Cuando Dios quiere verme

Domingo 2 de Pascua – Ciclo A

El Señor de la Misericordia

(Este mensaje ya lo envié, pero quiero recordártelo)

Cuando Dios quiere verme, no tiene necesidad de asomarse a la ventana, por si me encuentra en el Parque, en la playa o paseando por la calle.

Cuando Dios quiere verme, no acude a su álbum de fotos, donde sabe que también estoy yo.

Cuando Dios quiere verme, no necesita sacar una cita para encontrarnos.

Cuando Dios quiere verme, a Dios le basta mirar a sus manos.

¿Extraña manera de verme, verdad?

De alguna manera.

Pero para El es el modo normal de poder verme, mirarme y contemplarme.

Y no lo estoy inventando yo. Lo dice El mismo:

“Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuado” (Is 49,16)

¿Hay algo más fácil que es mirar a las manos? No exige ningún esfuerzo.

Las manos las estamos mirando constantemente.

Y Dios nos ha tatuado a cada uno en la palma de sus manos.

Así, cada vez que ve sus manos, nos ve y nos mira a cada uno.

Además, nos lleva tatuados, para que nada se borre.

Ni siquiera cuando se las lava.

No hay nada puede borrarme de la palma de las manos de Dios.

Cada uno puede decir con toda verdad:

“Dios me lleva en la palma de sus manos”.

“Estoy en la palma de las manos de Dios”.

Y Jesús nos ha vuelto a escribir en la palma de sus manos.

Esta vez, ya no es que nos haya tatuado.

Ahora nos ha escrito en la tinta de su propia sangre.

Por eso, cuando Jesús contempla la palma de sus manos y ve la señal de los clavos, nos está viendo a cada uno de nosotros.

Está viendo nuestra propia imagen y la imagen de su amor por nosotros.

Así, cada vez que, resucitado, se aparecía a los suyos, lo primero que hacía era enseñarles sus manos.

“Mirad mis manos”.

Al mirar las heridas de sus manos, los contemplaba a todos ellos.

Al ver sus heridas gloriosas, Jesús nos ve a todos nosotros.

Al contemplar sus heridas, cada uno de ellos y nosotros nos vemos escritos en sus manos glorificadas.

Podemos estar lejos o cerca, no importa. El siempre podrá vernos.

Le basta mirar a sus manos.

Podemos estar con El o sin El.

El mirará sus manos allí nos verá y encontrará.

Podemos abandonarlo. Tampoco importa.

Allí están sus manos para encontrarnos.

Podrán borrarnos de la lista.

Pero ya nadie podrá borrarnos de las llagas de sus manos.

Podrán borrarnos de los libros parroquiales.

Pero ya nadie podrá borrarnos de esas heridas de sus manos.

¿Y si algún día quisiera no vernos ya más?

Haría lo que hacemos todos cuando no queremos ver. Taparnos los ojos con las manos.

Pues aún entonces seguirá viéndonos.

Pues por mucho que quiera taparse los ojos con sus manos para no vernos porque le hemos fallado, le será imposible no vernos.

Porque las mismas manos que tapan sus ojos están mostrándole nuestra imagen tatuada en ellas.

Desde la Muerte y Resurrección de Jesús sabemos que estamos inscritos, tatuados en las manos crucificadas y resucitadas de Jesús.

Este segundo Domingo de Pascua, ha sido declarado como el Domingo de la Divina Misericordia.

¿Habrá mayor testimonio de amor y de misericordia que vernos a nosotros mismos tatuados en las manos de Jesús?

¿Por qué no llamarle también el “Domingo de los tatuajes de Dios”?

¿Por qué no llamarle también el “Domingo de las manos tatuadas de Dios”?

¿Por qué no llamarle también el “Domingo en el que Dios lee nuestros nombres en sus manos”?

Señor: hoy siento una gran alegría en mi corazón.

Hoy he comenzado a sentir justo por los tatuajes.

Hoy me he visto escrito en tus manos resucitadas.

Ahora ya no volveré a tenerte miedo.

Cada vez que caiga, me miraré en tus manos.

Cada vez que me canse, me miraré en tus manos.

Cada vez que me sienta solo, me miraré en tus manos.

Cada vez que tengas dudas, me miraré en tus manos.

Cada vez que me sienta poca cosa, me miraré en tus manos.

Cada vez que alguien me niegue su amor, me miraré en tus manos.

Clemente Sobrado C.P.

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