Veamos algunas de las acusaciones lanzadas contra el Papa y el Cardenal Borgia.
1) Fiestas mundanas
En primer lugar la acusación del Papa Pío II donde se le acusó de participar en fiestas mundanas. En efecto, en junio de 1460, mientras el cardenal Borgia contaba apenas con veintiocho años, el Papa Pío II, haciéndose eco de ciertas historias, le escribió una carta reprochándole una conducta disipada:
Hemos oído que hace tres días, un gran número de mujeres de Siena, ataviadas con toda vanidad mundana, se reunieron en los jardines de nuestro bien amado hijo Juan Bichas, y que Vuestra Eminencia, descuidando la dignidad de su posición, estuvo con ellas desde la una hasta las seis de la tarde, y que teníais en vuestra compañía a otro Cardenal, a quien, si no el honor de la Santa Sede, al menos su edad, debía haberle recordado sus deberes. Se nos dice que los bailes fueron desenfrenados y que las seducciones del amor no tuvieron límite, y que vos mismo os habéis comportado como si fuerais un joven del montón secular[1].
El Papa Pío II, en efecto, parecía sorprendido de esta actitud desordenada del joven cardenal, considerándolo siempre «un modelo de gravedad y de modestia» (te semper dileximus et tamquam eum in quo gravitatis et modestiae specimen vidimus). Varios escritores han reproducido dicha carta una y mil veces, como era de suponer, e incluso agravándola en sus traducciones y aduciendo una conducta completamente inmoral de Borgia.
La respuesta inmediata de Borgia a la acusación del Papa fue destruida en el período posterior a su propio pontificado por parte de sus enemigos políticos, pero subsiste la réplica a esa respuesta que el mismo Pío II realizó:
Hemos recibido la carta de Vuestra Eminencia y tomado nota de las explicaciones que me dais. Vuestra acción, querido hijo, no puede estar exenta de culpa, aunque tal vez sea menos grave de lo que al principio se dijo. Os exhortamos a absteneros en lo futuro de tales deslices y a cuidar con mucho esmero de vuestro honor. Os concedemos el perdón que nos pedís; de no amaros como hijo predilecto, no os hubiéramos reconvenido tan tiernamente[2].
La misma acusación resulta una defensa pues, sin ser un santo, el Papa se desconcertaba de algo que no era habitual en él.
2) Dormir acompañado
En otra oportunidad, estando en Ancona para una misión contra los turcos, donde moriría Pío II, Rodrigo se vio sorprendido por una terrible enfermedad que casi le costó la vida. Dado el tenor de su cargo (era vice-canciller del Papa) Jacopo de Arezzo comunicó el estado del cardenal a su príncipe por medio de una nota que decía:
Informo también a Vuestra Ilustrísima Señoría que el Vice-Canciller está enfermo de morbo, y esto es cierto; tiene dolor en el oído y bajo el brazo izquierdo. El médico que le vio enseguida, dice tener poca esperanza de curación, debido especialmente a que poco antes no durmió solo en la cama (non solus in lecto dormiverat). La deducción que se ha hecho por la fácil crítica es que el morbo era la conocida enfermedad que se llamó «mal francés»[3].
—¡Suficiente!—dirá alguno. Era un mujeriego…
Como narra Ferrara, si bien se piensa, la opinión del médico debe tomarse no como una maledicencia o deseo de revelar los secretos de su paciente, sino como un dato técnico.
La ciudad Ancona se encontraba en guerra y superpoblada, de allí que,
no debe parecer anormal que en las grandes camas de aquella época, donde dormían habitualmente, a despecho de todo pudor, familias enteras, haya dormido con otros clérigos de su corte el Cardenal Borgia, y, en cambio, debe, sí, considerarse como muy anormal que mientras el Papa moría, en un período de epidemia violenta, en una ciudad que tenía veinte o más veces su habitual población, haya podido encontrar una alcoba tan íntima y tener una diversión del género indicado[4].
