La liturgia diaria meditada - Vayan y proclamen que el Reino de los Cielos está cerca (Mt 9,35 - 10,1.6-8) 03/12



Sábado 03 de Diciembre de 2016
San Francisco Javier, presbítero
(MO). Blanco.

Francisco nació en Pamplona (España) en el año 1506. En la universidad de París, donde cursó sus estudios, se hizo amigo de san Ignacio de Loyola. De esta amistad surgirá luego la Compañía de Jesús (los jesuitas). En sus once años de misionero, recorrió India, Japón y varios países del Lejano Oriente. Murió en la isla de Shangchuan (China), debido a su deseo de evangelizar ese país. Fue declarado patrono de las misiones por el papa Pío X.

Antífona de entrada         Sal 17, 50; 21, 23
Te alabaré entre las naciones, Señor, y anunciaré tu Nombre a mis hermanos.

Oración colecta    
Señor y Dios nuestro, que adquiriste para ti numerosos pueblos por la predicación de san Francisco Javier, concédenos su mismo ardor para difundir la fe, y que la santa Iglesia se alegre de ver crecer, en todas partes, el número de sus hijos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Recibe, Señor, los dones que te presentamos en la festividad de san Francisco Javier, y, así como él partió a continentes lejanos impulsado por el deseo de salvar a los hombres, concédenos que también nosotros, dando testimonio del Evangelio, caminemos hacia ti junto con nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión       cf. Mt 10, 27
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día, dice el Señor; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.

Oración después de la comunión
El sacramento recibido, Padre, encienda en nosotros la caridad que movió a san Francisco Javier por la salvación de todos los hombres, para que, viviendo más dignamente nuestra vocación, alcancemos con él la recompensa prometida a los servidores fieles. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        Is 30, 19-21. 23-26
Lectura del libro de Isaías.
Así habla el Señor: Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, ya no tendrás que llorar: Él se apiadará de ti al oír tu clamor; apenas te escuche, te responderá. Cuando el Señor les haya dado el pan de la angustia y el agua de la aflicción, aquel que te instruye no se ocultará más, sino que verás a tu maestro con tus propios ojos. Tus oídos escucharán detrás de ti una palabra: “Éste es el camino, síganlo, aunque se hayan desviado a la derecha o a la izquierda”. El Señor te dará lluvia para la semilla que siembres en el suelo, y el pan que produzca el terreno será rico y sustancioso. Aquel día, tu ganado pacerá en extensas praderas. Los bueyes y los asnos que trabajen el suelo comerán forraje bien sazonado, aventado con el bieldo y la horquilla. En todo monte elevado y en toda colina alta, habrá arroyos y corrientes de agua, el día de la gran masacre, cuando se derrumben las torres. Entonces, la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces más intensa –como la luz de siete días– el día en que el Señor vende la herida de su pueblo y sane las llagas de los golpes que le infligió.
Palabra de Dios.

Comentario
El camino de cada hijo e hija de Dios no es una vía solitaria. El Señor mismo nos enseña a caminar y nos muestra hacia dónde debemos dirigirnos para vivir en comunión con él.

Salmo  146, 1-6
R. ¡Felices los que esperan en el Señor!

¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios, qué agradable y merecida es su alabanza! El Señor reconstruye a Jerusalén y congrega a los dispersos de Israel. R.

Sana a los que están afligidos y les venda las heridas. Él cuenta el número de las estrellas y llama a cada una por su nombre. R.

Nuestro Señor es grande y poderoso, su inteligencia no tiene medida. El Señor eleva a los oprimidos y humilla a los malvados hasta el polvo. R.

Aleluya       
Aleluya. El Señor es nuestro Juez, nuestro Legislador, nuestro Rey: Él nos salvará. Aleluya.

Evangelio     Mt 9,35—10, 1. 5a. 6-8
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha”. Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de sanar cualquier enfermedad o dolencia. A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: “Vayan a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”.
Palabra del Señor.

