Después del desaguisado de los católicos metidos en política y convertidos en políticos profesionales o así, hay tres estamentos más -influyentes donde los haya-, y que han contribuído sobremanera no solo a la descristianización tan total que padecedemos -con la consiguiente corrupción de las conciencias-, sino también a la “ingeniería social” que pretende traer e instalar la cruel deshumanización que se ha establecido en las relaciones humanas y en toda la sociedad.
Me refiero al estamento médico, al estamento judicial y a los medios de comunicación. Hoy nos vamos a ocupar solo del primero: los médicos; por supuesto, desde la órbita católica y desde el humanimismo que defiende, en un respeto total y absoluto por la dignidad de la persona humana: la única institución -la Iglesia Católica- que sirve a la totalidad de la persona, sin trocearla ni mucho menos aniquilarla. Porque la Iglesia sabe bien que “el hombre es el lugar de la Iglesia” y, por tanto, el hombre es “su vocación": está hecha para el hombre; y así da a Dios toda la gloria.
Por cierto, y aprovecho ya: todas las acusaciones, falsas e interesadas ellas, contra la Iglesia de “rigorismo", de "fanatismo", de “inmisericorde", etc., solo porque no cede a las presiones del NOM (Nuevo Orden Mundial), a las ideologías -en especial la “ideología de género"- y a los lobis -especialmente del loby homosex y asimilados-, además de patéticas en sí mismas, los que las vocean hacen el ridículo no solo ante los demás, sino directamente ante el espejo: no digamos ante una mínima confrontación en el plano intelectual, que no resisten: se desmoronan. Y, por si alguno no lo tiene claro aún, son moralmente deleznables.
Pues vamos con los católicos metidos a médicos, o con los médicos que quieren seguir siendo y viviendo como católicos.,
No lo tienen fácil, porque presiones, lo que se dice presiones, tienen y muchas, tanto desde dentro del mundillo médico -la “formación” que se les da; las directrices que reciben desde sus jefes, médicos y políticos-, como desde fuera: los mismos pacientes y la propia sociedad y sus voceros.
Pero “ser católico” es aprender a “nadar contra corriente", es querer “ser sal y luz", además de “levadura". Y por encima de todo: es buscar ser fiel a Cristo, gastando su vida como un hijo queridísimo de Dios en su iglesia y en el mundo, ejerciendo cada uno su profesión para “poner a Jesucristo en la cumbre de todas las actividades humanas", para que realmente Él señoree y viva efectivamente en medio de nosotros: Yo, para esto he venido (Jn 18, 37). De este modo se cumplirá aquel "descubrimiento” que Jesús mismo nos revela al anunciárnoslo: El Reino de Dios está en medio de vosotros (Lc 17, 121: “Regnum Dei intra vos est"). Descubrimiento que todos los católicos hemos de convertir en el leitmotiv de toda nuestra vida.
La medicina -y sus profesionales-, se deshumaniza cuando “técnicamete" pierde de vista a la persona; y lo hace precisamente cuando rechaza a Dios: cuando Dios “ya no está” porque “se le ha echado", al ser el único verdadero y real refugio que le queda al “hombre total” en este mundo, todos los ámbitos de los que se le arroja se deshumanizan irremediablemente, y se vuelven necesariamente contra el mismo hombre al que deben servir. No lo pueden evitar aunque quieran; pero además es que ya ni se puede querer ni se quiere de hecho. Y se empieza, en el ámbito médico, a tratar al paciente como a una “cosa” -con perdón-, aunque no se lo plantee así; aunque quizá sea mucho suponer.
La medicina y sus profesionales están para “intentar CURAR” o al menos ALIVIAR a la PERSONA ENFERMA: se debe poner por tanto a su servicio, y solo adquiere la dignidad que le corresponde cuando se dedica honrada y profesionalmente a ello. A veces se podrá totalmente, otras solo parcialmente, otras solo acompañar dignamente hasta el desenlace final; porque los médicos no son Dios y, por tanto, no pueden evitar que un paciente se les muera, por mucha dedicación y profesionalidad que hayan puesto.
Por la misma razón, tampoco pueden pretender “dar la vida” ex novo -fuera de los cauces de la misma naturaleza-; ni pueden “ensañarse” con un paciente; ni pueden “experimentar” -sean con embriones, con fetillos, con niños o con adultos- con prácticas que atenten contra la dignidad de la persona que es “intocable"; mucho menos la pueden matar.