También en este período enfermaron de lo mismo (¡y en Ancona!) los cardenales Scarampo, Barbo y otros, sin que por ello se los tilde de libertinos.
3) La acusación del Cardenal Ammanati Piccolomini
El cardenal italiano lo acusará de haber procurado la elección de Sixto IV con malas artes, de ser vano, mezquino, de gastar el dinero de la Iglesia en la misión que le cupo como legado en España… Al respecto, como muy bien dice von Pastor, este Cardenal Ammanati no puede ser tenido muy en cuenta, por lo tornadizo de sus ideas, que le llevaban a escribir en los más opuestos sentidos y referir las cosas más contradictorias al mismo tiempo.
Sólo para citar un ejemplo, en otra ocasión le escribe cuando Borgia se encontraba en España para que vuelva por ser indispensable su misión en Roma, donde «todos desean verle allí».
4) Las amantes y los hijos del Papa
Quizás sea una de las acusaciones más extendidas. «El Papa que tuvo hijos» como decíamos más arriba, en el caso de haberlos tenido, esto no constituía una excepción entre los pontífices del Renacimiento; además, como narra Ferrara:
Nosotros no discutimos esta cuestión, movidos por la creencia de que Alejandro VI, ya en el papado, no podía haber llevado una vida irregular (…). Es más, opinamos que quien creyera que Rodrigo Borgia mantuvo el voto de castidad se podría equivocar. Porque teniendo en cuenta que hijos, y por consiguiente relaciones anticanónicas, tuvieron Pío II, el erudito Eneas Silvio, y Sixto IV; que a Inocencio VIII se le atribuyeron nada menos que dieciséis hijos, fijándose en igual número varones y hembras, y que Julio II tuvo tres hijas conocidas en toda Roma, no podemos suponer que Alejandro VI fuera una excepción[5].
Que el Papa Borgia no haya sido San Luis Gonzaga nadie lo niega; lo que no deja de sorprender a lo largo de sus biografías es ver cómo por este tema se lo ataca casi sistemáticamente y en soledad, oscureciendo las glorias de su papado e incriminando sólo a él como el lujurioso de la película.
Es dable recordar que la inculpación de sus amoríos se dieron sólo después de estar sentado en la silla de San Pedro; es decir, no hubo imputaciones importantes en su período cardenalicio. ¿Por qué? Es claro que se quiso hacer hincapié en el Borgia Papa, y no tanto en el Borgia cardenal, atacando su gestión más importante.
Pero vayamos a las faltas que se le imputan en este ámbito. Dos fueron especialmente «las mujeres del Papa»: la famosa Vannozza Catanei y Julia Farnese.
Estos amores tienen su base narrativa principalmente en los tres propagandistas ya citados (Infessura, Sanazzaro y Matarazzo), como narra Ferrara:
Las llamadas relaciones de Alejandro VI con la bella Farnese no nos vienen de una información seria y verosímil, sino que salen, como las de la Vannozza, de la confusión y alteración de los hechos conocidos, y nos vemos obligados a afirmar que no solamente no hay pruebas concluyentes que nos induzcan a creer en ella, sino que las hay negativas, que nos imponen suponer que tanta vileza es una invención más de las muchas que cayeron sobre la cabeza expiatoria del Papa Borgia (…). Si las relaciones de Vannozza Catanei y Rodrigo Borgia están todavía sometidas a pruebas, las de Julia Farnese alcanzan una demostración negativa[6].
Otro tanto alega en el plano más comprometido moralmente de los supuestos amores incestuosos de Lucrecia Borgia, con sus hermanos y con su «padre». Explica:
No hay por qué decir, sin embargo, que todo es simplemente una fantasía arreglada sobre el tema de los Borgia de la leyenda. La acusación de incesto está tan descartada hoy en día que ningún escritor serio la considera cierta. Ella tuvo su origen en la lucha de fango que se entabló entre Giovanni Sforza y los Borgia, cuando el Papa para anular el matrimonio de Sforza con Lucrecia, lo declaró impotente (…).Giovanni Sforza se defendió como pudo a través de sus poderosas influencias; pero el 18 de noviembre del mismo año 1497 reconoció, en documento auténtico, su estado[7].
