Ahora la Caballé



Al final parece que lo que proclamó Manuel Azaña el año 1931, que “España ha dejado de ser católica” se está convirtiendo en realidad. Ahora no tanto por la vía de la violencia, la quema de iglesias y los ataques a los católicos, que estos últimos ciertamente se están dando, sino más bien a través de esa “apostasía silenciosa” que ha conseguido ofrecer un catolicismo nominal sin implicaciones éticas.


El caso es que cuando se habla de este asunto lo primero que nos viene a la cabeza es la profunda disociación en todo lo que tiene que ver con la moral sexual y el respeto a la vida. La hay. Lo hemos estado viendo últimamente en Málaga en dos pregones del mundo cofrade. Muchos que se llaman católicos no tienen problema en aceptar el aborto, las relaciones extraconyugales, el ejercicio de la homosexualidad, el matrimonio entre individuos del mismo sexo. Y todo esto con la disculpa famosa de “la propia conciencia”, que algún día de estos escribiré del tema.


Pero no nos vamos a quedar ahí. Si la abolición práctica de los mandamientos sexto y noveno es algo bastante generalizado, y señal inequívoca de un abandono de la moral cristiana más elemental, no lo es menos la de los mandamientos séptimo y décimo.

Ayer Montserrat Cabellé. Nada, una futesa, que si ha defraudado al fisco algo así como algo más de medio millón de euros. Es igual, es el último caso. Pero lo más grave de todo esto es que nos hemos acostumbrado a la defraudación y el engaño como algo habitual e irresoluble.


Hagan el esfuerzo de abrir cualquier medio de comunicación y observen las páginas que hay que dedicar a la corrupción y el fraude. Es igual donde miren: políticos de uno y otro signo, empresarios, sindicalistas, concejales, pequeños empresarios, autónomos, el ama de casa, el señor de la esquina… tonto el que no se lo lleve crudo, aunque no sean más que unos folios para casa, dos bolígrafos, veinte euros de IVA que no pago, la comisión, la dieta no merecida, la información privilegiada, el regalo indebido, hasta llegar a los millones y millones de euros. Y no pasa nada. Bueno, alguna vez alguien acaba en la cárcel. Pero devolver lo robado, ni el Dioni.


Pues oigan, o mejor lean, muchos de estos son miembros de cofradías y hermandades, se casan por la iglesia, llevan a sus niños a bautizar y a hacer la comunión y luego pagan la celebración con la comisión de la constructora A o a costa de los cursos del sindicato B.


Por supuesto que estamos dejando de ser católicos. No a lo bestia, que eso siempre lleva una paga de violencia, riesgo y tiznarse las manos. Ahora se hace mejor, civilizadamente. Nada de enfrentamientos con la Iglesia, simplemente me olvido de la moral cristiana más elemental, de los mandamientos. Porque claro, si me cargo el sexto y el noveno por un lado, y el séptimo y décimo por otro, no queda más remedio que mentir y prevaricar –se acabó el octavo- y ganarse el respeto de los contrarios con la violencia y la amenaza que van directamente contra el quinto. El resto… qué quieren que les diga. Una blasfemia si se tercia –adiós segundo- y lo de ir a misa cada domingo tampoco hay que pasarse –abolido el tercero. Pero a Dios sí que le queremos mucho.


Seguiremos diciendo que somos católicos, las encuestas afirmarán lo que les venga en gana. Pero un país donde se roba, se miente, se defrauda como algo habitual y el sexto mandamiento desaparece de la vida será católico de boquilla. Pero nada más.





04:30

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