Detalle: Dante y Aristóteles en el limbo de los justos
(grabados de Gustave Doré)
«Homero es nuevo esta mañana y el diario de hoy ha envejecido ya» (Charles Péguy).
No otra cosa entendía la Iglesia de los Padres cuando, en los primeros siglos, se aprovechaba inteligentemente de ese don que para el mundo fue Grecia y fue Roma.
Con el fin de completar la entrada anterior, presentamos aquí un texto casi desconocido del San Basilio Magno (ca 330- 379), uno de los más grandes padres capadocios, donde se pregunta cómo enseñar a los católicos la literatura pagana (griega, en este caso). Nos servimos de la traducción de Francisco Antonio García Romero (cuyo texto trilingüe puede verse aquí resaltando simplemente algunos párrafos que nos resultaron de interés. Esperemos que sirva.
Quien desee leer el texto en castellano y en formato pdf más cómodamente, puede hacerlo aquí
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
A los jóvenes: cómo sacar provecho de la literatura griega
SAN BASILIO MAGNO
Introducción, traducción y notas de Francisco Antonio García Romero
I
- Muchos son los motivos que me incitan, hijos míos, a aconsejaros lo que juzgo que es lo mejor y lo que os será útil a la hora de escoger: es la confianza que tengo.
- Pues la edad en la que estoy, el haberme ya puesto a prueba en muchos menesteres y, además, haber sido partícipe de bastantes vicisitudes de uno y otro signo, de las que tanto se aprende, todo esto me ha dado la suficiente experiencia de las cosas humanas como para poder mostrarles, a quienes acaban de instalarse en la vida, el más seguro, diríamos, de los caminos.
- Y por el vínculo naturalcoincide que para vosotros me encuentro justo después de vuestros progenitores, de tal modo que el cariño que yo os dispenso no es en nada menor que el de vuestros padres; en cuanto a vosotros, si no me engaña la opinión que me merecéis, no creo que, prestándome atención, echéis de menos a quienes os procrearon.
- Así pues, si aceptáis de buena gana mis palabras, seréis de la segunda clase de los que son elogiados en Hesíodo; pero si no, no sería yo el que os dijera nada que os molestase: acordaos vosotros mismos de sus versos, a saber, esos en los que afirma que el mejor es quien por sí mismo comprende lo que debe; que es también bueno aquel que sigue las indicaciones de los otros; pero que el que no es capaz ni de lo uno ni de lo otro es un inepto para todo.
- Y no os asombréis de que a vosotros, que acudís cada día a la casa del maestro y os relacionáis con los hombres ilustres de la antigüedad gracias a lo que han dejado escrito, os asegure que por mí mismo he descubierto en ellos alguna que otra cosa de bastante provecho.
- Así que esto es lo que vengo a aconsejaros: que no debéis seguir sin más a estos hombres allí adonde os guíen, como confiándoles el timón de la nave de vuestro discernimiento, sino que, aceptando cuanto de ellos es útil, sepáis también qué es preciso descartar.
- Pues bien, qué es lo que escogeremos y con qué criterio, esto es precisamente lo que, tomando desde aquí el hilo, voy a explicaros.
II
- Nosotros, hijos míos, sostenemos que esta vida humana no vale absolutamente naday de ningún modo consideramos ni calificamos de «bueno» nada que nos reporte la plena satisfacción pero sólo restringida a aquella.
- Pues ni antepasados ilustres, ni fuerza física, ni belleza, ni estatura, ni los honores del mundo entero, ni la realeza misma, ni cualquier otra cosa humana que pudiera mencionarse la juzgamos importante, y ni siquiera deseable; ni tampoco nos fijamos en quienes las tienen, sino que en nuestras esperanzas vamos más lejos y todo lo hacemos en preparación de la otra vida.
- Así, lo que contribuya a que la alcancemos, decimos que hay que quererloy perseguirlo con todas nuestras fuerzas y lo que no se dirija a ella descartarlo como algo sin valor.
- Qué vida es esa, en efecto, y cómo y de qué forma la viviremos es cuestión demasiado prolija como para abordarla en el presente intento y propia, para escucharla, de oyentes mayores de lo que sois vosotros.
- Lo cierto es que quizá os lo expondría con suficiente claridad sólo con deciros que si uno con el pensamiento reúne a la vez y agrupa en conjunto toda la felicidad desde que existen seres humanos, no la encontrará equivalente ni siquiera a la parte más pequeña de aquellos bienes, sino que la totalidad de las lindezas de aquí por su valor se queda más lejos del más minúsculo de aquellos de lo que la sombra y el sueño lo están de la realidad.
- Es más, para servirme de un ejemplo más apropiado, tanto cuanto el alma es en todo más preciada que el cuerpo, tan grande es la diferencia entre una y otra vida.