Borgia habría cometido todos los crímenes posibles: fornicación con Vannozza, estupro con Julia e incesto con Lucrecia, su «hija»…
De la primera habría tenido cuatro hijos: Juan, César, Lucrecia y Joffre Borgia, los famosos «hijos del Papa» (se le suman unos seis más, dependiendo de los autores)[8].
Sólo para resumir el tema y sobre la base de Ferrara (que en esto sigue a De Roo), basta recordar que se trataba de los hijos de Guillermo Raimundo Llangol y de Borja con su esposa, Vannozza de Borgia (quien firmaba así por ser su apellido de casada). Si esto no basta, resultará aún más convincente ver las fechas de los nacimientos de los cuatro hijos para encontrar claras discordancias.
Sucede que, o bien tales incongruencias podrían atribuirse a la existencia de más de una «Vannozza» o bien que Borgia hacía viajes interespaciales o intertemporales… —con lo que se habría anticipado a Wells y su máquina del tiempo…
Veamos algunas de las discordancias en su conjunto:
- De ser cierto la paternidad del Papa respecto de los hijos de Vannozza, esta mujer extraordinaria debió ser un tanto extraña para dar a luz, pues «dio un hijo al Papa en el mismo período de gestación en que dio un hijo a uno de sus maridos legales»[9] (estuvo casada más de una vez).
- Los hijos de Vannozza nacieron en España en tiempos en que el Cardenal Borgia ya no estaba allí y que no coincide con el período en que fue Legado del Papa por aquellas tierras. Y eso que eran épocas en que la fecundación artificial no corría…
- Los hijos del Papa son muchos o son pocos, o no los tiene, según el humor de quien escribe y el tiempo en que se escribe.
En cuanto a la «Bella Julia» Farnese, joven y hermosa romana de apenas quince años, hay ríos de tinta escritos: poseída por Alejandro VI como cardenal y como Papa, la habría hecho casar ya habiendo gozado de ella. La misma madre de la joven la habría entregado a la lascivia del ya maduro hombre de cincuenta y ocho años, para alcanzar los beneficios de la corte papal. Las fuentes de esta historia se encuentran en madrigales recitados a escondidas sin ningún tipo de información seria y verosímil. Se confunden indistintamente los nombres de Vannozza y Julia como si fueran la misma persona: hoy tiene 15 años, mañana 40. Parece increíble, pero es así. De nuevo los panegiristas de siempre sueltan a correr las injurias y la «historia» se va consolidando poco a poco: una carta dirigida a Lucrecia Borgia donde Alejandro VI se lamenta de la ausencia de Julia y Adriana (ama de llaves del Papa), ante el fallecimiento de un hermano de la joven Farnese, hace presuponer amoríos con ésta. Como narra Ferrara: «¡Qué conspiración de cieno se debe suponer para interpretar dicha carta en el sentido de que el viejo amante se queja a su propia hija, real o putativa, de que la madre del marido de su concubina le ha sustraído a ésta por unos cuantos días, redactando la misma un Obispo, luego Cardenal del todo respetable!»[10].
Si a esto le sumamos que el mote de Esposa de Cristo (con el que se quería hacer pasar a Julia como la concubina del Papa) fue colocado por Stefano de Castrocaro al acusar al Papa de nepotismo por favorecer el cardenalato del joven Farnese, todo entra en un combo digno de fast-stories.
