(404) La muerte cristiana, 2. –doctrina católica, I

Cementerio católico

–«Pecador me concibió mi madre», salmo 50.

–Y si nos concibió pecadores, nos dio una vida mortal.

Inicio esta serie de artículos recordando las verdades fundamentales de la fe cristiana acerca de la muerte. En un primer acercamiento a este misterio, recordaré sobre todo la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica, que citaré entre corchetes […].

–El enigma indescifrable de la muerte

Es un misterio que la mente humana, reducida a sus facultades naturales, no alcanza a conocer. «Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre» (Vat. II, GS 18).

Las religiones paganas, tan diversas entre sí, intuyen a veces algún modo de supervivencia del ser humano después de la muerte. Pero lo que enseñan carece de certezas, son  ideas que se mueven entre nieblas y tinieblas.

La reencarnación (metempsicosis: meta, después – psiche, espíritu) es una de las creencias más difundidas en las religiones, sobre todo en las orientales –hinduismo, budismo, taoismo, shinto– y en sus múltiples versiones y derivaciones. Pero también se hallan sus intuiciones en religiones de África, América y Oceanía. El espíritu, después de la muerte, pasa a otros cuerpos, también mortales, en encarnaciones sucesivas, que habrían de ocasionar progresos indefinidos, hasta que se detiene el ciclo de la rueda, alcanzando una liberación final estable, cuya noción varía de unas religiones a otras.

Las filosofías desfallecen ante el enigma de la muerte, incapaces de descifrarlo. Los más grandes de la antigüedad, como Platón (el Fedón), llegaron a conocer la inmortalidad del alma, pero no la de los cuerpos, cuya corrupción en la muerte es evidente.

Narra San Lucas que el Apóstol, en uno de sus viajes misioneros, habló en el Aerópago de Atenas. Y que «cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se echaron a reir, y otros dijeron: “Ya te oiremos sobre esto en otra ocasión”. Así salió Pablo de en medio de ellos» (Hch 17,32-33).

Los filósofos y científicos modernos no suelen tratar de la muerte ni aventuran ideas sobre el enigma al que la muerte conduce. Renuncian a hablar de lo que consideran incognoscible, pues su estudio experimental es imposible. Teósofos, espiritistas y otros, que no son filósofos ni científicos, sí hablan, pero hablan de lo que ignoran, falsamente. Sólo el Cristianismo, por revelación de Dios en Cristo, tiene un conocimiento verdadero y cierto de la muerte, de su origen y de los posibles estados post-mortem.

Doctrina cristiana sobre la muerte

En la muerte el alma se separa del cuerpo. Y se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos» [1005], cuando vuelva Cristo, en la Parusía.

La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida» [1007].

+El hombre se hace mortal a causa del pecado. Dios no hizo la muerte, cuando crea al hombre a su imagen y semejanza. Pero por eso mismo lo crea libre, y su libertad creada es falible. Y dice al hombre y a la mujer sobre el árbol que hay en medio del paraíso: «No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir» (Gén 3,3). Pero Adán y Eva, engañados por el diablo, comen del fruto prohibido, y al separarse de Dios por la desobediencia, siendo Dios la fuente de la vida, se hacen mortales ellos y toda su descendencia. «El hombre se habría liberado de la muerte temporal si no hubiera pecado» (Vat. II, GS 18).

«Dios no hizo la muerte, ni se goza con la pérdida de los vivientes. Pues Él creó todas las cosas para la existencia e hizo saludables a todas sus criaturas, y no hay en ellas principio de muerte, ni el reino del Ades impera sobre la tierra. Porque la justicia no está sometida a la muerte» (Sab 1,13-15), «Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres» (Rm 5,12). «La paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 6,23).

+El Hijo de Dios se hizo mortal al encarnarse. Muriendo por nosotros, venció a la muerte, y resucitando, restauró la vida. 

«Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicica de los que mueren. Porque como por un hombre [Adán] vino la muerte, también por un hombre [el nuevo Adán] vino la resurrección de los muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados» (1Cor 15,20-22). Cristo «es la imagen de Dios invisible,primogénto de toda criatura, porque en El fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra… Él es el principio, el primogénito de los muertos [resucitados], para que tenga la primacía sobre todas las cosas» (Col 1,13-20).

+«La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (Mc 14,33-34; Heb 5,7-8), la asumió en un acto de sometimiento al Padre totalmente libre y voluntario. De este modo la obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (Rm 5,19-21)» [1009].

+Los que mueren en la gracia de Cristo participan en su muerte, y también en su resurrección.

«Con Él hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección… Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con Él» (Rm 6,4-8). «Deseo partir [del cuerpo, de este mundo] para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor» (Flp 3,10-11).

+La muerte es «el último enemigo» del hombre que será vencido (1Cor 15,26).

«Dios erigirá su tabernáculo entre los hombres, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos, y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado. Y dijo el que estaba sentado en el trono: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”» (Apoc 21,3-5).

Creemos que hemos de ser resucitados por Él en el último día en esta carne en que ahora vivimos» (fin s. V, Fe de Dámaso, Dz 72).

 

El alma humana

El alma es una substancia creada por Dios, infundida directamente por Él en la misma concepción sagrada del ser humano. Es espiritual y es inmortal (Vat. II, GS 14), pues «lleva en sí la semilla de la eternidad, al ser irreductible a la sola materia» (ib. 18). «El alma racional verdadera y esencialmente informa al mismo cuerpo» (1311, conc. Viena, Dz 900); es decir, «vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve» (Vat. II, LG 17). Por eso, cuando el alma es separada del cuerpo, el hombre muere [1005].