- A ella nos conducen, sí, las Sagradas Escrituras, que nos instruyen por medio de los misterios. Ahora bien, mientras por razón de la edad no es posible percibir la profundidad de sus designios, nos vamos previamente ejercitando, entretanto, con el ojo del alma en otros escritos no del todo distintos, algo así como en sombras y espejos, a imitación de los que se entrenan en maniobras militares: estos, tras haber adquirido la experiencia con los movimientos de brazos y con los saltos, en los combates se aprovechan de la ventaja que sacan de esa instrucción
- Y el caso es que, como necesariamente debemos creer que la competición que tenemos delante es la mayor de todas, por ella hemos de hacer cualquier cosa y esforzarnos todo lo posible en prepararla y en familiarizarnos con poetas, prosistas, oradores y con todos los demás de los que venga a obtenerse alguna utilidad para el cuidado del alma.
- Pues bien, igual que los tintorerospreparan de antemano con ciertos tratamientos la pieza que vaya a recibir el baño de tinte, y así luego le añaden la coloración, sea púrpura o cualquier otra, de ese mismo modo también nosotros, si se pretende que la doctrina del bien se nos quede imborrable, nos iniciaremos ya en lo profano para, luego, percibir los misterios de las sagradas enseñanzas.
- Y una vez que estemos acostumbrados a ver, como si dijéramos, el sol reflejado en el agua, dirigiremos así nuestra mirada a la luz misma.
III
- Y en efecto, si hay una cierta afinidad recíproca entre los escritos, su conocimiento podría sernos de interés; y si no, al menos el hecho de reconocer sus diferencias al confrontarlos será no poca cosa para confirmar cuál es mejor.
- Sin embargo, ¿con qué podrías comparar cada una de las dos enseñanzas para hallar un símil adecuado? Que sea este: tal como la virtud propia de la planta es cubrirse con los brotes de su fruto en sazón y produce también, como un adorno, las hojas que se agitan entre sus ramas; igualmente, para el alma, su fruto primordial es la verdad, pero no está mal que quede revestida de esa sabiduría ajena como de hojas, que al fruto le ofrecen abrigo y un aspecto jugoso.
- Mirad, se cuenta que el gran Moisés, cuya fama de sabio entre todos los hombres es enorme, ejercitó también su inteligencia con las enseñanzas de los egipcios y así avanzó hasta la contemplación del Ser.
- Y de forma similar a este, pero en época posterior, el sabio Daniel dicen que, después de aprender en Babilonia la sabiduría de los caldeos, se aplicó luego a las enseñanzas divinas.
IV
- Pero que no son algo inútil para las almas estas enseñanzas profanas, esto ya se ha comentado suficientemente. Ahora bien, cómo debéis echar mano de ellas es lo que a continuación podría explicarse.
- Primero, pues, a las [enseñanzas] de los poetas —para empezar por ellos—, como son muy diversas en sus temas, no debéis prestarles atención a todas en montón, sino quererlas y mirarlas con interés cuando os refieran las acciones o palabras de hombres buenos, para tratar de pareceros lo más posible a ellos; por el contrario, cuando en su representación pasen a hombres perversos, debéis evitarlas taponando vuestro oídos no menos que Odiseo, dicen ellos, ante el canto de las Sirenas.
- Y es que el manejo habitual de textos viles es como un camino hacia este tipo de acciones. Por eso, sí, hay que guardar el alma con absoluto cuidado, no sea que por la placentera seducción de las palabras recibamos inadvertidamente cosas malas, como los que toman algo venenoso mezclado con la miel.
- Por supuesto, no aplaudiremos a los poetas si representan a personajes que insultan o se burlan, o son amantes carnales o están borrachos, o cuando restrinjan la felicidad a una mesa repleta o a cantos disolutos.
- Y menos que a nadie atenderemos a quienes hacen ciertas disquisiciones sobre los dioses, especialmente cuando se refieren a ellos diciendo que son muchos y ni siquiera en concordia entre sí. Y es que en sus obras el hermano se pelea con el hermano, y los padres con los hijos y estos, a su vez, declaran guerra sin cuartel a sus progenitores.
- Los adulterios de los dioses, sus amoríos y cópulas sin tapujos, en especial las de Zeus, su «corifeo» y «soberano», como ellos lo llaman, todo eso de lo que uno se sonrojaría hasta contándolo acerca del ganado, se lo dejaremos a los de la escena. Y esto mismo puedo decir también de los prosistas, especialmente cuando escriban divertimentos tentadores en razón de los oyentes.
- Y, en cuanto a los oradores, su habilidad para engañar no la imitaremos. Pues ni en juicios ni en otras actividades nos conviene la mentira: que hemos elegido el camino recto y verdadero de la vida y no promover juicios nos está prescrito por ley. Pero aceptaremos, eso sí, aquellas obras suyas en las que ensalzaron la virtud o condenaron el vicio.
