11 de diciembre.

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Homilía para el III Domingo de Adviento A

Cuando Juan el Bautista envió a sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” ¿Juan se enfrentaba a un momento de oscuridad, o utiliza este subterfugio para que sus discípulos pasen a Jesús? El texto del Evangelio no nos permite dar alguna respuesta a esta pregunta. En realidad, esta respuesta no es importante, ya que el centro de esta historia no se encuentra en Juan y su pregunta, sino en Jesús y su respuesta.

Aquí tenemos una de las más bellas páginas del Evangelio.La verdadera pregunta es la siguiente: “Cuando Dios entra en la historia humana, ¿cuáles son los signos auténticos de su acción?- Y si ha llegado el reino de Dios, ¿cuál es su verdadera manifestación?”

Hablando de esto decía el Papa emérito Benedicto XVI el 12 de diciembre de 2010: ” Hemos escuchado en el Evangelio la pregunta de san Juan Bautista que se encuentra en la cárcel; el Bautista, que había anunciado la venida del Juez que cambia el mundo, y ahora siente que el mundo sigue igual. Por eso, pide que pregunten a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? ¿Eres tú o debemos esperar a otro?». En los últimos dos o tres siglos muchos han preguntado: «¿Realmente eres tú o hay que cambiar el mundo de modo más radical? ¿Tú no lo haces?». Y han venido muchos profetas, ideólogos y dictadores que han dicho: «¡No es él! ¡No ha cambiado el mundo! ¡Somos nosotros!». Y han creado sus imperios, sus dictaduras, su totalitarismo que cambiaría el mundo. Y lo ha cambiado, pero de modo destructivo. Hoy sabemos que de esas grandes promesas no ha quedado más que un gran vacío y una gran destrucción. No eran ellosY así debemos mirar de nuevo a Cristo y preguntarle: «¿Eres tú?». El Señor, con el modo silencioso que le es propio, responde: «Mirad lo que he hecho. No he hecho una revolución cruenta, no he cambiado el mundo con la fuerza, sino que he encendido muchas luces que forman, a la vez, un gran camino de luz a lo largo de los milenios»“.

En tiempos de Jesús, como ahora, muchos eventos religiosos podrían ser considerados como signos de la presencia del reino de Dios: estaba el templo; antes de todo, estaba la Ley, los sacrificios, el culto oficial, oraciones, ayuno, los preceptos del sabat, etc.

Lo que es notable es que Jesús, en su respuesta no menciona ninguna de estas señales tradicionales de la presencia de Dios, sino que ofrece más bien como manifestaciones del reino unos hechos que no pertenecen estrictamente a una dimensión religiosa cultual, eventos seculares que no se mencionan en los libros de teología.

En primer lugar, consideremos cuidadosamente sus primeras palabras: “Vayan a contar a Juan lo que oyen y ven” ¿Qué es lo que oyen y ven? – Que las personas se liberan de las antiguas formas de esclavitud y que su dignidad humana se restaurada. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos son resucitados, y la buena noticia es anunciada a los pobres.

Jesús no hace un largo discurso sobre la liberación. Se limita a enumerar los hechos, realidades humanas tangibles. Se traduce en la realidad lo que él considera la más clara expresión de la voluntad de Dios, el reino de Dios, el reino de la dignidad humana a la que todo ser humano tiene derecho.

¿Dónde está, entonces, el Reino? Hay que estar ciego para no ver. Cuando una persona pasa de una condición menos humana a una más humana, ahí se manifiesta la acción de Dios, allí está su reino. Todo lo demás es literatura. “Lo que están viendo y oyendo”, dijo Jesús. Si yo quiero saber qué clase de cristiano soy, debo en primer lugar preguntarme si mis acciones ayudan a la gente a mi alrededor o con los que entro en contacto, a liberarse poco a poco y cada vez más de la falta de libertad ya sea interna o externa – de cualquier forma sutil o evidente de opresión, sobre todo la opresión del pecado.

Como cristianos, es decir, como seguidores de Cristo, estamos llamados a anunciar la buena nueva. No hay ninguna novedad que sea cierta, si prescinde de hechos. La noticia que no corresponde a un hecho es una mentira, una fantasía o una ideología (como hace la política, la religión no debe ser ideológica ni política, por eso aunque se constata en hechos se basa en Dogmas, en la certeza que Dios toca nuestra realidad). Tenemos la responsabilidad de hacer el Reino de Dios presente en el mundo de hoy, donde estamos. Si proclamamos su presencia en palabras sin acciones, somos mentirosos. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando dice: “Bienaventurado el que no se escandaliza de mí.”

Por fin las últimas palabras de Jesús: “El más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él (Juan el Bautista)” han sido interpretadas por él mismo durante la última cena, justo antes de su muerte, cuando invitó a sus discípulos a no buscar honores, privilegios, prestigio o poder. Sólo los pequeños, humildes hacen presente el Reino y entran en él.

Obviamente, sabemos que un solo ser humano fue más pequeño que  Juan en el reino de los cielos y, por esta razón, mayor que él. Es que pudo cantar “Mi alma engrandece al Señor … porque miró la pequeñez de su esclava.”

El ejemplo de María nos recuerda que si queremos llevar la libertad al mundo, debemos introducirla primero en nuestra propia vida, convirtiéndose en “pequeños” renunciando a nuestros deseos de gloria, honor, prestigio o poder.

En los días que quedan antes de Navidad, preparémonos en este camino, para hacer más visible el reino de Dios.

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