Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 5 a. Semana – Ciclo B

“Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir sin lavarse las manos. Los fariseos y escribas preguntaron a Jesús. “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores? El les contestó: “bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas… Esta pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos e mí. El culto que me dan está vacío…” (Mc 7,1-13)


No tiremos piedras a la casa vecina.

Es posible que se rompan nuestras tejas.

“Vivimos demasiado de preceptos humanos”, más de criterios divinos.

El “siempre se ha hecho así” nos ata y esclaviza.

Y nos impide abrirnos a las nuevas posibilidades de Dios.

Un día se me cayó una hostia al dar la comunión.

La recogí le la volvía a dar.

El problema lo tuvo al terminar la fila. Alguien me vino pidiendo una toallita para lavar el piso donde había caído.

No digo que se falte al respeto a la hostia consagrada.

Pero tampoco me escandalizo tan fácilmente.

Además me dijo que esa hostia no debía darla en comunión y que debía echarla en un vasito de agua.

Desde entonces si puede se pone en la otra fila cosa que no me molesta.

Y sí que Jesús está molesto conmigo.


Otro problema. Ahora que tenemos seglares “ministros de la Eucaristía”, mucho pasan de su fila a la mía.

¿Recibir la comunión de manos de un seglar?

¿Cuándo se ha visto eso?

Como si la comunión impartida por las manos sacerdotales fuese más sagrada que la de las manos laicales.

Como si el fruto de la comunión fuese mayor si comulgamos de manos del sacerdote.

Como si el Jesús que comulgamos fuese diferente.


Nos preocupamos de las manos que nos reparten la comunión.

Y no nos fijamos en la disposición de nuestra corazón.

Y no nos fijamos que el corazón que lo recibe en comunión es un corazón seglar.

Y la vida del que recibe la comunión es una vida seglar.


No dudamos que la higiene exterior es necesaria para una buena salud.

Pero la higiene exterior no garantiza la higiene del corazón que es la que Dios nos pide.

Dios no nos quiere sucios por fuera.

Pero Dios nos quiere limpios por dentro.

A Dios le pedimos un “corazón puro”.

A Dios le pedimos un corazón limpio.

Dios no se fija tanto en nuestras manos cuanto en nuestro corazón.

Dios puede ver sucias las manos que han trabajado por los demás.

Pero en ellas ve un corazón limpio.

¿Por qué no tratamos de limpiar nuestro corazón como nos esforzamos en limpiar nuestras manos?

Dios está en nuestras manos.

Pero la verdadera casa de Dios es el corazón.

Mira tus manos cada día.

Pero sobre todo, no dejes de mirar tu corazón.

Si tus manos están sucias, lávalas.

Si tu corazón está sucio, lávalo en el sacramente de la penitencia.


Hemos de pedirle cada día:

Unas manos limpias reflejo de las manos de Dios.

Un corazón limpio reflejo y manifestación del corazón de Dios.

Por eso, en vez de preocuparnos tanto de lavar y restregar nuestras manos antes de comer, pidámosle:

“Señor, dama un corazón nuevo”.

“Señor, dame un corazón limpio”.

“Señor, devuélveme la alegría de mi corazón”.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario Tagged: coherencia, ley, norma, pureza
21:50

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