6 de noviembre.

jesus buen pastor


1. (Año II) Filipenses 3,3-8


a) Se ve que también en Filipos había problemas con los judaizantes, que, provenientes del pueblo de Israel, se aferraban a la necesidad de seguir la ley de Moisés, además del evangelio de Jesús. Pablo se pone a sí mismo como ejemplo de una persona que antes también pensaba igual, pero ha cambiado.


Si él predica la liberación de la ley antigua, no es porque no sea o no se sienta judío.


Está orgulloso de pertenecer al pueblo de Israel: de haber sido circuncidado a los ocho días de nacer, como los buenos judíos, de pertenecer a la tribu de Benjamín, de ser “hebreo por los cuatro costados” y, en concreto, de ser fariseo, y como buen fariseo, haber sido irreprochable en el cumplimiento de la ley, como luego fue intransigente en la persecución de los cristianos. (Esta lista de “títulos” de los que Pablo está orgulloso ya la leímos en otra carta, 2 Co 11: cf. el viernes de la semana 11ª).


Pero ha pasado algo decisivo en su vida: se encontró con Cristo Jesús, y entonces todo lo anterior, “que para él era ganancia, lo consideró pérdida comparado con Cristo”. Todo lo demás lo dejó a un lado, “lo estimó basura”, “con tal de ganar a Cristo”.


b) Los que ven nuestro estilo de vida tendrían que notar que los cristianos hemos hecho una opción por los valores de Cristo, por encima de otros valores humanos.


¿Podríamos decir que todo lo que se considera “ganancia” según los criterios del mundo, lo hemos dejado en segundo término, porque hemos descubierto a Cristo en nuestra vida?


Si uno se hace, por ejemplo, religioso, o sacerdote, no es porque no pueda formar una familia o triunfar en los diversos campos de la vida social. Sino porque encuentra otro “tesoro” que le parece superior, por el que vale la pena dejar todo lo demás, para dedicarse a dar testimonio de Cristo y de su evangelio en este mundo: “todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo”.


Si el salmista reflejaba la alegría de los creyentes del AT: “que se alegren los que buscan al Señor, buscad continuamente su rostro”, los cristianos tenemos todavía más títulos para dedicar nuestras mejores energías a la causa de Cristo. “Ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en lo exterior”.


2. Lucas 15,1-10


a) El capítulo 15 de san Lucas ha sido llamado “el corazón del evangelio”. Nos transmite unas parábolas muy características, las de la misericordia: hoy leemos la de la oveja descarriada y la de la moneda perdida. La del hijo pródigo, la más famosa, la leemos en Cuaresma.


La ocasión se la brindan a Jesús los fariseos y los letrados, que murmuraban porque él acogía a los publicanos y pecadores y comía con ellos. La lección, por tanto, va para estas personas que no tienen misericordia. Lo contrario de Jesús, y de Dios, que sienten gran alegría cuando la oveja que se había descarriado vuelve al redil y cuando la moneda que se había perdido, ha sido recuperada.


Son hermosas las imágenes del pastor que, lleno de alegría, se carga sobre los hombros a la oveja perdida, y la de la mujer que reune a sus vecinas para comunicarles su alegría por la moneda encontrada. Así es la alegría de Dios de “los ángeles de Dios”- “por un solo pecador que se convierta”.


b) Dios es rico en misericordia. Su corazón está lleno de comprensión y clemencia. A pesar de que nosotros, a veces, nos alejemos de él, nos busca hasta encontrarnos y se alegra aún más que el pastor por la oveja y la mujer por la moneda.


Esta misericordia la emplea, ante todo, con nosotros mismos, que también tenemos nuestros momentos de alejamiento y despiste. Y también con todos los demás pecadores.


La Virgen María, en su Magníficat, cantaba a Dios porque “acogió a Israel su siervo acordándose de su misericordia”. Si al pueblo elegido de Israel le tuvo que perdonar, también a nosotros, que no somos mucho mejores.


Pero la lección se orienta a nuestra actitud con los demás, cuando fallan. Sería una pena que estuviéramos retratados en los fariseos que murmuran por el perdón que Dios da a los pecadores, o en la figura del hermano mayor del hijo pródigo que no quería participar en la fiesta que el padre organizó por la vuelta del hermano pequeño. ¿Tenemos corazón mezquino o corazón de buen pastor?


Las parábolas nos las narra Jesús para que aprendamos a imitar la actitud de ese Dios que busca a los que han fallado, uno por uno, que les hace fácil el camino de vuelta, que les acoge, que se alegra y hace fiesta cuando se convierten. ¿Acogemos nosotros así a los demás cuando han fallado y se arrepienten? ¿qué cara les ponemos? ¿quisiéramos que recibieran un castigo ejemplar? ¿les echamos en cara su fallo una y otra vez? ¿les damos margen para la rehabilitación, como Jesús a Pedro después de su grave fallo?


Si somos tolerantes y sabemos perdonar con elegancia, entonces sí nos podemos llamar discípulos de Jesús. La imagen de Jesús como Buen Pastor que carga sobre sus hombros a la oveja descarriada (la famosa estatua del siglo III que se conserva en el Museo de Letrán en Roma), debería ser una de nuestras preferidas: nos enseña a ser buenos pastores y a no comportarnos como los fariseos puritanos que se creen justos, sino como seguidores de Jesús, que no vino a condenar sino a perdonar y a salvar.




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