Tantas contradicciones y mezclas pueden llevar al lector común a perderse en la madeja. El mismo Infessura, principal enemigo del papado y autor del Diario mil veces citado contra Alejandro VI llama a veces al cardenal de Monreale «figlio del Papa» y también «nepote del Papa», es decir, hijo y sobrino al mismo tiempo…
Como defensa, y con documentos oficiales, digamos sólo tres cosas:
- En un documento de 1501 dirigido al reino de Francia (aún neutral respecto del papado de Borgia), se hace una proposición a Luis XII sobre determinados puntos considerando allí a los hijos del Duque de Gandía, a César, a Lucrecia, etc., neveux et parens, es decir, sobrinos y parientes de Alejandro VI.
- Lo mismo sucede en una carta oficial escrita desde Alemania a César Borgia, cardenal de Valencia, en 29 de agosto de 1495, donde se escribe Ad Valentinum, nepotem de Su Santidad.
- En un pleito debatido en el Parlamento de París, en que es parte Claudio de Borbón, nieto de César Borgia, éste se refiere al Papa Alejandro diciendo du dit Pape Alexandre, son oncle, del dicho Papa Alejandro, su tío, y a César Borgia en la siguiente forma: Cezar de Bourgia neveu du Pape Alexandre Sixciesme[11].
Quedan apuntadas las acusaciones más escandalosas referidas a la honestidad del Pontífice, y el descargo del historiador revisionista. Es claro que ni siquiera Orestes Ferrara —quien se apoya en la documentación publicada por Peter de Roo (Material for a History of Pope Alexander VI)— puede decir que Rodrigo fuera un santo, o, al menos, un sacerdote observante del voto de castidad. Lo que se intenta simplemente es destruir la singularidad malévola que se le atribuye a este pontífice, fruto de la leyenda negra antiborgiana.
5) El veneno del Papa Borgia
«Un mate en la Plaza San Pedro es menos peligroso que un café en el Vaticano», dicen que habría dicho en broma el Papa Francisco.
Sucede en este caso que, como bien señala Ferrara «es preciso establecer la premisa de que es difícil encontrar constante en todo este período un caso de muerte más o menos inesperada de un personaje que no provoque una o más insinuaciones de Embajadores o de cronistas de la época, de que se debió a veneno»[12]. Que haya habido envenenamientos durante el Renacimiento no resulta extraño; la práctica eliminatoria de los enemigos no es exclusividad de nuestro tiempo. Pero, ¿de qué veneno estamos hablando?
Un tóxico especial, cuyo secreto se han llevado a la tumba. Es la «cantarella», a base de cantáridas, o de arsénico, o de otros agentes químicos desconocidos; es un polvo blanco que a veces no tiene sabor, y en otros casos resulta repulsivo; una pequeña dosis en un cáliz, disuelta en el vino, en el agua, en un caldo, o esparcida como sal, y la víctima muere a voluntad del victimario[13].
Muchas muertes se han imputado a los Borgia; para quien lea algunas de sus vidas, la pregunta a hacerse es directa: «¿por qué entonces vivieron tantos años el Cardenal Áscanio Sforza, el Cardenal Colonna, el Peraud y otros, que le habían hecho continuas traiciones, y que eran ricos y cargados de “beneficios”»?[14] ¿Por qué no son los enemigos del Papa, sino justamente sus amigos quienes morirán por el veneno (su sobrino, el Cardenal de Monreal, el cardenal Juan López, el cardenal Ferrari, etc.)[15].
La acusación parece ser tan difícil mantener como la confección de la misma cantarella.
6) Papa simoníaco, que pagó para llegar al Papado
De todas las acusaciones, quizás esta sea la más sencilla de rebatir.
Digámoslo de una vez: Alejandro VI no necesitó recurrir a la simonía para ser electo; simplemente porque no le hacía falta.
Su fama como cardenal y vice-canciller de cinco pontífices hablaba por sí misma (incluso llegó a ser electo sin la participación en el cónclave de los únicos cuatro cardenales no italianos). No sólo no le hacía falta recurrir a la simonía, sino que, incluso, ésta resultaba casi imposible dada la riqueza de los cardenales electores, muchos de ellos, representantes de las más ilustres y poderosas familias de Italia.