Y todo esto se da: por lo directo, por lo indirecto, a las claras, a las oscuras, con la ley en la mano o forzando la ley… Ahí están las cifras de los abortos, de las eutanasias -encubiertas o no-, de los cambios y recambios de sexo, las fecundaciones in vitro, las píldoras abortivas y las píldoras anticonceptivas, las esterilizaciones, los dius, la negación de asistencia no ya sanitaria: ni siquiera humanitaria: hidratar -darle agua- a un moribundo… Si a un perro se le deja morir de hambre y de sed, viene el SEPRONA y se te cae el pelo: pues esto se hace CON PERSONAS y, para mayor escarnio, con permiso judicial, incluso aunque la familia del enfermo o moribundo no quiera.
¿Y quién la deshumaniza? Todos los estamentos -las personas que los integran- que, bien por acción u omisión, concurren a que no se vea al paciente como PERSONA. Cuando un paciente se considera como una “cosa” -iba a poner como “animal", pero sería mentir: hoy día, los animales tienen más derechos que las personas y se protejen mucho más que a estas últimas-, se le tratará como tal; y a esos profesionales les acabará pareciendo lo más normal que se actúe así.
Claro que el que no ve la diferencia entre una persona -sea mujer u hombre- y una “vaca” o una “piedra", tiene un grave problema: visual, intelectual y moral. Y si sigue sin “poder distinguir la diferencia", debería “reorientar” su horizonte profesional y hacerse veterinario o sacamantecas o picapedrero: seguro que las autoridades probas, democráticas, progresistas y competentes prodrían habilitar un curso puente o un máster para ponerlo fácil y al alcance.
Pero se deshumaniza porque se descristianiza. ¿Cómo? Cuando los médicos-católicos o los católicos-médicos, CEDEN ante esas personas que pretenden imponer una crueldad inhumana en el ejercicio de una profesión que está señalada precisamente por el servicio a la persona -precisamente cuando esta está más necesitada, más débil y más indefensa-, tomada en su integridad y en su totalidad. Nunca como vaca o cosa.
Pero, ¿por qué ceden? Las respuestas no son fáciles, y cada persona es un mundo. Pero sí se pueden señalar algunas posturas o situaciones generales.
La primera: esos católicos médicos/médicos católicos, por la deficiente formación católica que han recibido, no están en condiciones -ni quieren, tampoco- de dar la batalla al paganismo anticatólico que, disfrazado de ideología, pretende que no se aviste ni una sola señal de Dios, ni de su Iglesia, ni de sus hijos católicos en este mundo.
También puede ocurrir que habiendo recibido una buena formación católica, las "circunstancias” personales -las personales debilidades- acaben haciendo infructuosa esa formación, o esa vida en cristiano que se había vivido anteriormente con toda paz.
El resultado de las dos situaciones es la misma: “dejarse llevar” y “ceder". Pero eso no solo no es católico -ni siquiera es aceptablemente humano-, sino que es la negación de lo católico: es pasarse al enemigo en cuerpo y alma. Algo que grava muy pesadamente el alma, y hay que rendir cuentas a Dios; mucho más importantes que las que se puedan rendir -o deban: que igual, en conciencia, no se deben- a unos jefes…
¿Cómo se reconstruye el alma católica en este ámbito? ¿Cuáles son los puntos principales en los que los profesionales de la medicina deben dar la batalla, para dignificar -y santificar- la profesión y dignificarse -y santificarse- a sí mismos?
El primer campo es el respeto a la vida en su totalidad, desde su concepción hasta su defunción, respetando los límites del orden natural. De ahí que lo mismo que no se puede matar -abortar, eutanasiar, cortar la cabeza-, no se puede tampoco fecundar artificialmente; por poner dos momentos que, a día de hoy, son de plena actualidad.
El respeto a la vida, por tanto, exige la no intervención en el orden no-natural de la fecundación, sustituyendo a los progenitores con fármacos o técnicas que esterilicen, o recurriendo a la fecundación “in vitro".
Porque lo mismo que una persona no puede sustituir el orden natural, y evitar o adelantar la muerte de nadie -ni la suya propia-, tampoco puede hacerlo cuando se le descubre una esterilidad o una disfunción grave que le impide totalmente la procreación. Es muy loable el sentimiento de ser madre/padre, pero no se puede conseguir de cualquier manera, y los médicos no están para eso. Como no están para conseguir un niño-medicina, o un clon del niño fallecido; mucho menos un nene para una parejita homosexs o lesbis.
Hay más temas; pero simplemente con que en el mundillo médico se respetase la vida humana de un modo total y absoluto, la sociedad sería otra, se protegería efectivamente a la familia, y se ayudaría a reconocer y respetar la dignidad de la persona, empezando por reconocer cada uno su propia dignidad.
También la del médico -y demás profesionales de la medicina-, católico o no, como médico.
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