En el nuevo Misal que estrenamos, el sacerdote comienza la Plegaria Eucarística de esta manera: Cristo, Señor nuestro, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, y, al rechazar las tentaciones de la antigua serpiente, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado; de este modo, celebrando con sinceridad el Misterio pascual, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba. (Prefacio I de Cuaresma, con una traducción mejorada)
A tiempo llega la Cuaresma a recordarnos, con el brillo de esta formulación del Misal nuevo, que “sofocar la fuerza del pecado” es posible, porque Cristo el Señor nos capacita para ello, ya que su victoria en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto, Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo. (Catecismo de la Iglesia)
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