- Y es que, como ocurre con las flores, de las que los demás seres pueden llegar sólo a disfrutar el perfume y el colorido, pero a las abejas les es dado también libar su miel, del mismo modo para quienes no persiguen exclusivamente el deleite y el placer de tales obras, hay también entonces la posibilidad de extraer de ellas un cierto provecho para su almas.
- Pues bien, siguiendo en todo el ejemplo de las abejas es como debemos echar mano de esas obras: y es que aquellas no van por igual a todas las flores ni tampoco, en las que se posan, intentan llevárselas enteras, sino que toman lo que de ellas les conviene para su labor y el resto lo dejan hasta la próxima. Nosotros, si somos sensatos, sacaremos cuanto de esas obras nos sea familiar y connatural con la verdad y pasaremos por alto lo restante.
- Y como, al coger la flor del rosal, evitamos las espinas, así también en tales obras, tras recolectar cuanto es útil, guardémonos de lo nocivo.
- Por tanto, nada más empezar, convenía examinar cada una de las enseñanzas y ajustarlas al fin propuesto, «aplicando la piedra al cordel», según el refrán dorio.
V
- Y puesto que debemos lanzarnos a esta vida nuestra por medio de la virtud y que a esta la han cantado, y mucho, poetas y prosistas, y mucho más aún los filósofos, habrá que prestarles atención, sobre todo, a tales obras.
- Y no es poca ventaja que nazcan en las almas de los jóvenes una cierta familiaridad y habitual trato con la virtud, porque lo cierto es que tales enseñanzas se caracterizan de suyo por ser inmutables, imprimiéndose en lo más profundo por la maleable ternura de sus almas.
- ¿O qué otra cosa, quizá, debemos suponer que se planteó Hesíodo al escribir esos versos que todos cantan, si no fue exhortar a los jóvenes a la virtud?: aquello acerca de que al principio el camino cuesta arriba que lleva a la virtud es áspero e intransitable, y lleno de mucho sudor y de fatiga.
- Por eso, no todos pueden subirlo por lo empinado que es, ni luego, aunque lo suban, llegar fácilmente a la cumbre. Pero una vez arriba, hay posibilidad de ver qué llano y hermoso es, qué fácil y pasadero, y más grato que el otro que conduce a la maldad y que se puede hacer de un tirón por estar muy a mano, según dijo ese mismo poeta.
- Me parece, en efecto, que lo enunció así solamente por exhortarnos a la virtud e invitarnos a todos a ser buenos, de tal modo que no nos apocáramos ante las fatigas ni desistiéramos de nuestro fin.
- Y por supuesto, si algún otro cantó la virtud de forma parecida, aceptaremos sus palabras porque nos llevan a lo mismo.
- Y según he oído yo a cierto hombreducho en interpretar la intención del poeta, toda la poesía de Homero es una alabanza de la virtud y todo en él se orienta a eso, excepto lo secundario; y especialmente cuando ha dejado escrito que el caudillo de los cefalenos, desnudo, tras salvarse del naufragio, primero le infundió respeto a la princesa, con sólo mostrársele —¡qué lejos estaba de exponerse a la vergüenza porque se le viera desnudo!, y es que lo representó adornado con virtud en vez de mantos.
- Más tarde, por cierto, fue tenido por los demás feacios en tan gran estima que abandonaron la molicie en la que vivían y todos se fijaban en él con admiración, sin que ninguno de los feacios en aquel momento hubiera deseado otra cosa más que ser Odiseo, ¡y eso que se había salvado de un naufragio!
- En estos pasajes, en efecto, el tal intérprete de la intención del poeta afirmaba que Homero casi estaba diciendo a gritos: «Dedicaos, vosotros todos, a practicar la virtud, que sale a flote con el náufrago e incluso, ya en tierra firme, aun estando desnudo, lo hará parecer más respetable que los afortunados feacios».
- Y es que es así. Los restantes bienes no son más de sus poseedores de lo que lo son de cualquiera que se los encuentre por azar, cambiando de manos de acá para allá como en el juego de dados: el único de los bienes inexpropiable es la virtud, que permanece tanto en vida como después de la muerte.
- De ahí que, me parece, Solón también les dijera a los ricos aquello de que: «Pero nosotros a ellos no les cambiaremos por la virtud su riqueza: que aquella es sólida siempre, mas el dinero lo tiene unas veces uno, otras otro».
- Semejantes a estos son también los versos de Teognis, en los que afirma que la divinidad, sea cual sea a la que se refiera, les inclina a los seres humanos la balanza unas veces a un lado y otras a otro: «Y unas veces ser rico y otras no tener nada».
