…y el domingo vuelo a Tenerife.
Llevo ya veinte días en esta isla, y hasta hoy no me había asomado al Océano.
El día amanece nublado, pero aquí nunca hace frío. Tampoco calor. Como mucho, 25 o 26 grados. Algunas veces el termómetro baja hasta los 20 y entonces los lugareños se quejan; pero no renuncian facilmente a la manga corta y al pantalón a media asta.
En la playa de las canteras soplan los vientos alisios con cierta energía, pero el paseo aparece saturado de paisanos y turistas peripatéticos. Yo me mimetizo con el personal gracias a una camisa volandera de tonos rojos y mi inseparable mochila donde a veces llevo el periódico, la tableta, el teléfono, la cartera y un libro que nunca abriré.
—Mister, do you like un mojitooo?
No comprendo por qué me interpela en inglés el camarero. Es un chaval de apenas veinte años. Le contesto que no en italiano y santas pascuas.
Al fin me siento en la terraza y me dispongo a repasar "La Provincia", un periódico local, que trae noticias verdaderamente interesantes y la mar de variadas; no como la prensa madrileña, que solo sabe hablar de corrupción, de Trump, del cambio climático y de Panamá.
Vuelve el camarero del mojitooo y me pregunta, ahora en perfecto italiano, si quiero tomar algo. Me ofrece un zumo "tutto naturale" de frutas canarias. Me dejo seducir por el color, y como no hay más clientela nos dedicamos a charlar en castellano.
Me cuenta que tiene novia, pero no para casarse, que vota a "Podemos" pero no sabe por qué, que es del Barça, pero quiere que gane el Madrid la Copa de Europa, que Nadal es el mejor…
Yo trato de ejercer de abuelo y le cuento alguna vieja historia de fútbol, de tenis… También hago propaganda del matrimonio y de la familia. Él, como sabe que el cliente siempre tiene razón, me escucha atentamente hasta que aparece por estribor un turista rubio como la cerveza. Me pide perdón y se lanza al abordaje:
—Mister, un mojitooo?
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