Sábado de la 13a semana durante el año.
1. (Año I) Génesis 27,1-5.15-29
a) Hemos pasado al siguiente capítulo de la historia: los hijos de Isaac.
Y lo hacemos con una escena -curiosa y nada edificante-, de trampas e intrigas dentro de su familia: las preferencias de Rebeca por Jacob y el engaño que ambos preparan al anciano Isaac, aprovechándose de su ceguera y su debilidad por la buena comida. Se le arrebatan así a Esaú, con la bendición paterna que recae en Jacob, los derechos que tenía como primogénito.
Al autor del libro le interesa subrayar, sobre todo, que, a pesar de eso, Dios sigue guiando la historia de su pueblo. Una vez más, en la línea de la promesa mesiánica, aparecen como protagonistas no los más fuertes, como Esaú, el cazador, sino los débiles, como Jacob.
El salmo alude explícitamente a la preferencia de Dios por Jacob, llamado también Israel: «alabad al Señor, porque es bueno… Porque él se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya». Por eso se hará clásico llamar a Dios «el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob»: la familia de la que nacerá, a su tiempo, el Mesías, Jesús de Nazaret.
b) Dios no actúa según unos criterios humanos, sino según su amor y libertad.
Cuando Pablo reflexiona sobre la suerte del pueblo de Israel (en la Carta a los Romanos, capítulo 9), recuerda que no todas los descendientes de Abrahán son el verdadero Israel (por ejemplo, los ismaelitas no lo son, a pesar de descender del primogénito de Abrahán), ni tampoco son iguales los hijos de Rebeca, porque ya antes de nacer, Dios preveía que el mayor, Esaú, serviría al menor, Jacob. (Los ismaelitas no eran bien vistos por los israelitas, y los edomitas, descendientes de Esaú, eran considerados como enemigos). Dios no actúa necesariamente según los méritos de las personas, sino que es libre en su amor y en su misericordia. Cuántas veces elige como colaboradores a los más pobres y débiles según el mundo. ¿Eligió Jesús como apóstoles a los que estaban mejor preparados, a los más sabios, a los más prestigiosos en la sociedad de su tiempo? ¿no escandalizó a los fariseos cuando llamó, por ejemplo, a Mateo, que era un publicado?
Esto, por una parte, nos debe hacer más humildes en la presencia de Dios. Más respetuosos de sus planes y de sus elecciones, no esgrimiendo lo que nos parecen nuestros derechos y estando dispuestos a acoger las sorpresas de Dios.
Por otra parte, no debemos escandalizarnos de la debilidad y hasta del pecado que existe entre nosotros. Por desgracia, la nada gloriosa historia de Isaac y Rebeca se repite continuamente: engaños, desconfianzas, divisiones. Y no pasa sólo en el ambiente doméstico, dentro de la familia, sino también en las relaciones entre familias, en la comunidad eclesial y en la social.
Pero Dios no cesa en sus propósitos. Incluso de las miserias humanas se sirve para guiarnos por la vida. ¿No puso Jesús los cimientos de su Iglesia en los apóstoles, aun contando con la debilidad de Pedro y las ambiciones de los demás y los celos de Juan y la traición de Judas? No es que vayamos a imitar la trampa de Rebeca y de Jacob. Pero tampoco hemos de escandalizarnos o desanimarnos al reconocer la debilidad propia o la de los demás, incluso los pecados de esta comunidad que se llama Iglesia.
2. Mateo 9,14-17
a) En este pasaje, la polémica sobre el ayuno no deberíamos entenderla dirigida inmediatamente a esa práctica ascética -privarse de algo de comida con una finalidad de penitencia o austeridad-, sino al ayuno como signo de la espera mesiánica. Es una controversia que provocan los discípulos de Juan y que se refiere a si se acepta o no a Cristo como el enviado de Dios.
Jesús se queja de que no le reconozcan y no quieran cambiar de vida. Y pone tres comparaciones:
– él es el novio o el esposo y, por tanto, deberían estar todos de fiesta, y no de luto o preparando algo que ya ha llegado;
– él es el traje nuevo, que no admite parches de tela vieja;
– él es el vino nuevo, que se estropea si se pone en odres viejos.
Los seguidores de Juan Bautista tendrían que haber aprendido la lección, porque ya su maestro se llamaba a sí mismo «el amigo del novio» (Jn 3,29).
b) El ayuno sigue teniendo sentido para los cristianos. Es un buen medio de expresar nuestra humildad y nuestra conversión a los valores esenciales, por encima de los que nos propone la sociedad de consumo. Los judíos piadosos ayunaban dos días a la semana (lunes y jueves). Los seguidores de Juan, también. El mismo Jesús ayunó en el desierto. Y los cristianos seguirán haciéndolo, por ejemplo en la Cuaresma, preparando la Pascua.
Pero no es esto lo que aquí discute Jesús. Lo que él nos enseña es la actitud propia de sus seguidores: la fiesta y la novedad radical.
Ya en el sermón de la montaña nos decía que, cuando ayunemos, lo hagamos con cara alegre, sin pregonar a todos nuestro esfuerzo ascético. Hoy se compara a sí mismo con el novio y el esposo: los amigos del esposo están de fiesta. Los cristianos no debemos vivir tristes, con miedo, como obligados, sino con una actitud interna de alegría festiva. El cristianismo es, sobre todo, fiesta, porque se basa en el amor de Dios, en la salvación que nos ofrece en Cristo Jesús.
Israel no supo hacer fiesta. Nosotros deberíamos ser de los que sí han reconocido a Jesús como el Esposo que nos invita a su fiesta, por ejemplo, a la mesa eucarística, en la que nos comunica su vida y su gracia.
Por eso mismo, la vida en Cristo es vida de novedad radical. Creer en él y seguirle no significa cambiar unos pequeños detalles, poner unos remiendos nuevos a un traje viejo, ocultando sus rotos, o guardar el vino nuevo de la fe en los mismos pellejos en los que guardábamos el vino viejo del pecado. Lo nuevo es incompatible con lo viejo, nos viene a decir Jesús. Seguirle es cambiar el vestido entero, más aun, cambiar la mentalidad, no sólo el vestido exterior. Es tener un corazón nuevo. (¡Lo que les costó a Pedro y a los demás discípulos cambiar la mentalidad religiosa y social que tenían antes de conocer a Cristo!). Seguir a Cristo afecta a toda nuestra vida, no sólo a unas oraciones o prácticas piadosas.
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