- Y también, por cierto, el sofista de Ceos en algún lugar de sus obras razonó de manera muy parecida sobre la virtud y el vicio; y, ciertamente, a este también hay que prestarle atención, pues no es un autor que deba desecharse.
- Esto más o menos es lo que cuenta, al menos lo que yo recuerdo de su planteamiento, porque las palabras exactas no las sé, sino tan sólo que lo tiene dicho así, sencillamente, en prosa: que a Heracles, cuando era muy joven, con casi la misma edad que vosotros tenéis ahora, y estaba decidiendo qué camino tomar, si el que lleva por el esfuerzo a la virtud o el otro más fácil, se le acercaron dos mujeres, que eran Virtud y Maldad.
- Y de inmediato, aun estando calladas, manifestaban por su figura lo diferente que eran. La una, en efecto, a base de cosmética estaba acicalada para aparentar belleza, se derretía de lúbrica molicie y llevaba colgando todo un enjambre de placeres: y el caso es que lo iba exhibiendo y, prometiéndole aún más cosas, intentaba arrastrar a Heracles hacia sí.
- Pero la otra estaba hecha un esqueleto y sucia y con la mirada seria y le decía cosas muy distintas: no le prometía, no, nada de desenfreno ni de placer, sino sudor, fatigas y peligros sin cuento por tierra y mar: el premio de todo esto era hacerse dios, según el relato de aquél. Y precisamente a esta última acabó por seguir Heracles.
VI
- Y casi todos los que tienen algo de fama por su sabiduría pasaron por hacer, quien más quien menos según su capacidad y cada cual en sus propios escritos, un elogio de la virtud: en ellos se debe confiar y hay que intentar poner de manifiesto en la vida sus palabras.
- Que quien con sus obras confirma la filosofía que los demás reducen a las palabras, «es el único entendido; los otros se mueven como sombras».
- Y me parece que esto es muy similar al caso de un pintor que representara a un ser humano de una belleza extraordinaria, siendo este en la realidad tal y como aquel lo mostró en la tabla.
- Y es que, hacer públicamente espléndidos elogios de la virtud y extenderse en largos discursos sobre ella, pero en privado valorar el placer antes que la templanza y el poseer más antes que la justicia, eso yo al menos diría que es similar a lo que hacen los que interpretan obras en la escena: muchas veces se meten en el papel de reyes y príncipes, sin ser ni reyes ni príncipes, y acaso sin ser ni siquiera totalmente libres.
- Tampoco un músico aceptaría de buena gana que su lira estuviese desafinada, ni un corifeo que su coro no tuviese las voces acordadas lo más posible: ¿y podrá cada cual contradecirse a sí mismo y no presentar su vida en consonancia con sus palabras?
- ¿Pero es que dirá con Eurípides: «La lengua ha jurado, que no juraron las entrañas»? ¿Y aspirará a parecer bueno antes que a serlo?
- Pues este es el último grado de la injusticia, si en algo hemos de creer a Platón: aparentar ser justo sin serlo.
VII
- Por tanto, aquellas obras suyas que contengan sugerencias sobre el bien, las daremos, siendo así, por válidas. Pero, como también de los antiguos se nos conservan acciones nobles, ya sea por recuerdo tradicional o guardadas en obras de poetas y prosistas, tampoco dejemos a un lado el provecho que de ellas deriva.
- Por ejemplo: estaba insultando a Pericles uno del mercado y él no le prestaba atención. Y así continuaron todo el día: el uno no privándose de rociarlo con injurias y el otro sin hacerle caso.
- Luego, ya de anochecida y oscuro, cuando aquel a regañadientes estaba marchándose, Pericles lo escoltó con la luz de un farol, para no perderse este auténtico gimnasio de virtud.
- Otra vez, un fulano, muy enojado con Euclides de Mégara, lo amenazó de muerte y lo juró; y aquel, por su parte, juró también firmemente reconciliarse con él y calmar a quien tanto encono le tenía.
- ¡Qué valioso es traer a la memoria cualquiera de tales ejemplos en el momento en que uno es dominado por la ira! Y es que no se debe dar crédito a la tragedia cuando dice que «sencillamente la cólera contra los enemigos arma su mano», sino, por encima de todo, no encenderse en cólera lo más mínimo; y si esto no es fácil, al menos no permitir que vaya más lejos, oponiéndole la razón como freno.
- Pero volvamos de nuevo a nuestro discurso sobre los ejemplos de acciones nobles. Le estaba uno golpeando a Sócrates, el de Sofronisco, dándole sin miramientos en la misma cara, y él no le hacía frente, sino que le permitía a quien estaba maltratándolo saciar su ira, hasta tal punto que ya se le hinchaba la cara y la tenía magullada por los golpes.
