Hoy he leído las declaraciones atribuidas al cardenal Madariaga en la entrevista concedida a Antonio Carriero. Digo atribuidas, porque el hecho de que se publiquen en una web o en cien webs no significa que se hayan tomado literalmente. Y una sola palabra basta para cambiar todo el sentido.
Pero, fidedignas o no, las palabras que se le atribuyen sí que me han parecido un interesantísimo objeto de meditación teológica. Las supuestas declaraciones son éstas:
El Santo Padre es el magisterio, y es él quien enseña a toda la Iglesia.
No voy a entrar en la evidente cuestión de que no todo lo que sale de la boca del Santo Padre es magisterio. Eso estaba fuera de toda duda en la mente del cardenal y su declaración lo supone.
Ahora bien, realmente hay una identificación entre persona y magisterio. Reflexionar sobre esto es muy beneficioso. No penséis que voy a decir un “no” rotundo. Hay obispos cuya santidad y sabiduría es tal que, en cuanto abren la boca, sus labios destilan el mejor magisterio. De estos prelados siempre ha habido muy pocos. Estos faros, estas montañas, siempre han sido en la Historia, pocos. Realmente tenían un don. Un don encuadrado en toda una vida de contemplación, ascetismo, lectio y estudio.
Sin pretenderlo, sin ninguna arrogancia, sin ninguna solemnidad, ya estén en la salita de estar de una favela brasileña ya con un grupito de presbíteros, hay obispos cuya boca es una fuente de un profundísimo magisterio. La mejor teología con la mayor fidelidad a la ortodoxia es lo que siempre sale de sus bocas.
¿Y el resto? Pues la gradación de la calidad de magisterio es muy variable. ¿Cómo de variable? Respuesta: según la calidad de la persona. Su calidad intelectual y espiritual.
Si esto es válido para un obispo, lo es para el obispo de Roma
¿Debemos acoger todo magisterio proveniente del Papa? Sí. Pero ha habido Papas que han producido poquísimo magisterio. Alguno en la Historia ha habido que prácticamente nada. En cantidad y calidad, el magisterio papal ha sido variable. A través de ellos, ha actuado el Espíritu Santo. Pero ha actuado para impedir el error, nada más. En lo demás, aun siendo el Papa, ha actuado la persona, con todas sus virtudes y defectos. Ésa es la gran, inmensa, radical, diferencia entre la Voz de Dios (la Biblia) y la voz inerrante (la de los sucesores de Pedro).
En la Biblia se dice lo que Dios quiere (contenido) como Dios quiere (forma). A los Papas, sólo les está asegurada la inerrancia. Como toda la Iglesia ora por ellos, sin duda, Dios les ayuda mucho, más de lo que imaginamos.
Yo acepto, ya de antemano, todo magisterio papal. Y todo lo acojo con el mayor respeto. Pero la relación entre la objetividad del magisterio y la subjetividad de la persona, no es de identificación. En algunas ocasiones, algún Papa, queriendo crear magisterio, no lo ha podido producir. Es decir, sus sermones, cartas, discursos y otro tipo de intervenciones, se han quedado en un deseo a este respecto. Aun sin darse cuenta, detrás de la repetición de lo ya sabido, no ha habido nada de nuevo.
Pongo un ejemplo con un Papa para mí queridísimo, Juan Pablo II. Buena parte de los sermones de este Papa, realmente no produjeron nada nuevo. El verdadero nuevo magisterio de este Papa se reduce a unas pocas páginas. En el resto de escritos, muy a su pesar, fue una mera repetición del magisterio de otros o de puntos teológicos pacíficos.
El Santo Padre produce no “el” magisterio, sino que puede producir “magisterio”, a secas, porque esa realidad puede ser muy variable.
El sentido legítimo de la declaración del cardenal me parece ver claro que se refiere a que el Papa puede producir una nueva profundización en el magisterio, algo que no sea mera repetición de lo anterior. Un magisterio autoritativo que deba ser escuchado, y que no pueda ser rechazado por ser nuevo. Pero la formulación me parece que induce a error.
Imaginemos un Papa nefasto, medieval, corrupto, alejado totalmente de la oración que, en un enfado, exclamase a un legado: ¡Yo soy el magisterio!
El verdadero magisterio, el gran magisterio, es como una miel que sale de la boca del pastor, sea obispo de las ovejas de Roma o de otro rebaño. Si es el obispo de Roma, sobre él recaerán gracias totalmente especiales.
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