La Semana Santa de Rafaela



Decidió que mejor pasaran unos días. Pero cuando el buen cura vio que Rafaela entraba en la sacristía el mismo lunes de pascua se temió lo peor. Se conocían muy bien y casi que se lo esperaba.


¿Puedo hablar con usted, don Jesús? Es que me gustaría preguntarle algunas cosas de estos días de atrás que no me han gustado, pero seguro que es cosa mía que no lo entiendo. Son cosas facilitas. Yo le suelto todo lo que me ha sonado raro y usted me dice.


Por ejemplo he echado en falta el lavatorio de los pies el jueves santo, ya ve, siempre se había hecho y nunca faltaron voluntarios. También me llamó la atención que mandara cerrar la iglesia esa noche a las once, porque siempre habíamos hecho turnos en el monumento la noche entera, aparte de que en misa, en la plegaria, yo he escuchado alguna cosa que me ha sonado rara.




Como lo de las oraciones del viernes, que yo iba siguiendo la cosa con el librito ese de la semana santa que me compré en Madrid y algunas se las comió y añadió otras. Usted sabrá.


¿Y lo de hacer la vigilia pascual a las ocho de la tarde, con un sol de justicia que eso no era ni vigilia ni nada? Yo tenía entendido que ya tenía que ser de noche. Y verá, comprendo que tiene que ir luego al otro pueblo, pero digo yo que tampoco es tanto por ejemplo si en uno se hace a las nueve o nueve y media y en el otro a las once o las doce. Aparte de que una vigilia pascual que dure menos de una hora no se entiende.


Ay Rafaela, dijo el buen cura, siempre tan pendiente de lo que hay que hacer, de lo mandado, de lo establecido. Hay que ser más flexible. ¿Más flexible? respondió Rafaela. Aquí lo que usted me vende por flexibilidad es que al final hace lo que le da la gana si contar con nadie y los demás a aguantarnos. Usted se salta las normas, nos quita el lavatorio del jueves santo, cierra el monumento porque sí, cambia las oraciones del viernes, monta una vigilia casi a media tarde, que no se puede hacer y cuando le digo que no estoy de acuerdo me llama intolerante y radical. Si yo lo único que pido es que se hagan las cosas como está mandado que se hagan. Porque lo que usted hace no es flexibilidad: es la dictadura del párroco que nos trata a los demás como si fuéramos medio bobos o bobos enteros, como si fuéramos menores de edad.


Rafaela, mujer, no se ponga así, que hay que ser más abiertos, más comprensivos… Vale, replicó Rafaela, pues compréndanos usted a mí, a Joaquina, al señor Juan, a la gente de este pueblo que siempre tuvimos lavatorio de pies, monumento, vela y vigilia como Dios manda, que aún recuerdo al bueno de don Fermín como se multiplicaba y cómo movía el incensario en los días especiales, que por cierto hace años que no se ha vuelto a hacer. Parece que aquí siempre nos toca comprender a los mismos.


Ah, y una última cosa. Que la aportación que veníamos haciendo a la parroquia mi marido y yo desde este mes la vamos a hacer llegar a la parroquia de mi sobrino en Madrid. Andan en un barracón y necesitan hacer la parroquia. Además aunque sea en un barracón da gusto ir a misa. Usted lo comprende, estoy segura.


A la salida le dice a Joaquina ¿sabes lo que he decidido? Que yo no colaboro con tonterías ni voy a andar dando limosna en parroquias que hacen lo que quieren. Cuando voy a misa en el pueblo o donde sea y hacen disparates, eso que me ahorro, lo guardo en una bolsa y el día que me encuentro una parroquia que hace las cosas bien, pues para ellos. Total siguió Rafaela, ¿no nos dice don Jesús que hay que ser libres y flexibles? Pues eso. Para libre yo.





05:47

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