- Pues bien, cuando dejó de pegarle, cuentan que Sócrates no hizo otra cosa que escribir en su frente, como el artífice en la estatua, «Fulano lo hizo»; y que así se vengó. Este comportamiento, que casi se identifica con nuestra doctrina, merece y mucho ser imitado por jóvenes de vuestra edad, insisto.
- Y es que esto de Sócrates está emparentado con aquel precepto de que al que te golpea en la mejilla lo propio era ofrecerle también la otra, lejos de defenderse uno; y lo de Pendes o Euclides, con el de soportar a los que nos persiguen y sobrellevar pacíficamente su cólera, y también con el de rezar por el bien de nuestros enemigos y no maldecirlos.
- Quien así, al menos, haya sido educado previamente en esos ejemplos, ya no desconfiará de aquellos preceptos evangélicos como si fueran imposibles de cumplir.
- No pasaría yo por alto el caso de Alejandro quien, tras haber tomado como prisioneras a las hijas de Darío, de las que se aseguraba que estaban dotadas de una belleza realmente portentosa, ni siquiera consintió en mirarlas, por considerar vergonzoso que un dominador de los hombres fuera derrotado por mujeres.
- Y lo cierto es que esto se identifica con aquello de que quien mira a una mujer con concupiscencia, aunque de hecho no consume el adulterio, sólo por haber acogido el deseo en su alma, ya no está libre de culpa.
- Y también el ejemplo de Clinias, uno de los discípulos de Pitágoras, es difícil creer que se tratara de una coincidencia espontánea con nuestras enseñanzas y no de una imitación en toda regla.
- ¿Y qué fue lo que hizo? Pues que, siendo posible eludir tres talentos de multa con un simple juramento, prefirió pagarlos a jurar, y no porque no fuera a cumplirlo sino por obedecer, me parece a mí, el mandamiento que nos prohíbe jurar.
VIII
- Pero volvamos de nuevo a lo que estaba diciendo al principio, que no debemos aceptarlo todo en montón, sino sólo lo útil.
- Pues es vergonzoso rechazar las comidas perjudiciales y no tener ningún cuidado con las enseñanzas que alimentan nuestra alma, sino echarse encima y arramblar, como un torrente, con todo lo que se ponga delante.
- Mirad, ¿qué sentido tiene que un piloto no deje sin rumbo, a merced de los vientos, su nave sino que la enderece hacia el puerto; o que un arquero dispare al blanco; o incluso que un herrero o carpintero aspiren a lo que es propio de su oficio; y que nosotros, por el contrario, quedemos por detrás de estos profesionales justo en la capacidad de reconocer nuestros intereses?
- Y es que no es posible que haya un objetivo en el trabajo de los artesanos y que no haya en la vida humana una finalidad, que no se debe perder de vista en nada que se haga o se diga, si es que no quiere uno parecerse en todo a los irracionales.
- De otro modo, seríamos sencillamente naves sin lastre, sin intelecto alguno sentados al timón de nuestra alma y llevados sin rumbo a lo largo de la vida dando vueltas de arriba abajo.
- Pero lo que debemos hacer es lo mismo que en las competiciones gimnásticas o, si se quiere, en las musicales, en las que se practica lo propio de esas competiciones que tienen coronas como premios, y nadie se entrena en la lucha o el pancracio para practicar después con la cítara o la flauta.
- No actuaba así, desde luego, Polidamante, sino que él, antes de competir en las Olimpiadas, como entrenamiento frenaba carros que iban a todo correr y con esto robustecía su fuerza. Milón, por su parte, no se desprendía de su escudo untado con aceite y resistía los empellones no menos que las estatuas fijadas con plomo: en una palabra sus ejercicios los preparaban para las pruebas.
- Pero si hubieran perdido el tiempo con los sones de Marsias o de Olimpo, los frigios, abandonando el polvo y los gimnasios, ¿habrían conseguido tan rápido coronas y gloria o evitado el que se rieran de ellos por su forma física?
- Pero, no, tampoco Timoteo dejó el canto para estar en las palestras, de lo contrario no le habría sido posible destacar tanto en la música entre todos los demás, él que dominaba tanto su arte que era capaz de levantar el ánimo con la armonía grave y severa, y también de calmarlo y relajarlo de nuevo con otra menos tensa, siempre que quisiera.
- Mira si es así que una vez que tocaba la flauta al modo frigio para Alejandro, según se cuenta, hizo que se levantara a coger las armas mientras comía y que luego volviera de nuevo con sus comensales con solo pausar el ritmo. Tan grande es la fuerza que la práctica proporciona en la música y en las competiciones gimnásticas para lograr el fin deseado.