Se ha hablado de «beneficios» que dejó a otros cardenales; es cierto, pero no como consecuencia de simonía, ya que al asumir el Pontificado los cargos, dignidades y beneficios del antes cardenal devenido Papa, quedaban vacantes, y obligadamente debían traspasarse a otros clérigos (tal fue el caso de la donación al cardenal Sforza de su propia casa, para que le sirviera en su desempeño como nuevo Vice-Canciller).
Rodrigo Borgia debía, necesariamente, al asumir el nombre de Alejandro VI, conceder los innumerables beneficios que había acumulado en su larga carrera. Hacer otra cosa era imposible. Nadie ha intentado probar que tales «beneficios» fueron el precio de la votación, ni nadie ha presentado una prueba de que fueron ofrecidos antes, y no hay tampoco un documento del tiempo que alegue tal hecho. Se dirá que Alejandro VI favoreció a sus partidarios. Es posible; pero entonces hay que admitir lo que parece ser cierto, o sea, que la votación fue unánime, porque todos los Cardenales recibieron favores desde el primer momento de su papado. Los Cardenales que se han dado como adversarios suyos en el Cónclave, fueron beneficiados como los otros[16].
Lo de las «cuatro mulas cargadas de oro» que se dijo salían de la casa de Borgia y se dirigían a la del cardenal Sforza, es muy probable que haya sido un invento del propagandista Infessura o simplemente una exageración; es sabido que la propiedad de un cardenal, una vez electo Papa «era considerada spolia, al punto que el populacho tenía derecho a asaltar su palacio privado y a saquearlo, al anuncio de la elección»[17], de allí que, de haber existido, se trató de una medida normal de seguridad.
Hasta aquí, entonces, algunas de las acusaciones. Pasemos ahora ya no tanto a lo que se ha dicho de él, sino a lo que ha hecho él. Quizás recién entonces descubriremos porqué se le han achacado tantos y tales vicios.
[1] Ibídem, 73-74.
[2] Ibídem, 77-78.
[3] Ibídem, 79.
[4] Ibídem, 80.
[5] Ibídem, 153. «Nosotros no creemos, como Leonetti y De Roo, que estas alteraciones de la vida, que atacamos por falsas, nos obligan a la inversa a creer en un Papa Borgia casto y puro (…). Al reflexionar sobre los tiempos aquéllos, que no invitaban a la contrición y al sacrificio, nos inclinamos a pensar que el voto de castidad pudo ser violado por nuestro personaje, ya que se violaba generalmente por clérigos menores». (ibídem, 154). El erudito Eneas Silvio –Piccolomini- es el Papa Pío II citado.
[6] Ibídem, 149, 152, 157, 165.
[7] Ibídem, 177, 251.
[8] Apuntemos que, quienes acusan a Borgia de haber tenido hijos, aclaran que su posible relación con Vannozza terminó doce años antes de su ascensión al pontificado.
[9] Ibídem, 149.
[11] Ibídem, 187-188. Hay aún más testimonios al respecto.
[15] Un escritor inglés ha hecho un examen estadístico sobre los Cardenales muertos durante los pontificados de Sixto IV, de Inocencio VIII, de Alejandro VI y de Julio II, y teniendo en cuenta las proporciones numéricas, declara que no hay ningún aumento apreciable en la mortalidad de los Cardenales del período de Alejandro VI. Y este autor no es nada favorable a los Borgia (cfr. L. Collison Morley, The Story of the Borgias, 237; citado por Orestes Ferrara, op. cit.,323).
[16] Orestes Ferrara, op. cit., 112. La unanimidad por medio de la cual llegó al solio pontificio resulta de por sí «suficiente no sólo para confundir las voces de simonía, originadas, como hemos visto, en fuentes deleznables, sino para negar todo cuanto se ha escrito de la vida matrimonial que llevaba en Roma el Cardenal Borgia y de sus inmoralidades del arroyo» (ibídem, 120).
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