Ese partido lo ganamos sin bajar del autobús”. Frase que dijo Helenio Herrera, un entrenador muy bueno y muy pintoresco que tuvo el Barça.
Como llevo unos días ocupado con la boda del primer nieto (ya solo me faltan 47 por casar), he mirado las noticias por encima y no me había enterado de que otro tipo, supongo que menos pintoresco, ha sacado un autobús a la calle y ha puesto nerviosa a bastante gente.
Le llaman “el autobús transfóbico”. Leí los letreros que llevaba pegados, para ver lo que se le había ocurrido al mozo del autobús. Lo que vi era una descripción de las características biológicas que distinguen un hombre de una mujer y que no son el color de los zapatitos −rosa para las niñas, azul claro para los niños−. No sé a quién irán dirigidos esos mensajes, porque en mi casa no son ninguna novedad, fundamentalmente por la cantidad de veces que todos −mi mujer, mis hijos y yo− hemos bañado −y limpiado las cacas− de los niños que hemos tenido.
No entendí a la primera el letrero “Que no te engañen”, porque, por muchas ganas que tengan de engañarme, los niños tendrán lo que tienen que tener, que les hace niños, y las niñas lo que tienen que tener, que les hace niñas.
Por esa misma razón, no entendí a qué venía lo de calificar como “ultracatólico” al del autobús, porque creo que los ultracatólicos −que deben ir a Misa todos los días mañana, tarde y noche− y los ultranocatólicos −que no van a Misa nunca, pero nunca nunca− coinciden en que lo que es, es y lo que no es, no es.
Mi desconcierto aumenta cuando un medio de comunicación se pregunta si lo del autobús se trata de libertad de expresión o de un delito de odio.
No me lo puedo creer. Ni libertad de expresión ni delito de nada. Simplemente, expresión de un hecho, como si me dicen que hoy es miércoles porque ayer fue martes y mañana es jueves. Igual le molesta a alguien, pero es lo que hay.
El asunto llega al Juzgado 42 de Madrid, que, visto el lío, hizo lo que hubiera hecho yo: dar orden de retirar el autobús. Algo así como “no me líe. Llévese el autobús y no moleste”. Supongo que en el País Vasco y en Navarra algún otro Juzgado dio la orden de retirar los anuncios en los que decía que las niñas tenían lo que, tradicionalmente, habían tenido los niños, y viceversa.
En resumen, una tontada. Que si mi niño no tiene, que si mi niña tiene. No le di ninguna importancia. Y por supuesto, si alguien ha pensado que eso es un delito de odio, que se lo haga mirar.
Aingeru Mayor, sexólogo, dice: “Yo tengo dos hijas, una con vulva y otra con pene”. No sé si es una frase real o figurativa, pero en cualquier caso es un tema difícil, que exige una gran delicadeza. Supongo que esto les pasa a algunos niños y a algunas niñas. A mí no me ha pasado. Iba a decir “gracias a Dios”, pero no lo digo, para que nadie piense que soy ultracatólico. Soy católico y basta. Que bastante esfuerzo me cuesta.
Pienso que si me hubiera ocurrido, habría llevado a la criatura a un médico, a un psicólogo y a mucho cariño en casa, porque supongo que ese niño o esa niña lo pasan mal y no les hace ningún bien que los utilicen de modelo de algo en lo que yo creo que no les gusta ser modelo.
La vida es compleja y no se arregla ni con marquesinas ni con autobuses. Ni generalizando lo particular. El que sea “particular” requiere más cariño que los demás. Pues eso, a echarles cariño y a dejarnos de odios.
Leopoldo Abadía, en lavanguardia.com.
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