- Y como hemos hecho mención de coronas y atletas, añadiré que estos, tras miles y miles de sufrimientos y haber incrementado su fortaleza por muchos métodos, tras haber sudado mucho en fatigosos ejercicios gimnásticos, haber recibido muchos golpes en la casa del entrenador, preferir como régimen no el más placentero sino el propio de los gimnastas, y llevar en lo demás, para no alargarme en mis palabras, una existencia tal que su vida antes de la competición no es sino una preparación para esta; después de eso se desnudan para ir al estadio y arrostran todo tipo de fatigas y peligros para ganar una corona de acebuche o de apio o de algo parecido y ser proclamados vencedores a voces del pregonero.
- ¿Y nosotros, que tenemos delante unos premios de la vida tan maravillosos en número y grandeza como para que sean imposibles de definir con palabras, durmiendo a pierna suelta y viviendo en total ausencia de peligros, vendremos a cogerlos con una mano?
- Mucho valdría, sin duda, la vida regalada y Sardanápalo sería, sí, el primero de todos en alcanzar la felicidad, o incluso, si se quiere, Margites, de quien Homero afirmó que ni era labrador ni cavador ni servía para nada en la vida, si es que esto es de Homero.
- Pero, ¿no es más verdadero aquel dicho de Pítaco, que afirmó: «lo bueno es difícil»? Y es que sólo pasando en realidad a través de muchas fatigas tendríamos como resultado conseguir a duras penas aquellos bienes de los que arriba decíamos que no son parangonables con los humanos.
- No debemos, pues, entregarnos a una vida regalada ni cambiar esperanzas tan grandes por una holganza que dura poco, si no queremos recibir futuras recriminaciones y sufrir castigos, y ya no en este mundo —lo que, desde luego, no es poca cosa si uno tiene cabeza—, sino en las prisiones esas de bajo tierra o dondequiera que se encuentren.
- Porque a quien involuntariamente haya faltado a su deber podría quizá llegarle el perdón de Dios, pero quien haya elegidovoluntariamente lo peor no logrará intercesión alguna para no sufrir multiplicada su pena.
IX
- Así pues, ¿qué hacer?, diría alguno. ¿Qué otra cosa que tener cuidado del alma, retirando de lo demás toda nuestra dedicación? Y es que no se debe estar esclavizado al cuerpo, salvo en lo rigurosamente necesario.
- En cambio al alma hay que dispensarle las mejores atenciones, liberándola por medio de la filosofía de esa como cárcel que le supone su comunión con las pasiones del cuerpo, y a la vez también haciendo al propio cuerpo más lo imprescindible, no lo más deleitoso, al estilo de quienes rastrean la tierra entera y el mar pensando en encontrar cierta clase de esclavos para servir las mesas y de cocineros, como si tuvieran que pagarle un tributo a un amo exigente, y que son dignos de compasión por este sinvivir, un sufrimiento que no es más soportable que el de los condenados en el Hades, justo esos que cardan el fuego, llevan agua en una criba y la echan en una tinaja agujereada, sin que sus fatigas tengan término.
- Y en cuanto al melindre en el peinado y el vestido, fuera de lo estrictamente imprescindible, es, en palabras de Diógenes, propio de desgraciados o de delincuentes. De tal modo que el hecho de ser y pasar por presumidos debéis considerarlo los jóvenes como vosotros igual de vergonzoso, os lo aseguro, que la fornicación o el adulterio.
- Pues, ¿qué importancia tendría, al menos para alguien con cabeza, ponerse una túnica fina o llevar un manto de los baratos con tal que no le falte defensa contra el frío y contra el bochorno? Y, del mismo modo, tampoco en las otras cosas hay que procurarse nada más que lo necesario, ni preocuparse del cuerpo más de lo que sea mejor para el alma.
- Que no es menor vergüenza para un hombre, al menos para el que verdaderamente merezca tal calificativo, ser un presumido y un coqueto que la indigna inclinación a cualquier otra de las pasiones.
- Pues destinar toda la atención de uno a buscarse el máximo bienestar para el cuerpo es propio de quien no se conoce a sí mismo y que no comprende el sabio precepto de que el ser humano no es lo que se ve sino que se necesita de una sabiduría más selecta, mediante la cual cada uno de nosotros, quienquiera que sea, se reconocerá a sí mismo.
- Esto, desde luego, para quienes no tienen su intelecto purificado es un imposible mayor que para un legañoso levantar su mirada hacia el sol. La purificación del alma, para explicároslo a grandes rasgos pero suficientemente, consiste en despreciar los placeres que nos llegan por los sentidos: no recrear la vista en extravagantes exhibiciones de milagreros o en el espectáculo de cuerpos que nos clavan un aguijón de voluptuoso placer, ni derramar en las almas a través de los oídos una melodía depravada.
