“Jesús les dijo: “Síganme”; inmediatamente lo dejaron todo y lo siguieron”



“Jesús les dijo: “Síganme”; inmediatamente lo dejaron todo y lo siguieron” (Mc 1, 14-20). Mientras pasa caminando por el mar de Galilea, Jesús llama a sus discípulos diciéndoles: “Síganme”. El Evangelista destaca la prontitud de la respuesta de estos: “Inmediatamente lo dejaron todo y lo siguieron”. Esta respuesta de los discípulos es el modelo de la respuesta de todo hombre que es llamado por Cristo a la eternidad.


Así como Jesús, caminando por el mar de Galilea, llama a sus discípulos para que participen de su Pasión, así Cristo Dios, caminando por la historia personal de cada alma, la mira y la llama y le dice que lo siga, pero no para un proyecto temporal ni para un plan que finaliza en pocos días: le dice que lo siga hasta la eternidad, más allá de esta vida, más allá de los límites temporales de la vida terrena. Cuando Jesús dice a un alma “Sígueme”, le está diciendo: “Sígueme más allá del umbral de esta vida; sígueme hasta la vida eterna; sígueme hasta la eternidad; sígueme más allá del tiempo humano; sígueme más allá de tu vida y de tu muerte; sígueme y ven conmigo a la vida eterna”. Es esto lo que Cristo quiere decir cuando dice: “Sígueme”, porque el seguimiento de Cristo implica, indefectiblemente, la muerte en Cruz en el Calvario, que es a su vez la Puerta Abierta al Reino de los cielos.


A su vez, de parte del alma, la respuesta no admite dilaciones ni puede ser hecha a medias tintas: o se sigue a Cristo rumbo a la eternidad, por medio de la Cruz, o se permanece en esta vida, alejados de la Cruz. En este sentido, la respuesta de los discípulos es paradigmática porque “lo dejan todo”; es decir, ante el llamado de Cristo a la muerte en Cruz y a la vida eterna, no dudan en dejar el hombre viejo y todo lo que este representa –la vida materialista, carnal, gobernada por la concupiscencia y el pecado-, para dar lugar a la gracia y la vida nueva que esta concede, como anticipo en el tiempo de la vida de gloria que se habrá de vivir en los cielos.


En este sentido, el pecado -sea mortal o venial- significa el rechazo del llamado de Cristo a la feliz eternidad, a la par que se hace la opción por la desesperación, al elegir aferrarse a esta vida mundana, caduca, efímera, cargada de corrupción y destinada a la muerte.


“Jesús les dijo: “Síganme”; inmediatamente lo dejaron todo y lo siguieron”. Desde la Encarnación del Verbo, cada segundo de la existencia de todo hombre participa de la eternidad y se dirige a la eternidad, pero depende del libre albedrío de cada uno que cada segundo sea vivido de cara a la feliz eternidad en Cristo, es decir, en gracia, para lo cual es necesario, a cada momento, “dejarlo todo”, y así seguir a Cristo por el Camino Real de la Cruz, Puerta Abierta al Reino de los cielos.



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