Perdonad, pero es que no puedo no dejar de rememorar aquella noche electoral, la de hace dos días, la más intensa de mi corta vida. Una noche en que se conjugó todo: insomnio, mala digestión, suspense cinematográfico hasta el amanecer (el amanecer de un nuevo mandato presidencial), la imagen obsesiva de Trumpo desternillándose y de Hillary yéndose llorando a su habitación, la imagen de Iceta repitiendo go, Hillary, go. Una noche para recordar.
Sí, los seguidores de Hillary repitiendo: Go, Hillary, go!! ¡Todavía falta el recuento de los votos de New Egypt y de North Afganistan!!!! Animo. Pensamiento positivo!
Pero no, Trump era el más fuerte para la mujer media americana. Nadie podía competir contra ese flequillo. Fue una lucha desigual.
Hay que reconocer que un Trump calvo por lo menos hubiera perdido Ohio. Y si hubiera salido a la calle dando tiros a la gente, por lo menos hubiera perdido los votos de otros dos estados.
A las 5:00 de la noche, cuando triplicaba los compromisarios de Hillary, yo ya empecé a sospechar que ésta iba a heredar no el papel de Primera Dama-no-consorte, sino la función de la Viuda de América. Fue entonces cuando descogué el teléfono y llamé a Roma:
-Me parece que te precipitaste con lo de los muros.
Lo que sí que está claro es que se equivocó cierta pseudoprofetisa que aseguró que Obama era el último presidente. ¿Cómo lo arreglará ahora? Bueno, seguro que se le ocurre algo. Ahora, después del Sol de Austerlitz, ya sólo queda pensar en el futuro. Sí, ya es hora de pensar en el futuro. ¿A vosotros de qué color os gustaría el muro?

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