- Y es que de ese tipo de música vienen de suyo a nacer pasiones que son hijas de la depravación y la bajeza. Nosotros, en cambio, debemos perseguir la otra, la que es mejor y lleva hacia lo mejor, de la que también se sirvió David, el poeta de los sagrados cánticos, para aplacar, según cuentan, la locura del rey.
- Se dice también que Pitágoras se encontró por ahí con unos rondadores borrachos y le ordenó al flautista que dorio y que ellos por efecto de la melodía recobraron el sentido hasta el extremo de que tiraron las coronas y volvieron a su casa avergonzados. Otros, sin embargo, al son de la flauta bailan frenéticos, como coribantes y bacantes.
- ¡Tan grande es la diferencia entre empaparse de una melodía sana y otra maligna! De manera que de esta, la que, por cierto, hoy día predomina, vosotros tenéis que manteneros no menos lejos que de cualquier otra cosa que sea manifiestamente indecentísima. Y eso de mezclar en el aire perfumes de todas clases que reportan placer al olfato o embadurnarse en ungüentos, me avergüenzo hasta de prohibíroslo.
- ¿Y qué se podría añadir acerca de que no se debe perseguir los placeres del tacto y del gusto, salvo que obligan a quienes andan a la caza de ellos a vivir sometidos, como bestias, al vientre y sus apetitos?
- En una palabra, hay que despreciar totalmente el cuerpo si uno no está dispuesto a sumirse en sus placeres como en el fango o hay que atenderlo sólo, como afirma Platón, «por prestar un servicio a la filosofía», palabras de algún modo parecidas a las de Pablo, que nos advierte que no debemos preocuparnos del cuerpo a impulso de sus antojos.
- Si no, ¿en qué se diferencian quienes miran por el máximo bienestar de su cuerpo pero al alma, que de él se va a servir, la consideran algo sin valor, de los que se interesan por los instrumentos pero descuidan el arte que obra por medio de ellos?
- No, todo lo contrario: convenía castigarlo y resistir sus ataques como los de una fiera, y los disturbios que por su culpa se generan y que alcanzan el alma controlarlos como con el látigo de la razón; y no aflojar del todo el freno del placer ni permitir que el intelecto vaya como un cochero arrastrado por unos caballos desbocados y violentos.
- Y convenía también acordarse de Pitágoras, quien al notar que uno de sus discípulos estaba echando carnes, y muchas, con los ejercicios del gimnasio y con la comida, le dijo: «¡Tú!, ¿es que no vas a parar de hacerte más dura tu prisión?».
- Y por eso fue por lo que, según dicen, Platón, previendo la secuela de perjuicios físicos, ocupó adrede aquel lugar insano del Ática, el de la Academia, para recortar el excesivo sentirse bien del cuerpo, como se poda el ramaje sobrante de una vid. Yo incluso les he oído a los médicos que la buena salud exagerada es peligrosa.
- Entonces, desde el momento en queel excesivo cuidado del cuerpo es perjudicial para el propio cuerpo y un obstáculo para el alma, caer rendido ante él y ser su esclavo es una locura evidente. En cambio, si nuestra preocupación consistiera en mirarlo con desdén, difícilmente nos entusiasmaría ninguna otra cosa humana.
- Pues, ¿qué falta nos hará ya la riqueza si despreciamos los placeres del cuerpo? No la veo yo, a menos que, como las serpientes de los mitos, nos cause algún placer vigilar tesoros enterrados.
- Sin duda, el que ha sido educado para mantenerse libre ante todo eso, bien lejos estaría de elegir en cualquier ocasión algo vil y vergonzoso de obra o de palabra. Y es que lo que excede de la más imprescindible utilidad, ya sean pepitas de oro lidias o el trabajo de las hormigas auríferas, tanto más lo despreciará cuanto menos lo precise. Y, por supuesto, esa utilidad la determinará en función de las necesidades naturales y no de los placeres.
- Porque quienes se sitúan fuera de los límites de lo necesario, a semejanza de los que van cuesta abajo, no pueden apoyarse en nada ni detener de ningún modo su impulso hacia delante, sino que cuanto más acaparan lo mismo o más todavía precisan para colmar su deseo, según afirma Solón, el de Exequéstides: «De la riqueza ningún límite hay declarado para los hombres». Y con Teognis hay que contar como maestro al respecto, cuando dice: «Ni deseo ni imploro ser rico, sino que ojalá me sea dado vivir con poco, sin sufrir nada malo».
- Yo también admiro de Diógenes su desdén hacia todas las cosas humanas por igual, él que se declaró más rico incluso que el gran rey, por tener menos necesidades que este en la vida.
