3 de abril. Jueves de la IV semana de Cuaresma.

becerro2


1. Esta vez es Moisés el que aparece como lazo de unión entre las dos lecturas y como figura de Cristo Jesús. Moisés intercediendo por su pueblo, y Jesús caminando a la cruz para entregar su vida por la salvación de todos.


El diálogo entre Yahvé y Moisés es entrañable. Después del pecado del pueblo, que se ha hecho un becerro de oro y le adora como si fuera su dios (pecado que describe muy bien el salmo de hoy), Yahvé habla a Moisés distanciándose del pueblo: «se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto… Este pueblo es de dura cerviz: déjame que mi ira se encienda contra él».


Pero Moisés le da la vuelta a esta acusación, tomando la defensa de su pueblo ante Dios: «¿por qué se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto»? No es el pueblo de Moisés, sino el de Dios. Ése va a ser el primer argumento para aplacar a Yahvé. Además, le recuerda la amistad de los grandes patriarcas, para que perdone ahora a sus descendientes. También utiliza otra razón: se van a reir los egipcios si ahora el pueblo perece en el desierto.


Yahvé, además, había puesto una especie de «trampa» a Moisés: al pueblo le va a destruir, pero «de ti haré un gran pueblo». Moisés no cae en la tentación: se pone a defender al pueblo. Hoy no lo leemos, pero más adelante le dice a Dios que si no salva al pueblo, le borre también a él del libro de la vida.


El autor del Éxodo parece como si atribuyera a Moisés un corazón más bondadoso y perdonador que a Yahvé. Y concluye: «y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo».


2. Sigue el comentario de Jesús después del milagro de la piscina y de la reacción de sus enemigos.


Les echa en cara que no quieren ver lo evidente. Porque hay testimonios muy válidos a su favor: el Bautista, que le presentó como el que había de venir las obras que hace el mismo Jesús y que no pueden tener otra explicación sino que es el enviado de Dios; y también las Escrituras, y en concreto Moisés, que había anunciado la venida de un Profeta de Dios.


Pero ya se ve en todo el episodio que los judíos no están dispuestos a aceptar este testimonio: «yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis», «os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros».


Si Moisés excusaba a su pueblo, ahora no podría hacerlo con los que no creen en Jesús: les acusaría claramente.


3.


a) La primera lectura nos interpela en una dirección interesante: ¿se puede decir que nosotros tomamos ante Dios la actitud de Moisés en defensa del pueblo, de esta sociedad o de esta Iglesia concreta, de nuestra comunidad, de nuestra familia o de nuestros jóvenes? ¿intercedemos con gusto en nuestra oración por nuestra generación, por pecadora que nos parezca? Recordemos esa postura de Moisés: mientras rezaba a Dios con los brazos en alto, su pueblo llevaba las de ganar en sus batallas.


En la oración universal de la Misa presentamos en presencia de Dios las carencias y los problemas de nuestro mundo. Lo deberíamos hacer con convicción y con amor. Amamos a Dios y su causa, y por eso nos duele la situación de increencia del mundo de hoy. Pero a la vez amamos a nuestros hermanos de todo el mundo y nos preocupamos de su bien. Como Moisés, que sufría por los fallos de su pueblo, pero a la vez lo defendía y se entregaba por su bien.


b) Pero todavía es más apremiante el ejemplo del mismo Jesús en su camino a la Pascua. A pesar de la oposición de las personas que acabarán llevándole a la muerte, él será el nuevo Moisés, que se sacrifica hasta el final por la humanidad.


Ciertamente nosotros somos de los que sí han acogido a Jesús y han sabido interpretar justamente sus obras. Por eso creemos en él y le seguimos en nuestra vida, a pesar de nuestras debilidades. Además en el camino de esta Cuaresma reavivamos esta fe y queremos profundizar en su seguimiento, imitándole en su entrega total por el pueblo. El evangelio de Juan resume, al final, su propósito: «estas señales han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31).


Se trata de aceptar a Cristo, para tener parte con él en la vida.


Por eso sentimos todos la urgencia de la evangelización de nuestros hermanos de todo el mundo. Con ocasión del Jubileo del 2000 renovamos este compromiso y hacemos lo posible para que todos se enteren de que la salvación está en ese Jesús que Dios envió hace dos mil años a nuestra historia, y le acepten en sus vidas.


«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz» (1ª lectura)


«Acuérdate de nosotros, por amor a tu pueblo» (salmo 88)


«Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis» (evangelio)


«Que esta comunión nos purifique de todas nuestras culpas» (comunión)




21:40
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