23 de noviembre.

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Homilía para la solemnidad de Cristo Rey


Los parágrafos que preceden inmediatamente el texto que hemos proclamado, en el Evangelio de san Mateo, están consagrados a explicar cómo será el reencuentro de los que siguieron a Jesús, con él y su Padre. Se trata de la parábola de las vírgenes prudentes y necias, hace dos semanas, que no hemos leído por tener otra fiesta, y la parábola de los talentos y el domingo pasado. El texto de hoy habla de un reencuentro final con Jesús de todos aquellos que no lo han conocido aquí, por la razón que sea. En efecto, Jesús habla del momento en que serán juntados delante de él todas las naciones, recordemos que en el evangelio, naciones es un término que dice relación a los paganos, los gentiles (es decir los que no conocen el verdadero Dios)


Entre estas naciones, Jesús establecerá dos grupos. Uno a su derecha, en el lugar de honor, pondrá a las ovejas y a su izquierda, las cabras. En la antigüedad, en particular en la Biblia, las ovejas son símbolo de la virtud: afectuosas, no agresivas, relativamente sin defensa, sumisas, tienen necesidad de cuidado y atención. En el Antiguo Testamento, la relación afectuosa entre el pastor y su rebaño es constantemente utilizado como imagen de la relación entre Dios y su pueblo. La cabra por oposición es agresiva, cambiante («loco como una cabra»), combativa, disolvente.


Y bien, Jesús en este Evangelio distingue dos grupos entre los paganos que no lo han conocido aquí, en la tierra y que no han tenido ocasión de conocer su revelación en la Biblia o a través de la predicación. Entre ellos, unos heredarán el reino de los cielos y otros irán al castigo eterno. Y lo impresionante es que la diferencia no estará fundada sobre su actitud de cara a Dios, sino sobre su actitud en relación al prójimo.


La más grade sorpresa será, sin duda, de aquellos a quienes Jesús les diga: «tuve hambre, y me han dado de comer, tuve sed, y me dieron de beber, era extranjero y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, estaba enfermo y en prisión y me visitaron» Y delante de su sorpresa (¿cuándo lo vimos con hambre y sed, extranjero, desnudo, enfermo y en prisión y lo hemos atendido?) Él les responderá: “De verdad de verdad les digo, cada vez que los hicieron con estos pequeños, conmigo lo hicieron”.


Las situaciones que Jesús enumera son bien conocidas, hoy las vemos en el diario y la televisión a cada rato, y en la calle. Y a veces, puede ser, que no nos demos cuenta demasiado, del hecho que nosotros somos discípulos de Cristo y no paganos, y muchas veces nos comportamos como aquellos a quien Jesús llama «cabras», cuando ignoramos las necesidades de los hambrientos, de los extranjeros, de los prisioneros, de los enfermos, etc. Y atención que no dice alimentar al hambriento (bueno trabajador y honesto) visitar al preso intachable, etc. Dice Jesús: socorrer. Si no entendemos esto seremos doblemente culpables porque nosotros leímos toda la vida el Evangelio dónde Jesús se identifica con los pequeños (los necesitados sean estos buenos o malos).


El Evangelio utiliza muchos títulos para designar a Jesús. En este Evangelio, el título utilizado por Jesús para hablar de él mismo es de Hijo del hombre. Y esto está lleno de sentido, porque las Naciones, que no tienen la Revelación de otros títulos del Mesías, se encontrarán en el día del Juicio con el Hijo del Hombre directamente, el ser humano en la plenitud de su realización y de su dignidad. Y serán juzgados delante del rostro dónde, durante toda su vida, han tratado al ser humano.


El Papa Francisco hablando de la realeza de Cristo en la homilía de clausura del Año de la Fe, decía: “Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno, un solo pueblo; unidos a él, como centro, participamos de un solo camino, un solo destino. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad y el centro de la historia y de todo hombre”.


De la cita se deduce la naturaleza del reinado o señorío de Cristo:un Rey que se ha entregado por su pueblo; es el Señor de la Historia y también el Rey de nuestra historia personal, la de cada hombre y mujer. El que quiere reinar en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestras sociedades; no por la fuerza ni por la imposición sino como resultado del amor, del servicio, que en lenguaje evangélico es la manera de «dirigir». El que quiera ser el primero entre ustedes (dirigente, presidente, rey), que sea vuestro servidor, nos recuerda el Evangelio.


Leyendo la homilía del papa Francisco viene a la memoria lo escrito por Benedicto XVI en Jesús de Nazaret: “…los dominadores, que no toleran ningún otro reino y desean eliminar al rey sin poder, pero cuya fuerza misteriosa temen, terminan en la nada, porque «su reino no tendrá fin»: este reino diferente.” Diferente porque lo construimos en el amor y la misericordia.


Preguntémonos al final del año litúrgico, cuál es, en la vida corriente, nuestra actitud con nuestros hermanos y hermanas. ¿Tenemos la actitud de las ovejas o de las cabras? Que la virgen nos ayude a ser las ovejas que socorren a Cristo en el hermano.


¡Viva Cristo Rey! y que reine en nuestra sociedad.




12:25
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