fortuna de un alma buena llegó a la cima de las letras en su transcurso de pocos años de modo que fue considerado destacado sobre muchos de sus contemporáneos”, se dice en el Legendario.
La formación impartida en el Estudio General se orientaba sobre todo hacia el ministerio sacerdotal: Sagrada Escritura, Teología y Cánones. No es extraño por ello que, muy joven todavía, fuese designado canónigo de la catedral palentina y, poco después, promovido a la dignidad de Deán. Pero lo que prometía ser una brillante carrera eclesiástica se vio pronto “truncada” por la irrupción de Dios, que parecía tener unos planes distintos para San Telmo.
Guillermo Juan Morado.
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