28 de abril.

Nicodemo y Jesús, Crijn Hendricksz, s. XVII

Jesús y Nicodemo, Crijn Hendricksz, s. XVII



1. a) La primera comunidad cristiana nos da un ejemplo magnífico de oración a partir de los hechos de la vida


Cuando Pedro y Juan volvieron a donde estaban reunidos «los suyos» y contaron lo que había pasado en su encuentro con las autoridades, todos se pusieron a orar. Podían haber tenido otras reacciones: preparar subterfugios para escapar de la persecución, apelar a otras influencias. Pero se pusieron a orar a Dios, a partir de las circunstancias que estaban viviendo.


Saben «orar la vida», viéndola desde los ojos de Dios. Lo hacen sirviéndose del salmo 2. Por esto lo rezamos hoy como responsorial. Este salmo se refería a otra etapa de la historia, en que unos reyes y príncipes conspiraban contra «el ungido», o sea, el rey de Israel. Aquí la comunidad de Jerusalén lo reza aplicándolo a su propia historia: son Pilato y Herodes y los judíos los que han tramado la muerte del Ungido por excelencia, Jesús de Nazaret («Mesías» en hebreo, y «Cristo» en griego, significan lo mismo: el «Ungido»). Y piden a Dios una cosa que tal vez nosotros no hubiéramos puesto en primer lugar. Nos hubiera resultado más espontáneo pedir que Dios nos liberara de la persecución. Ellos pidieron «valentía para anunciar la Palabra». Querían, como expresaría otras veces san Pablo, la libertad para la Palabra. Sea lo que sea lo que nos pase a nosotros -podemos perder la libertad e ir a parar a la cárcel- lo que pedimos es que la Palabra nunca se vea maniatada. Que pueda seguirse anunciando la Buena Noticia del Evangelio a todos. Si para ello hacen falta carismas y milagros, también los pedimos a Dios, para que todos sepan que se hacen en el nombre de Jesús.


El temblor del lugar de la reunión se interpreta en la Escritura como asentimiento de Dios: Dios escuchó la oración de aquella comunidad. Los llenó de su Espíritu, como en un renovado Pentecostés. Y así pudieron seguir predicando la Palabra, a pesar de los malos augurios de la persecución.


b) Ojalá supiéramos interpretar y «rezar» nuestra historia desde la perspectiva de Dios. Por ejemplo, a partir de los salmos.


Los salmos que rezamos y cantamos se cumplen continuamente en nuestras vidas. Con ellos no hacemos un ejercicio de memoria histórica. Cuando los rezamos pedimos a Dios que salve a los hombres de nuestra generación, alabamos a Dios desde nuestra historia, meditamos sobre el bien y el mal tal como se presentan en nuestra vida de cada día, protestamos del mal que hay ahora en el mundo, no por el que existía hace dos mil quinientos años.


Como la primera generación aplicaba el salmo 2 a su historia (y el salmo 21, a Cristo en la cruz: ¿por qué me has abandonado?), nosotros los tendríamos que hacer nuestros, con su actitud de alabanza, de súplica o de protesta.


Una oración así da intensidad y a la vez serenidad a nuestra visión de la historia, la eclesial, la social, la personal.


Otra lección que nos da la comunidad de Jerusalén: ¿tenemos ese amor a la evangelización que tenían ellos? ¿estamos dispuestos a ir a la cárcel, o soportar algún fracaso, o entregar nuestras mejores energías para que la Buena Nueva de Cristo Jesús se vaya extendiendo en torno nuestro? ¿andamos preocupados por nuestro bienestar, o por la eficacia de la evangelización en medio de este mundo a veces hostil?


2. a) A partir de hoy, durante todo el Tiempo Pascual, leeremos el evangelio de Juan. Empezando durante cuatro días por el capítulo tercero, el diálogo entre Jesús y Nicodemo.


El fariseo, doctor de la ley, está bastante bien dispuesto. Va a visitar a Jesús, aunque lo hace de noche. Sabe sacar unas conclusiones buenas: reconoce a Jesús como maestro venido de Dios, porque le acompañan los signos milagrosos de Dios. Tiene buena voluntad.


Es hermosa la escena. Jesús acoge a Nicodemo. A la luz de una lámpara dialoga serenamente con él. Escucha las observaciones del doctor de la ley, algunas de ellas poco brillantes. Es propio del evangelista Juan redactar los diálogos de Jesús a partir de los malentendidos de sus interlocutores. Aquí Jesús no habla de volver a nacer biológicamente, como no hablaba del agua del pozo con la samaritana, ni del pan material cuando anunciaba la Eucaristía. Pero Jesús no se impacienta. Razona y presenta el misterio del Reino. No impone: propone, conduce.


Jesús ayuda a Nicodemo a profundizar más en el misterio del Reino. Creer en Jesús -que va a ser el tema central de todo el diálogo- supone «nacer de nuevo», «renacer» de agua y de Espíritu. La fe en Jesús -y el bautismo, que va a ser el rito de entrada en la nueva comunidad- comporta consecuencias profundas en la vida de uno. No se trata de adquirir unos conocimientos o de cambiar algunos ritos o costumbres: nacer de nuevo indica la radicalidad del cambio que supone el «acontecimiento Jesús» para la vida de la humanidad.


b) El evangelio, con sus afirmaciones sobre el «renacer», nos interpela a nosotros igual que a Nicodemo: la Pascua que estamos celebrando ¿produce en nosotros efectos profundos de renacimiento? El día de nuestro Bautismo recibimos por el signo del agua y la acción del Espíritu la nueva existencia del Resucitado. Celebrar la Pascua es revivir aquella gracia bautismal. La noche de Pascua, en la Vigilia, renovamos nuestras promesas bautismales. ¿Fueron unas palabras rutinarias, o las dijimos en serio? ¿hemos entendido la fe en Cristo como una vida nueva que se nos ha dado y que resulta más revolucionaria de lo que creíamos, porque sacude nuestras convicciones y tendencias?


Nacer de nuevo es recibir la vida de Dios. No es como cambiar el vestido o lavarse la cara. Afecta a todo nuestro ser. Ya que creemos en Cristo y vivimos su vida, desde el Bautismo, tenemos que estar en continua actitud de renacimiento, sobre todo ahora en la Pascua: para que esa vida de Dios que hay en nosotros, animada por su Espíritu, vaya creciendo y no se apague por el cansancio o por las tentaciones de la vida.


«Cristo ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre él» (entrada)


«Acrecienta en nosotros el espíritu de hijos» (oración)


«Anunciaban con valentía la Palabra de Dios» (1ª lectura)


«Cristo ha resucitado, él nos ilumina» (aleluya)


«Paz a vosotros» (comunión)




05:43
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