- ¿Acaso nosotros, si no nos pertenecen las sumas de dinero de Pitio de Misia y tantas y tantas fanegas de tierra y manadasde reses, más de las que se pueden contar, no estaremos contentos con nada? Lo que yo creo es que conviene no desear la riqueza que no se posee; y si se dispone de ella, pensar menos en disfrutarla que en saber administrarla bien.
- El caso de Sócrates es bueno: insistía en que a un rico engreído por su fortuna no lo iba a mirar con respeto antes de comprobar que sabía usarla.
- También Fidias y Policleto, si se hubieran engreído por el oro y el marfil con el que el primero hizo el Zeus para los eleos y el segundo la Hera para los argivos, serían ridículos los dos por pavonearse de una riqueza ajena y relegar el arte con el que el oro se reveló incluso más atractivo y valioso.
- Y nosotros, al entender que la virtud humana no se basta a sí misma como adorno, ¿creemos estar obrando de forma menos vergonzosa?
- ¿Pero es que vamos a mirar con desdén la riqueza y a despreciar los placeres sensuales mientras persigamos la adulación y la lisonja y emulemos lo ventajista y lo voluble de la zorra de la que habla Arquíloco?
- No, no hay cosa de la que más deba huir alguien sensato que de vivir pendiente del qué dirán y de tener en cuenta el parecer de la mayoría, y no hacer de la recta razón guía de la vida: en consecuencia, aunque haya que contradecir a toda la humanidad, tener mala fama y correr peligros en favor del bien, no elegirá remover nada de lo que se juzga correcto.
- Y quien se comporte de otro modo, ¿en qué diremos que se distingue del sofista egipcio que se convertía, a voluntad, en planta y animal, y en fuego y agua y en cualquier otra cosa? ¡Pero si es que ése ahora ensalzará la justicia entre quienes la aprecien; y luego vendrá a proferir las razones contrarias en cuanto perciba que es la injusticia la aplaudida! ¡Justo como los aduladores!
- Y lo mismo que afirman que el pulpo cambia su color según la tierra que haya debajo, también ese cambiará el planteamiento en función de las opiniones de los que estén con él.
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- Pero todo esto, de un modo u otro, lo aprenderemos más perfectamente en nuestros escritos. Por ahora, nos limitaremos a delinear como un bosquejo de virtud a partir de las enseñanzas profanas. Pues a quienes cuidadosamente recogen y concentran el provecho que les viene de cada sitio, de suyo les surgen, como en los grandes ríos, muchos añadidos de muchas partes.
- Y es que también eso de «ir poniendo poco sobre poco» convenía entender que, para el poeta, está correctamente aplicado no tanto a la acumulación de dinero como a cualquier ciencia.
- En efecto, Bías, cuando su hijo zarpaba para tierra egipcia y le preguntó qué hacer para dejarlo lo más contento posible, le respondió: «Procurarte un viático para la vejez», llamando «viático» a la virtud y circunscribiéndola a límites exiguos, pues lo cierto es que el provecho que de ella se saca lo limitaba a la vida humana.
- Yo, desde luego, aunque me hablen de la vejez de Titono o la de Argantonio o la de nuestro longevísimo Matusalén, que se dice que vivió novecientos setenta años, y aunque cuente hacia detrás todo el tiempo desde que existen seres humanos, me reiré como de una ocurrencia de niños, mientras miro a la eternidad, larga y sin vejez, de la que se le suponga un término al alma inmortal.
- Para esa eternidad precisamente os exhortaría yo a procuraros el viático, «removiendo toda piedra», como dice el refrán, de donde se os vaya a originar algún provecho para su consecución.
- Y no porque la cosa sea difícil y haya que fatigarse, no por eso vayamos a arredramos, sino que, acordándonos de quien nos exhorta a que cada uno, por sí mismo, debe elegir la vida más excelente y aguardar a que, con la costumbre, se vaya haciendo grata, pongámonos así manos a la obra en lo mejor.
- Y es que sería vergonzoso dejar escapar el momento presente y más tarde, antes o después, llamar entre gritos y lamentos al pasado, cuando ya de nada nos sirva afligimos.
- Pues bien, lo que yo juzgo que es lo más acertado es lo que en parte ahora os he dicho y en parte os iré aconsejando a lo largo de toda la vida. Y vosotros, como son tres los tipos de dolencias, no queráis pareceros a los incurables y no hagáis que la enfermedad del entendimiento resulte muy similar a la de los que sufren un mal físico.
Y es que quienes padecen un achaque leve, acuden por sí mismos al médico; los aquejados de una dolencia mayor, llaman a quienes puedan curarlos a domicilio; pero los que han caído en un estado morboso totalmente incurable ni siquiera asienten en que los asistan. Que esto no os pase ahora a vosotros por rehuir a quienes tienen un recto modo de razonar.
San Basilio Magno
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