Comentario
Ante el dolor de la gente, Jesús sabe cuáles son sus límites: no puede atender a todos, todo el tiempo y en todo lugar. Por esta razón, Jesús convoca a los discípulos, los hace partícipes y les delega sus tareas, confiando en que ellos continúen con su misión.

Oración introductoria
Jesucristo, creo que Tú también me has llamado para llevar adelante esta misión, pero muchas veces siento que no puedo, pues experimento mi debilidad e incapacidad. Enséñame, Jesús, a creer que siempre estás actuando en mi vida, que Tú me llamaste a esta misión, que estás conmigo; para que siga adelante y ayude a mis hermanos, en medio de tantas dificultades.

Petición
Señor, ayúdame a ser tu testigo en este mundo y a transmitir mi fe a los que más la necesiten. 

Meditación 

Hoy, cuando ya llevamos una semana dentro del itinerario de preparación para la celebración de la Navidad, ya hemos constatado que una de las virtudes que hemos de fomentar durante el Adviento es la esperanza. Pero no de una manera pasiva, como quien espera que pase el tren, sino una esperanza activa, que nos mueve a disponernos poniendo de nuestra parte todo lo que sea necesario para que Jesús pueda nacer de nuevo en nuestros corazones.

Pero hemos de tratar de no conformarnos sólo con lo que nosotros esperamos, sino —sobre todo— ir a descubrir qué es lo que Dios espera de nosotros. Como los doce, también nosotros estamos llamados a seguir sus caminos. Ojalá que hoy escuchemos la voz del Señor que —por medio del profeta Isaías— nos dice: «El camino es éste, síguelo» (Is 30,21, de la primera lectura de hoy). Siguiendo cada uno su camino, Dios espera de todos que con nuestra vida anunciemos «que el Reino de Dios está cerca» (Mt 10,7).

El Evangelio de hoy nos narra cómo, ante aquella multitud de gente, Jesús tuvo compasión y les dijo: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37-38). Él ha querido confiar en nosotros y quiere que en las muy diversas circunstancias respondamos a la vocación de convertirnos en apóstoles de nuestro mundo. La misión para la que Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo requiere de nosotros que seamos sus continuadores. En nuestros días también encontramos una multitud desorientada y desesperanzada, que tiene sed de la Buena Nueva de la Salvación que Cristo nos ha traído, de la que nosotros somos sus mensajeros. Es una misión confiada a todos. Conocedores de nuestras flaquezas y handicaps, apoyémonos en la oración constante y estemos contentos de llegar a ser así colaboradores del plan redentor que Cristo nos ha revelado.

No podemos llevar este mensaje por nosotros mismos, estando alejados del pastor, de Cristo. Sólo lograremos cumplir con este mandato misionario en cada una de las difíciles situaciones en las que vivimos, si estamos unidos a Cristo.
No es con el poder, con la fuerza, con la violencia que el reino de paz de Cristo se extiende, sino con el don de sí. No podemos aceptar pasivamente el mal que sugiere el mundo y mucho menos querer combatirlo con la fuerza.
Sólo podremos ayudar este mundo siendo de verdad lo que somos: cristianos, misioneros, apóstoles de Cristo. Y eso implica el don de nosotros mismos, salir de nuestras seguridades, de nuestras comodidades, para que el prójimo tenga también la paz y el amor de Dios, que nosotros debemos transmitir.

Propósito
Hoy ofreceré un pequeño sacrifico a Dios, por todos los que sufren a causa de su fe.

Diálogo con Cristo
Señor, Tú necesitas de colaboradores para la gran obra de tu redención. Necesitas de apóstoles convencidos y entusiasmados, que enseñen a otros. Señor, Tú me llamas a esta misión. Y creo que si Tú me lo pides, Tú me darás las fuerzas para responder: "Aquí estoy". Cura, Señor, mis debilidades y mis flaquezas, para que pueda ser un instrumento que dé salud a los demás. Señor, que yo no pierda la esperanza de luchar, aunque el mundo sea cada vez más agresivo. Que nunca me olvide de que Tú, el Salvador de este mundo, estás conmigo. ¡Gracias, Señor, por tu compañía! En tus manos, pongo este nuevo día. 

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