Esta definición cristiana de la muerte no podría sostenerse si fuera imposible la existencia del alma separada, como algunos teólogos afirman hoy contra la fe de la Iglesia. Podría decirse de ellos que sufren una cierta alergia intelectual al concepto y a la palabra «alma». El profesor salmantino José Román Flecha, por ejemplo, en su Teología moral fundamental, no emplea en su obra nunca el término alma. Por otra parte,  los que no mencionan el alma, menos aún suelen admitir la posible existencia del alma separada, con lo que vienen a negar la escatología intermedia, el purgatorio.

La Congregación de la Fe, aunque parezca increíble, hubo de reafirmar en 1979 (17-V) el concepto y término de «alma». «Para designar este elemento [espiritual] la Iglesia emplea la palabra alma, consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la tradición. Aunque ella no ignora que este término tiene en la Biblia diversas acepciones, opina sin embargo que no se da razón alguna válida para rechazarlo, y considera al mismo tiempo que un término verbal es absolutamente indispensable para sostener la fe de los cristianos». Ya el Sínodo XV de Toledo (688) dice: «¿Quién no sabe que el hombre consta de dos substancias, la del alma y la del cuerpo?» (y cita 2Cor 4,16 y Sal 63,2: Dz 567; cf. 657, 800, 856s, 900, 991,  1304s, 1440, 2766, 2812, 3002; Pablo VI, Credo Pueblo de Dios, 8).

La razón y la fe conocen que hay en el hombre una dualidad entre alma y cuerpo (soma y psykhé). No es ésta una antropología platónica dualista (el hombre es el alma; el alma preexiste al cuerpo; la ascesis libera al alma del cuerpo; el alma es inmortal, pero el cuerpo muere para siempre). No es eso. El hombre es la unión substancial de dos coprincipios, alma y cuerpo, uno espiritual e inmortal y otro material y corruptible, que resucitará en el último día.

Los libros más tardíos del Antiguo Testamento y más claramente el Nuevo Testamento conocen la dualidad alma-cuerpo (soma-psykhé, Mt 10,28; soma-pneuma, 1Cor 5,3; cf. Sab 9,15; 1Cor 9,27; 2Cor 5,6-10; Flp 1,21; Sant 1,26; 3,2-3). Y la razón natural, de otro lado, sabe que hay «algo» que, al paso de los años, guarda la identidad de la persona, aunque el cuerpo renueve todas sus células, y aunque el cuerpo quede paralizado o enfermo. Sabe que el conocimiento, la reflexión, el arte, la religión, son procesos espirituales que, como la libertad, no pueden ser reducidos a la materia. Las diferentes culturas antiguas de la tierra, de un modo u otro, han distinguido en el hombre el espíritu y el cuerpo. Son el ka y el ba (Egipto), el po’h y el hun (China), el asa y el manas (Vedas), el animus y el anima (Roma). Y las lenguas modernas se refieren a un principio espiritual único, expresado en palabras sutiles, delicadas, que sugieren un vuelo: seele (alemán), aliento, soul (inglés), suspiro, alma, âme (francés).

 

–El gozo de la muerte cristiana

Enseña el Catecismo:

«Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1,21). “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2Tim 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto con Cristo”, para vivir una vida nueva. Y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este “morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor:

«Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a El, que ha muerto por nosotros; lo quiero a El, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima… Dejadme recibir la luz pura. Cuando yo llegue allí, seré un hombre» (San Ignacio de Antioquía, Rom 6,12) [1010].

«En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: “deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1,23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo» (cf. Lc 23,46):

«Mi deseo terreno ha desaparecido; … hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí “ven al Padre”» (San Ignacio de Antioquía, Rom 7, 2).

«Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir» (Santa Teresa de Jesús, Poesía 7).

«Yo no muero, entro en la vida» (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre 9-VI-1897). [1011]

 

«La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia  (cf. 1Ts 4,13-14):

«La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo.(MR, Prefacio de difuntos) [1012].

«La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin “el único curso de nuestra vida terrena” (LG 48), ya no volveremos a otras vidas  terrenas. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” (Hb 9, 27). No hay reencarnación después de la muerte»[1013].

La vida santa lleva a una muerte santa

«La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte: (“de la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor” (Letanías de los santos); a pedir  a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte” (Ave María); y a confiarnos a San José, Patrono de la buena muerte:

«Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?» (Imitación de Cristo 1,23,1).

«Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! – Ningún viviente escapa de su persecución; – ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! – ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!» (San Francisco de Asís, Cántico al hermano Sol) [1014].

Santa Teresa de Jesús

Terminemos escuchando la voz maravillosa de esta Doctora de la Iglesia.

* «Véante mis ojos – dulce Jesús bueno; – véante mis ojos, – muérame yo luego.

Vea quien quisiere – rosas y jazmines, – que, si yo te viere, – veré mil jardines; –flor de serafines, – Jesús Nazareno, – véante mi ojos, – muérame yo luego.

No quiero contento, –mi Jesús ausente, – pues todo es tormento – a quien esto siente; – sólo me sustente – tu amor y deseo; – véante mi ojos, – muérame yo luego».

* «Vivo sin vivir en mí – Y tan alta vida espero – Que muero porque no muero»…

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

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