Domingo 14 t.o. (B)

(Cfr. www.almudi.org)


(Ez 2,2-5) "Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas"
(2 Cor 12,7b-10) "Te basta mi gracia"
(Mc 6,1-6) "Y se extrañó de su falta de fe"



• En la vida corriente • Fortaleza • Colaborar con la gracia de Dios • La Virgen.

1. «A ti levanto mis ojos, oh Dios» (Sal 123 (122), 1).
La Iglesia pronuncia estas palabras en la liturgia del domingo de hoy. En ellas se expresa algo así como un ritmo interior de nuestra intimidad con Dios: levantamos los ojos a Dios con la oración. Lo hacemos interrumpiendo el trabajo tres veces al día a lo largo de la jornada y rezando el Angelus.
Y así hacemos muchas veces cuando (como dice el mismo Salmo en el v. 4) «estamos saciados de sufrimientos, incertidumbres y penas. Entonces buscamos el apoyo de Dios. Comenzamos a orar hasta sin palabras: elevamos los ojos a Dios, elevamos el alma y todo nuestro ser. Con la oración se expresa enteramente la modalidad cristiana de nuestra existencia.

2. En la liturgia de este domingo nos habla el Apóstol Pablo y sus palabras merecen una reflexi6n de parte nuestra. « Muy a gusto presumo de mis debilidades porque así residirá en mi la fuerza de Cristo... Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 9-10).
Así escribe de sí mismo un hombre que experimentó personalmente y de modo particular el poder de la gracia de Dios. Orando en medio de las dificultades de la vida, oyó estas palabras del Señor: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12, 9).
La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de Dios.
Este es el ritmo auténtico de la vida interior del cristiano. El Señor nos habla a cada uno como habló al Apóstol: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad».

3. Cuando rezamos el Angelus, meditamos sobre el momento supremo de la colaboración con la gracia de Dios en la historia del hombre. Maria, al decir: He aquí la sierva del Señor; hágase en mí segun tu palabra» (Lc 1, 38) y aceptar la maternidad del Verbo encarnado, une de modo particularísimo su debilidad humana con el poder de la gracia. Por ello, cuando manifiesta sus temores humanos, oye estas palabras: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35).

4. Al rezar el Angelus admiramos la plenitud de la gracia y la plenitud de la colaboración con la gracia en la Virgen de Nazaret. AI recitar el Angelus, pidamos colaborar constantemente con la gracia de Dios.
Pidámoslo para nosotros mismos y para cada hombre sin excepción. “¿Qué aprovecha al hombre (a todo hombre) ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mt 16, 26)
14:49

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