Ayer se celebró la conmemoración del centenario del armisticio de la I Guerra Mundial. Me pareció muy correcta la ceremonia de Francia y me emocionó sinceramente ver tantos presidentes unidos por la causa de la paz. Qué lejos parece ahora el sinsentido de esa hecatombe.
Pero aprovecho la ocasión para decir que el monumento a los caídos que se levanta en el centro de Londres, el Cenotafio de Whitehall, me parece uno de los monumentos más bellos que he visto nunca. No es colosal, porque la grandeza no le añadiría nada; tiene unas dimensiones humanas. No está recargado, en su sobriedad es perfecto. Es de unas proporciones y líneas perfectas.
Su autor quería que las banderas estuvieran esculpidas en relieve en la superficie, no con banderas de tela. Le doy la razón. Esas banderas rompen el impacto visual de una obra perfecta. Son un añadido que no aporta nada.
La ceremonia londinense, más moderada. Me pareció más bonita. De nuevo se ve que el tamaño no aumenta la belleza ni de las obras de arte ni de las ceremonias, que son otra obra de arte.
En Londres estaba el clero en primera fila. Para los creyentes, esa presencia nos reconforta. Además, los capellanes ingleses, como siempre, iban espléndidos con sus indumentarias.
Macrón dijo unas palabras que sorprendieron a todos. Dijo que el nacionalismo es lo contrario al patriotismo, y que el nacionalismo es una traición. Sus palabras merecerán mañana, en este blog, un análisis más detenido.
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